El debate por el mundo respecto de las permanentes encrucijadas de la economía se movió, de la preocupación por la inflación, a las señales de la estanflación, a los datos de una crisis sistémica global. En EU la Fed no ceja: busca un frenazo económico para detener la tendencia alcista de los precios, aunque inflija “dolor en las familias y las empresas”, apuntó su presidente Jerome Powell.
En EU y en la zona euro (ZE) la actividad económica cae y no hay políticas económicas en marcha para detenerla. China no será factor de compensación, porque ahora está en declive. El banco alemán Beremberg prevé una contracción del PIB en EU y ZE, para 2023, de 0.3 por ciento, cuando en mayo esperaba un crecimiento de 1,7 por ciento y de 2 por ciento, respectivamente.
No es una crisis cíclica más. El historiador británico Adam Tooze la llama “policrisis”. El economista francés Romaric Godin hace este resumen: Esta vez la crisis combina características de todas las crisis recientes: “una crisis inflacionaria, como en los años 70 o tras las dos guerras mundiales, que tiene la particularidad de verse reforzada por las tensiones geopolíticas, unida a un estallido de la burbuja financiera (el Dow Jones ha perdido 14.7 por ciento desde su máximo, el S&P 500 ha perdido 19.8 por ciento y el FTSE de Londres 19 por ciento), como en 1987 y 2007. También hay una caída tecnológica, con el colapso de las criptomonedas, como en 2000, y signos de tensión en los diferenciales de la deuda soberana de la eurozona, como en 2009; al igual que en 2015, China se encuentra en una fase de desaceleración, con una importante crisis inmobiliaria; muchos países emergentes ya se encuentran en situación de turbulencia”.
La crisis del gas en la ZE por la guerra en Ucrania está iniciando y ya acusa deterioros macrosociales. Distinto de los mercados del petróleo o del trigo, el mercado del gas no es global. La forma común de abastecerlo es a través de gasoductos, lo que crea mercados regionales circunscritos por esos medios. La alternativa, el gas licuado, exige buques tanques hasta de 300 metros de eslora y terminales porturias específicamente construidos; emprendimientos de enorme calado, alto costo y muy problemáticos. Véase, por ejemplo, la crisis política que ha creado en el puerto de Piombino, Italia, el anuncio en abril pasado de construir una terminal regasificadora y su previsible gran impacto ambiental. En Gran Bretaña (GB) el movimiento social Don’t Pay, referido al gas y la electricidad, se enardece y extiende.
En tanto, el mundo vive efectos extremos por incendios e inundaciones derivados del daño que, no “nosotros”, sino la economía capitalista, ha infligido al ambiente. En Francia, Macron habla “del fin de una forma de ligereza” en nuestro mundo; ahora enfrentamos “un gran trastorno” que tiene como resultado el “fin de la abundancia” (de productos, tecnologías, agua). El invierno será difícil e incierto, los ciudadanos pueden reaccionar “con gran ansiedad”, predice. Y la respuesta: el 22 de septiembre la Confederación General del Trabajo tendrá una jornada de movilización en el sector sanitario, y el 29 del mismo mes, una protesta interprofesional; a principios de octubre habrá una “marcha por el poder adquisitivo” de France Insoumise. En GB 100 mil trabajadores de la empresa Royal Mail iniciaron la mayor huelga que se registra en ese país, por aumento de salarios. En África y en gran parte de Oriente Medio el hambre ha pasado de amenaza a una lacerante y brutal realidad, acentuada por la guerra por delegación de EU y la OTAN contra Rusia en Ucrania. Y el imperialismo gringo juega a recuperar la hegemonía absoluta en un enfrentamiento con China de tétrico futuro.
Como tantas veces en la historia capitalista, está en curso el alza de la lucha de masas indignadas. En condiciones de estanflación, veremos simultáneamente el deterioro de los salarios y el aumento del desempleo; y oiremos el argumento falaz de una espiral inflacionaria impulsada por los salarios y los precios. Ya se habla de ella en EU (p. e., Paul Krugman); la ZE y el mundo periférico recitarán el mismo guion. El argumento, as usual, elimina la dinámica de las ganancias del capital: “el aumento de salarios impacta en los costos de producción, por tanto, aumentan los precios”, dicen. El argumento oculta: “conservando los mismos márgenes de ganancia”; o, peor aún, aumentándolos, como suele ocurrir, para “adelantarse a la inflación”.
Más allá del corto plazo, en el que cabe ese argumento artero, el capitalismo siempre solucionó el necesario aumento de los salarios reales mediante el aumento de la productividad del trabajo. Lo que es imposible sin inversión y desarrollo tecnológico en los sectores productivos. Pero, como lo muestra Michael Roberts, el índice de productividad ronda el cero, hace décadas, en las economías desarrolladas. En EU es el más débil en los últimos 40 años. Es el resultado de los bajísimos índices de inversión privada y pública en los sectores productivos. La tensión social no puede sino aumentar.