Muchos de los días de la infancia del cantante José María los pasaba sentado afuera del estudio de su padre Napoleón, porque sus tres hermanas jugaban a las barbis, no le permitían estar con ellas y lo “mandaban a la porra, no entraba en sus juegos”. El pequeño se refugiaba en el confín del espacio creativo donde “escuchaba todo lo que mi padre estaba componiendo. Cuando nos mostraba la canción ya me la sabía para su sorpresa. Siempre elegí la música”.
Hace poco José María se presentó ante un pletórico Auditorio Nacional. Al estar en el proscenio frente al público se sintió “muy agradecido y muy feliz” y a pesar que apenas rebasa las tres décadas de edad él está en uno de los “mejores momentos” de su vida “en todos los aspectos, desde darle un sorbo a la taza de café y disfrutarlo al máximo”. Todo esto porque después del periodo de “azorrillamiento que vivimos me siento liberado y valoro más la vida”.
Para la fuerza/alma creativa los momentos intrincados sacan lo mejor de los creadores, para José María el periodo de confinamiento que vivió para él fue fructífero: “Antes de eso no había escrito tanto. Estaba anclado en la música que ya había hecho, escuchaba lo que había compuesto sin ser muy autocrítico. A partir de esto no estoy escuchando nada sino creándolo, tomar conciencia de eso fue increíble. Para mí, estoy en un periodo creativo impresionante, todo me inspira a todas las cosas quiero escribirles una canción”.
Continuando el joven cantante confiesa que su sensibilidad es más susceptible a las frecuencias bajas, le gusta la canción sobre el dolor, sus sentidos se aguzan cuando “me siento mal”, porque cree que sus “mejores canciones son cuando se siente dolido”. Pero ahora, dice, no es necesario: “Ahora puedo escribir de cualquier cosa. Voy en busca de la inspiración no espero a que llegue. Estoy buscando más colaboraciones, es increíble sentarte con alguien que conoces poco y comenzar a crear es maravilloso”.
La voz creativa en la retentiva de José María la tiene bien detectada, pero el mejor indicador para saber que una canción está bien hecha “es el pelómetro, cuando la escuchas y se te erizan los vellos de la epidermis. Ese es el mejor termómetro” y el pelómetro sólo me sucede con ciertas canciones, sobre todo con las baladas”.
De hecho, confiesa: “La semana pasada que canté en el Auditorio Nacional, me sentí conectado con la gente, nunca había percibido esa comunión con el público; si esta entrevista hubiera sucedido antes no tendría la felicidad que tengo hoy. Uno nunca es el mismo, se te cae la piel diariamente. Antes me importaba que me saliera una cana. ¡Ahora esta cómo la tapo! En este momento me da igual si me sale una cana o 20. Estoy consciente de que es más fácil quedarme calvo que ganarme la lotería”.
Para José María lidiar con la figura totémica con la que creció Napoleón: “Ha sido duro en algunas ocasiones y muy fácil en otras. Duro porque es fuerte llegar a un lugar a mostrar tu obra y que todas las preguntas giren al talento de tu padre. Fácil porque cuando aprendes a vivir con ello y que lo que tienes es por su herencia y la educación sentimental es hermoso. De hecho acabo de colgar con él, porque tenía que hacer estas entrevistas, y hasta me dio algunos consejos, lo siento interesado por mi carrera porqué no se me va a llenar la boca hablar de él, porque además lo quiero profundamente y he sido afortunado en ser su hijo”.
Adentrándose José María agrega: “Ser hijo de Napoleón es un reto, pero mi trabajo es que cuando salga al escenario el público diga: ‘El muchacho sí la arma’. El público es el de mi papá, el que debe de mantener la vista de la audiencia soy yo y ahí es donde se separa todo. Sueño todo el tiempo en que la concurrencia diga: “Por cierto su papá es Napoleón, estar en un concierto y decir les presento a mi papá”.
José María menciona que además de la educación sentimental la información genética ha hecho su labor: “Se mama y se aprende, porque, por ejemplo, heredé el gusto por la música, pero en cuestión del toreo, siempre digo que los huevos se me olvidaron en el vientre de mi madre; para eso hay que tener mucho valor pero mi valía sale cuando estoy en el escenario. Mi mayor arresto es tocar un alma. Si me reconocen o no, si me piden una foto es hermoso, pero aspiro a llegar a la gente”.
Antes de salir al proscenio José María salió a cantar guitarra en mano en las escalinatas del inmueble de avenida Reforma, juntó a varias centenas de público que lo cubrió: “Voy a cantar allá adentro pero antes quiero mostrarles que sí canto y me merezco la oportunidad”.
De lo que sí está cierto José María es que, a pesar de que hace una semana atestó el Auditorio Nacional, no ha cambiado mucho su espíritu, sigue siendo ese niño sentado en la frontera del patio de juegos y el estudio de su padre.