Ciudad de México. A pesar de la diferencia de edades, Alberto Capultitla, de 50 años, y Gerardo de la Rosa, de 27, tienen algo en común: sus chinampas representan el patrimonio de sus vidas que les han dado decenas de kilos de vegetales para vender y mantener a sus familias, pero que constantemente son sometidas a daños, ya sea por los climas extremos, plagas, robo de cosecha y hasta por invasiones humanas.
Alberto es nativo de Xochimilco, durante toda su vida ha aprendido las técnicas ancestrales del cultivo tradicional con ese método; esta temporada se dedicó a la siembra de tomate, los cuales ya sobresalen de la tierra, verdes, brillantes y jugosos, casi listos para su cosecha.
Sin embargo, las altas temperaturas de marzo, abril y mayo afectaron algunos cultivos, así lo revelan las hojas amarillas que han sido sometidas a altos niveles de calor, o aquellas mordisqueadas por piojos que se convierten en gusanos. A todo esto se agrega el robo de su cosecha, lo que representa una pérdida económica de hasta 20 por ciento de toda una producción, que llega a ser hasta de 90 kilogramos de tomate.
Gerardo de la Rosa, durante el recorrido en la zona chinampera. Foto Yazmín Ortega Cortés
“Hay que cuidar constantemente la chinampa, estar presentes, invertir en los fertilizantes e insumos que han subido de precio. El campo es muy bonito, pero es pesado en todos los aspectos, en lo físico y en lo económico.”
A unos siete minutos de recorrido en lancha se encuentra una de las tierras de Gerardo de la Rosa, si bien el joven tiene la mitad de años de experiencia que Alberto, su apuesta de vida sigue siendo la misma, el campo.
A diferencia de la otra chinampa, la suya luce descuidada, la entrada está llena de basura, incluso hay ratas que corren entre los desechos; todo eso es producto de las invasiones y asentamientos ilegales, de los que no ha quedado exento.
Relata que en años recientes Xochimilco se convertido en hogar de migrantes que provienen de Veracruz, Oaxaca o del estado de México, quienes llegan a la capital del país a trabajar, lo que ha propiciado la invasión de tierras.
Gerardo de la Rosa en su invernadero, donde siembran tomate, calabaza y algunas hortalizas. Foto Yazmín Ortega Cortés.
En su caso tuvo que llegar a un acuerdo con su invasor, a quien le dio permiso de vivir un año a cambio de que le cuidara sus tierras. Para él es importante el apoyo entre los integrantes de la comunidad, pues prefiere generar acuerdos antes que peleas.
“Yo creo que todos debemos tener la mentalidad de ayudar mutuamente, a pesar de que la presencia humana llega a afectar porque se genera fauna nociva, acumulación de basura y problemas en el drenaje, pues se trata de llegar a una solución para todos, ¿no? Es lo que platiqué con esta persona que ahora me ayuda a cuidar el terreno.”
Un ejemplo del apoyo mutuo se refleja en el préstamo de unos seis borregos propiedad de sus vecinos. A falta de comida, los animales se alimentan de la hierba alta de la chinampa de Gerardo, a la vez que la limpian a fin de que en unos meses la tierra pueda ser ocupada para el sembradío de tomate o jitomate.
En otra zona de ese terreno está instalado un invernadero, donde empiezan a surgir plantitas de tomate, las cuales alcanzarán su pleno desarrollo en los próximos meses. Su objetivo es empatar la cosecha de esa verdura y comenzar a sembrar donde los borregos limpian y cuya producción podría alcanzar hasta 30 toneladas listas para su venta.