Los narcoataques de la semana antepasada en Ciudad Juárez y otras ciudades del país provocaron que de inmediato se levantaran voces escandalizadas que volvieron a criticar el “abrazos no balazos”.
En Chihuahua, el gobierno del estado aprovechó el llamado jueves negro para justificar la construcción de una torre de 20 pisos en Juárez, la Torre Centinela. Todo el sistema o plataforma de vigilancia que va en torno a ella costarán 4 mil millones de pesos. La información sobre tecnología, adquisiciones, procedimientos, etcétera, la han reservado las autoridades estatales por cinco años. Hay que vigilar a todos, menos al gobierno, es el mensaje.
Se sigue ignorando lo que algunos especialistas en seguridad ciudadana y sus causas sociales en América Latina señalan una y otra vez: el problema de la inseguridad y la violencia es multifactorial y no debe atacarse ni sólo ni principalmente con operativos policiacos y penales. A partir de experiencias de construcción de seguridad y de paz recomiendan actuar en tres ámbitos diferentes:
Primero: implementar dosis prudentes de prevención situacional: que se prevengan las circunstancias en que se cometen delitos: sitios sin vigilancia, calles oscuras, patrulleo mal organizado, carencia de armas y dispositivos técnicos de vigilancia, etcétera. Es muy importante contar con una policía bien entrenada, honesta, responsable, bien equipada.
Segundo: implementar dosis, también prudentes, de justicia penal de excelencia: un sistema judicial incorruptible, bien capacitado, ágil, con ética. Con un sistema de prisiones eficaz para su propósito: la readaptación social, y no para la formación y operación de grupos de delincuentes que operen desde adentro. Con funcionarios penales probos, si complicidades ni negocios con los criminales.
Aun en las dosis prudentes de estas dos primeras recomendaciones traemos déficit: policías mal equipadas, cooptadas por el crimen organizado, siempre de lejanía, nunca cerca de las comunidades, pésima infraestructura urbana que vulnerabiliza a las personas, sobre todo a las mujeres. Por otro lado, un sistema de justicia deficiente y un sistema penal infiltrado e incluso manejado por los propios delincuentes, como se ha revelado con el Cereso de Ciudad Juárez (https://bit.ly/3pBzAXL).
Sin embargo, aun atendiendo estos dos primeros ámbitos, resta aún el más importante:
Tercero: hacer efectivas todas las dosis necesarias de justicia social para reducir al máximo la exclusión social, sobre todo la exclusión de las y los jóvenes del sistema educativo y del sistema laboral. Una adecuada prevención y atención a las adicciones y un sistema social que prevea que las familias, escuelas, empresas e instituciones gubernamentales contribuyan al cuidado y a la formación de niños, adolescentes y jóvenes como personas humanas sociables, solidarias. El meollo de todo esto es la llamada “economía del cuidado”. Es una tarea que ha sido sistemáticamente descuidada, valga la paradoja, por el sistema económico, que sólo busca trabajadores disciplinados para producir más o consumidores compulsivos; por el sistema político que privilegia el construir bases acríticas de apoyo, incluso por las familias que reproducen el patriarcalismo y el sexismo.
Cuidar no es vigilar. Cuidar es preocuparse eficazmente por la construcción de personas humanas, sobre todo de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes que están en riesgo de caer en las garras del crimen, de la violencia, de las adicciones. Ayudarles a construir su identidad, su proyecto de vida, comunidades que les permitan desarrollarse y ser felices. Así entiendo yo el “abrazos, no balazos”. Abrazar para cuidar, para motivar, para formar, para hacer presente el afecto.
Para esto se requieren presupuestos, políticas públicas y acciones privadas para acomodar horarios de trabajo que dejen lugar a la convivencia sana de las familias. Construir espacios de formación, cultura y deporte para adolescentes y jóvenes. Desarrollar un adecuado sistema público-privado de atención y prevención de adicciones. Multiplicar guarderías y casas de cuidado diario.
Pero esas acciones desde arriba, desde quienes elaboran las grandes políticas y asignan los grandes presupuestos, deben corresponderse con toda una serie de acciones desde abajo. En mi juventud maoísta aprendí que el llamamiento general ha de complementarse con la orientación particular. Con los abrazos dados desde abajo.
Porque esos abrazos han de darse a las personas que los requieren en el tiempo y las formas oportunas, no de cualquier manera. No es tan complicado aprender a darlos. En las calles, en los barrios hay decenas de activistas que, desde la base y no desde las torres, saben como hacerlo: iniciativas para apoyar con maduración asistida a jóvenes para que terminen sus estudios y construyan su proyecto de vida; prepas de segunda oportunidad para quienes han tenido que abandonarlas; guarderías participativas para que las madres trabajadoras no tengan que dejar a sus hijos en la calle o encerrados en la casa; acompañamiento personalizado a mujeres víctimas de la violencia, espacios de deporte y arte formativos. Hay que abrazar a niñas, niños, adolescentes, jóvenes, víctimas, para prevenir que ellos mismos no caigan en la espiral de la violencia y las adicciones. Para eso se requiere que el Estado y las empresas apoyen todas esas iniciativas de construcción de personas y comunidades desde abajo.
Estos abrazos son los que necesitamos.