Rangún. Han Myint Mo logra mantener en equilibrio un balón dorado sobre el filo de un cuchillo, cuyo mango sostiene entre los dientes, al tiempo que hace hula-hula frente a su abuelo, quien se siente feliz de transmitirle el arte birmano del malabarismo, que pervive pese a las crisis.
En el salón de muros verde manzana de su casa, Ohn Myint anima a la niña con palabras, luego haciendo piruetas con mazas para malabares, y ella realiza sucesivas acrobacias en la plancha de equilibrio.
“No se puede jugar cuando hay miedo. Se está nervioso o con furia. El espíritu debe ser translúcido como el vidrio”, aconseja Ohn Myint, de 71 años de edad.
Este ex obrero empezó a practicarlo en los tiempos libres hace unos 30 años, después de sufrir un accidente cereborvascular, para recuperar la movilidad de sus miembros. Enseña hoy sus malabarismos a la nieta, con la que se presenta en espectáculos.
“El Ywal me hace feliz y me fortalece”, señala Han Myint Mo, de 12 años, que entrena tres horas diarias, además de ir a la escuela.
Al contrario a la tradición occidental, los artistas manejan balones del tamaño de una toronja, especialmente con pies, rodillas, espaldas y codos, agregando a veces accesorios, como un cuchillo.
Su rutina se remonta al inicio del siglo XIX, cuando los saltimbanquis de la corte real hacían malabarismos con globos de vidrio soplado, denominados Ywal en birmano.
En un país que vive en medio del caos tras el golpe de Estado del 1º de febrero de 2021, esta tradición sobrevive difícilmente, sin federación ni apoyo del gobierno militar.
Myanmar prefiere el balón de mimbre trenzado de Chinlon, el deporte nacional que se practica con los pies y en equipo.
Han Myint Mo y Ohn Myint encuentran su público en centros comerciales y escuelas de la región de Rangún, donde se presentan hasta tres o cuatro veces por mes.
En redes sociales también captan la atención. El video de la niña donde se muestran sus proezas ya cuenta con tres millones de vistas en Facebook.
Con un atuendo marrón, sostiene en equilibrio un balón sobre el filo de un cuchillo que agarra con los dientes, al tiempo que hace hula-hula y malabares con tres mazas o clavas, con tres balones alineados en la parte superior del cráneo.
“Estoy muy contento de ver a la nueva generación practicar el Ywal”, se congratulan Ohn Myint, que entrena también a la nieta de un amigo. La disciplina que él exige ha ahuyentado a más de uno, empezando por sus tres hijos. Dice que ya había perdido la esperanza de transmitir sus talentos hasta que su nieta le pidió que le enseñara su arte. “A veces, cuando ensayo piruetas difíciles, cometo muchos errores. Me siento mal y me peleo con mi abuelo”, reconoce Han Myint Mo.
“Pero él da seguridad, seguimos ensayando y al final eso funciona”, agrega la niña. “Quiero convertirme en maestra de Ywal como mi abuelo, quiero ser mejor que él”.