En 2009, al cerrar la Cumbre de las Américas, en Trinidad, el entonces presidente estadunidense Barack Obama hizo un inusual comentario. Reflexionó sobre conversaciones con varios líderes que “hablaron de Cuba y específicamente de los miles de médicos de Cuba que están dispersados por toda la región ”. Era un recordatorio, dijo, de que con Estados Unidos (EU) la única “interacción que se ha tenido con muchos de estos países era en la lucha antidrogas o ensayos militares”. Obama tardaría ocho años más en poner fin al programa implementado por George Bush en 2006, que buscaba reclutar a personal médico de las brigadas internacionales cubanas para que desertaran.
Poco duró el gesto de Obama. Al llegar Donald Trump a la presidencia, su administración recrudeció la agresión hacia la isla. Una de sus medidas –en alianza con el presidente brasileño Jair Bolsonaro– fue impulsar la salida de 10 mil integrantes del personal médico cubano de Ecuador, Bolivia, El Salvador y Brasil, mientras el covid-19 devastaba la región, EU retuvo fondos de la Organización Panamericana de Salud, debido a su apoyo al programa médico cubano. Cuando The New York Times (un periódico poco afín a Cuba) publicó un artículo sobre esta dinámica titulado: “Como Trump y Bolsonaro rompieron las defensas de América Latina en contra el covid-19”, (27/10/20).
Poco después de triunfar su revolución, en 1959, Cuba ha enviado cientos de miles de su personal médico a todo el mundo, especialmente a naciones pobres. Hasta la década de los 90 una gran concentración estaba en África; al finalizar el siglo XX cada vez más galenos llegaron a Latinoamérica. Dos hechos contribuyeron sobremanera a este incremento: el huracán Mitch y los gobiernos progresistas que a principios de siglo XXI llegaron al poder.
En 1998, Mitch dejó devastada a Centroamérica. Perecieron unas 30 mil personas y 3 millones quedaron sin hogar. El FMI, el Banco Mundial y los gobiernos de EU y Canadá ofrecieron préstamos millonarios para los países afectados. Cuba envió personal médico, especialistas, medicamentos y estableció iniciativas de larga duración, como becas para estudiar medicina en Cuba y el Programa Integral de Salud, que una década después seguía salvando vidas.
En su libro, Healthcare without Borders (Atención médica sin fronteras), John Kirk, detalla que a raíz de este programa, en naciones como Honduras, 33 por ciento de la población llegó a ser atendida por médicos cubanos quienes, “para 2006 habían hecho 3.3 millones de consultas. Además, atendieron 61 mil 930 partos, realizaron 289 mil 845 operaciones y habían reconstruido o dado mantenimiento a 135 mil 300 piezas de equipo médico”. Las cifras que dan para Guatemala son igualmente impresionantes: más de 25 millones de consultas, 40 mil 677 cirugías y 74 mil 237 partos atendidos. Gracias a este tipo de ayuda, se estima que en estos dos países se salvaron casi medio millón de vidas, haciendo patente la declaración de Fidel Castro que Mitch llevaría a crear un programa iberoamericano para el desarrollo integral de salud como “una revancha, una venganza contra el huracán”.
A principios del siglo XXI había indicios de que el sueño de unidad latinoamericana de José Martí y Simón Bolívar comenzaba a cobrar fuerza. Una manifestación de ello fue la cooperación entre Cuba y Venezuela con la cual los recursos humanos del primero y los energéticos del segundo, se extendió la atención médica a los lugares más necesitados. En poco tiempo decenas de miles de pacientes eran transportados a Cuba gratuitamente para ser operados; médicos cubanos llegaron a vivir en comunidades y barrios para tratar a gente que nunca había visto a un galeno, y se fundó la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) en Cuba, donde han estudiado gratuitamente decenas de miles de estudiantes de naciones pobres.
Si uno habla con quienes han sido atendidos por médicos cubanos escuchará dos cosas repetidamente: los galenos cubanos nos tratan como seres humanos, con respeto y dignidad, y vienen a donde no llegan los médicos nacionales. El sentimiento contrasta con la visión de las asociaciones médicas nacionales que se oponen a las brigadas cubanas, argumentando que no es personal calificado, que vienen a quitarles trabajo o que llegan para adoctrinar. Hay también un trasfondo racista. Poco acostumbrados a ver médicos afro-descendientes, a los galenos cubanos se les acusa de hacer santería o se les denigra con las más burdas imágenes y apelativos.
En Brasil, por ejemplo, cuando médicos nacionales no atendieron el llamado al programa Mais Médicos de la entonces presidenta Dilma Rousseff, su gobierno recurrió a Cuba que envió más de 11 mil galenos para atender a la población, sobre todo del empobrecido noreste del país. En Fortaleza médicos cubanos afrodescendientes fueron abucheados por una muchedumbre blanca. ¿Como podían ser médicos, comentaba el coro racista en redes sociales, quienes tenían cara de empleadas domésticas?
Una de las razones por las cuales Cuba ha alcanzado niveles de salud que equivalen o sobrepasan a los países ricos es por la lógica integral con que se aborda la salud pública. Se concentra en acción preventiva más que curativa; ven los factores socioeconómicos causantes de tantos males, y operan bajo una lógica tanto práctica-científica como humanista. Son estos principios que sus brigadas aplican a escala internacional. Como comentó Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de Salud, en un discurso a estudiantes de la ELAM, “están siendo formados para enfrentar los verdaderos desafíos en la práctica de medicina en el siglo XXI. El gran reto hoy no es tener la última tecnología en cuanto a equipo y métodos médicos. El gran desafío es hacer llegar el cuidado esencial a los desatendidos”.
Sólo Cuba se ha propuesto enfrentar este reto.