Thomas Brasch fue –junto con la novelista Christa Wolf y el dramaturgo Heiner Müller– una de las figuras más destacadas de la disidencia artística e intelectual de la ex RDA (República Democrática Alemana). En Querido Thomas (Lieber Thomas, 2021), el realizador Andreas Kleinert (nacido también en Alemania oriental), propone un recorrido casi exhaustivo por su biografía íntima, mismo que deriva, de modo más decisivo, en una radiografía social muy perspicaz de la vida cotidiana bajo el régimen neoestalinista de Erich Honecker y las dificultades que enfrentaba un escritor para sobrevivir y, eventualmente, sobresalir en él. Aunque la cinta es una invitación a descubrir o revalorar la obra de Brasch –poeta, dramaturgo y cineasta nacido en Gran Bretaña y radicado desde niño en Alemania–, lo más interesante es apreciar a través de una vida llena de contradicciones y paradojas (“No quiero perder lo que tengo, pero no quiero estar donde estoy”, señala en uno de sus poemas) las veleidosas posturas de un régimen autoritario decidido a cercenar la libertad de sus intelectuales y al mismo tiempo tolerarlos un tiempo con el fin de ejercer sobre ellos un control más eficaz y duradero. Desde su título, la cinta semeja una carta afectiva dirigida al autor prolífico que conquistó celebridad en el extranjero (Lovely Rita, su obra de teatro más aclamada), mientras en su propio país su imagen se deterioraría hasta orillar al escritor a una creciente paranoia, cuyo punto final sería el desvarío mental y la drogadicción, dos factores que propiciaron su muerte prematura.
Andreas Leinert disecciona diversos aspectos de la vida de Brasch, sus años de aprendizaje en el cine y el teatro, su pasión por los emblemas de la Nueva Ola francesa y por la creación dramatúrgica del otro lado del muro. Son los años de la revuelta estudiantil del 68, también los de Godard y de Fassbinder, figuras faro en su obra. Es la época también de la resistencia a la invasión soviética a Checoslovaquia y la adhesión nerviosa y entusiasta a la llamada Primavera de Praga, violento ensayo de una futura liberación propia. A estos años de heroismo y creatividad frenética, de fiestas bohemias y desenfado sexual sólo a medias clandestino, pues la notoriedad protege, siguió un periodo de incertidumbre política, donde el padre del autor llega a denunciarlo como disidente político, provocando su encarcelamiento. La cinta maneja estos episodios de modo realista, añadiendo toques humorísticos y reservando luego un tratamiento fantástico para ilustrar el desajuste sicológico del personaje, todo a partir de secuencias oníricas que exhiben el creciente desfase de Thomas Brasch (Albrecht Schuch) con la realidad. El también autor de novelas sobre delirios criminales acaba así atrapado en una de sus propias tramas, situación con la que estuvieron familiarizados muchos otros intelectuales en esos largos años de plomo en que la creación artística padeció un asedio constante y la tragedia de tener que negarse u ocultarse para poder sobrevivir. Además de un tributo al poeta continuamente saboteado por un poder omnipotente, la cinta es un ejercicio de recuperación de la memoria histórica y una original reivindicación póstuma.
Las ramificaciones de Querido Thomas con otro relato fílmico alemán, La última ejecución (Nahschuss, 2021), de la directora Franziska Stünkel, son evidentes. Su protagonista, el estudiante de ciencias Franz Walter (Lars Eidinger), recién graduado y deseoso de obtener un buen puesto laboral, se ve obligado por los servicios secretos de Alemania del este a espiar y denunciar las actividades de un antiguo compañero deportista, recién emigrado a Berlín occidental. Su misión será presionar a ese amigo para que de manera pública haga un elogio, no por tardío menos eficaz, de las políticas estatales en favor del deporte y la cultura. Una suerte de mea culpa al viejo estilo estalinista. A partir de esta historia verídica, la realizadora construye un thriller político estupendamente armado que, al estilo de La vida de los otros (Von Donnersmarck, 2006), muestra la manera en que los servicios de seguridad (la siniestra Stasi) conseguía que muchas personas renegaran de sus valores morales y se convirtieran, por oportunismo, cobardía o interés económico, en espías unos de otros. Franz Walter, un ciudadano ordinario y obediente, descubre muy tardíamente los motivos de una disidencia personal que, amargamente, se ha convertido ya en una revuelta inútil.
Querido Thomas y La última ejecución se exhiben hoy en el auditorio Altana del Instituto Goethe (Tonalá 43, colonia Roma Norte) a las 19:30 y 15 horas, respectivamente.