Hay que pegar antes. Aunque sólo sea para mantener la mente tranquila. Nunca será mejor nadar contra la corriente. El escarlata Jeffrey Niño respiraba profundo en la loma, pero sin la presión que estorba los lanzamientos, así salían mejor las rectas de más de noventa millas, esos proyectiles que no registran los ojos de los bateadores, los cambios con su engañosa velocidad y trayectoria que parece más lenta y que odian los hombres al bate. Con esa molicie, Diablos Rojos ganó el primer juego de la serie de la zona sur a Pericos de Puebla con pizarra de 10 a 6.
Diablos llegó al estadio Harp Helú con la calma que deja barrer al rival en el primer playoff. Puebla, en cambio, venía con la adrenalina desbordada, y los brazos castigados, después de ese delirante partido que perdieron ante Leones de Yucatán donde entre ambos anotaron casi cuarenta carreras.
El colombiano Niño se vio solvente. Por cuatro entradas, recibió cuatro imparables y dos carreras; regaló tres pasaportes, pero ponchó a cuatro. Las situaciones complicadas las desenredó él mismo desde la loma o con la ayuda de sus compañeros a la defensiva. Sin mayor lucimiento, cumplió con responsabilidad.
Lo demás, como es costumbre con los pingos, corrió por cuenta del ataque. Julián León, un receptor cerebral que lee e interpreta el juego, también sabe darle a la bola. Despachó dos jonrones que llegaron para levantar al equipo del México. El primero para disipar dudas y el segundo para frenar a unos Pericos que pisaban de cerca.
Pericos no dejó de buscar acercarse, pero la labor de los relevistas y el buen trabajo defensivo de Diablos disiparon cualquier posibilidad de una remontada.