Emerge nuevamente a la superficie el atasco de la educación. Nunca nos abandona, pero a veces está presente con mayor fuerza. Los jóvenes tienen dificultades para encontrar su primer trabajo profesional y se emplean en “puestos” no especializados como recepcionista, repartidor o cuidador de mascotas. Resultan “demasiado calificados” para los puestos que la economía les ofrece.
La baja proporción de egreso en las instituciones de educación superior (IES) respecto del grupo etario correspondiente, es conocida. Según el Inegi, en 2020 apenas 21.6 por ciento de la población de 15 años y más posee algún grado de educación superior (ES), dato que está correlacionado con la cobertura de ese nivel educativo: en México es de 42 por ciento, inferior al de países como Australia (100 por ciento), España (88, Rusia (81), Argentina (90), Corea (94.3) o Costa Rica (55) (datos de la Unesco).
Si, como sería deseable en términos educativos, la proporción de la población con ES fuera mayor, el número de empleados como recepcionistas, repartidores o cuidadores de mascotas y otros empleos “basura”, sería también mayor. Hay quien propone desalentar a los “peores” estudiantes que buscan ES, y hay quien destaca la falta de congruencia entre el contenido de los planes de estudio y el perfil de los puestos de trabajo que crea la economía.
La primera de esas propuestas es una barbaridad; la segunda es, al menos, simplona. La primera proviene de quienes creen que es natural una sociedad donde hay unos que están arriba y, otros, los más, que “deben” estar abajo; dicen, quienes ya están arriba. La segunda postura: durante la última década del siglo pasado supimos que la velocidad del desarrollo de la ciencia y la tecnología era varias veces superior, según ramas, que la de la formación de personas con ES. Supimos también que, por ello, quienes egresaran de la ES, en el siglo XXI serían impelidos a cambiar a un empleo muy diferente, según qué ramas, tres o cuatro o más veces a lo largo de su vida profesional. Los contenidos de la ES, por tanto, debían ser de fuerte preparación en los fundamentos de las disciplinas, de modo que fuera viable permitir a los egresados “un estudio para toda la vida”, de orden autodidacta.
Se trata de unos criterios muy generales que requerían de especificidad para cada disciplina. Además, era necesario, para cada disciplina, entrar a los mundos de la interdisciplina y la complejidad, a la relación entre la investigación y la enseñanza, y resolver los desacuerdos sobre la evaluación. Era preciso, asimismo, ocuparse de los temas institucionales, como el gobierno de las IES y la administración y vigilancia de los recursos, asuntos ligados a los cambios en el conocimiento.
Es terrible la afirmación según la cual los egresados están “demasiado calificados” para el perfil de los puestos de empleo disponibles. En posición ortogonal a esa postura creo que una alta proporción de cada generación de licenciatura tiene conocimientos precarios, por debajo de los conocimientos incluidos en los planes de estudio. Es una hipótesis plausible. Por supuesto esta realidad varía según la disciplina, y según la institución de educación superior. Varía también según la geografía y, además, si es pública o es privada. La deficiencia vale para todas, en distinto grado. En grandes números las universidades privadas tienen carencias educativas mayores que las públicas, e imparten “carreras” especialmente saturadas en el “mercado” profesional. Pero los egresados de esas universidades, se dice, están “sobrecalificados”. Un embrollo enrevesado.
No puede ser debatida en profundidad la ES, al margen del conjunto del sistema educativo nacional y al margen de una visión de futuro, socialmente consensuada. Algún día este país tendrá que plantearse una cruzada real y efectiva por la educación, como lo han hecho otros países en distintos momentos de sus propias historias. Suecia inició la alfabetización de su población a fines del siglo XIX e inicios del XX, tratando de frenar la fuerte emigración a EU. Corea inició su organización educativa en los años 1960, en el marco de un gobierno autoritario producto de un golpe de Estado. Las historias son enormemente diversas, pero no hay escape: la vida buena para la población y un futuro deseable, pasan por una buena educación.
Actualmente las IES –al menos las públicas– dicen programar el primer ingreso en cada “carrera”, con los datos de la demanda de profesionales. Es difícil comprender ese ejercicio universitario si es el caso que la “demanda” consiste en unos puestos de trabajo que no exigen educación universitaria. Como no hay congruencia entre la formación impartida por las IES como conjunto y la demanda (puestos de trabajo), los egresados resultan “sobrecalificados”.
Se trata del desarrollo. La actual demanda a las IES no debería ser aceptada por el país. México requiere una gran reforma fiscal, un sustantivo crecimiento de la inversión pública, un desarrollo que proporcione empleos altamente calificados.