No cabe duda que la pérdida paterna es un trago amargo y complicado de superar. Pero hacerlo durante la adolescencia puede conducir a decisiones excéntricas e inusitadas como la de aguardar la inesperada y nunca planeada muerte propia sin separarse de la silla reclinable al lado de una amplia piscina en la casona familiar de piedra y baldosas y vegetación ubérrima en Cuernavaca, junto a la urna verdinegra con las cenizas.
Sin quitarse el traje negro –y más bien recortándolo para soportar el clima cálido y las altas humedades–, Oliverio (un Alejandro Areán de 13 años, tan odiador como odioso), regresa del funeral con la convicción de que su madre, la histérica sicoanalista dictadora de frases preconstruidas y compulsiva bebedora de vino, Mónica Huarte (Lily de la Piedra, de cabellera tan hirsuta), mató a su padre, el blandengue fotógrafo de muebles Jacobo Lieberman (Rómulo, frágil de sentimientos), quien sufrirá un fulminante infarto cerebral luego que la mujer le confiesa mantener un affaire con el colega uruguayo, el doctor Mata (el notable uruguayo César Troncoso), le ha pedido no sólo el divorcio sino mudarse no sin antes hacerle un estudio en su libro Paraplejia emocional.
A este excéntrico coctel familiar que plantea Oliverio y la piscina (México, 2021), debut en el largometraje de Arcadi Palerm-Artís, habrá que añadirle al hermano gemelo del padre, Remo (de nuevo el compositor fílmico Lieberman al ukelele) así como a la peculiar empleada doméstica Rosita (Jorge Zárate en mandil, colorete y bermeja cabellera teñida), así como a la infortunada compañera escolar que perdió la rifa para auxiliar en sus estudios al taciturno huérfano faltista, Marianita (una indiferente Camila Calónico que logrará la catarsis), en un drama que combina pasajes de humor negro, de los conflictos en una familia nuclear y la gradual aceptación de las circunstancias del destino.
“Recuerdo que comencé a escribir la idea un poco después de la muerte de mi padre, aunque con otros elementos, como un adolescente de 13 años y no en mi edad adulta. Creo que permitía todas las licencias que van sucediendo: el deseo de quedarse en la tumbona y no salir de ahí, también empecé a meter ciertos juegos para mofarme de los sicoanalistas, la que hace de mamá está basada en mi abuela paterna, académica de ciencias sociales con una tremenda torpeza emocional”, explica el director y guionista Palerm-Artís.
Oriundo de la Ciudad de México, pero radicado en Texas, con tres cortometrajes previos, Mantra (2005), Sirenas de fondo (2007) y Bajo el sol (2012), varios trabajos de publicidad y guionista de algunos episodios de Las crónicas del taco, coqueteó con muchos otros elementos que se transformaron en detalles no obvios pero que son guiños hacia el espectador como las tareas de física que Marianita lee a Oliverio, basados en elementos del budismo, del que fue afecto, y otros elementos que tienen ver con los procesos emocionales de los personajes, “que no sé si todos lo cachan. Pero volví a lo que te dicen los maestros de guion que es empezar de lo que conoces, de lo que te queda cerca”.
Muy pronto, Arcadi le planteó el proyecto a Gibrán Portela –con quien ya había coescrito– y comenzaron a trabajar con calma, sin un compromiso de fechas. Antes de carpetas y fondos lo primero era escribir un guion y ya cuando lo tuviéramos nos encargamos de lo que siguiera. De este modo iniciaron un proceso “larguísimo”, pues el libreto fue creciendo mucho en niveles, capas, matices e incluso, hacia el final, pasaron dos o tres noches en la locación para hacer un último ajuste, a nivel de trazos escénicos y adaptaciones a ese espacio, a esa arquitectura que no correspondía a lo que estaba escrito en detalles.
“Por ejemplo, siempre pensé que ocurriría en una cocina americana, abierta, pero en realidad encontramos una cosa distinta y había que adaptarlo. Ahora siento que fue buena suerte que el guion se haya atrasado porque llegamos en un momento óptimo”, explica el director.
Luego de ganar los premios Jorge Jenillek a Mejor Película y el de Mejor Actriz para Camila Calónico en el 13 Festival Internacional de Cine Latino de Uruguay (LatinUy); el de Best Rising Star en el 55 Houston International Film Fest para Alejandro Areán, así como el de Mejor Director y Mejor Película Internacional en el 22 The Santa Fe Film Festival, y ser seleccionado en San Diego, Los Ángeles, Schlingel, Columbus, Malibú, Beverly Hills, New Port y Guanajuato, ahora forma parte de la competencia de Largometrajes Mexicanos del 18 Festival Internacional de Cine de Monterrey (FIC Monterrey), a realizarse entre el 17 y el 28 de agosto.
Aunque la pandemia afectó negativamente a la industria audiovisual global, resultó afortunado para el proyecto ya que se filmó y editó previo al confinamiento, que llegó en medio de las prisas por conseguir el presupuesto faltante para la posproducción, por lo que decidieron hacer un segundo corte, trabajar mejor los efectos visuales y armarla un poco más cuidada, de modo que el estreno en festivales ocurrió hasta noviembre de 2021, cuando ya no se realizaban únicamente en línea sino en formato híbrido.
Desde la filmación en Morelos, el hotel donde todo el equipo se hospedaba estaba a 10 minutos de la filmación, lo que Palerm-Artís aprovechaba para trasladarse a pie en la mañana y le permitía entrar en ritmo y pensar en el rodaje e incluso para despertar “para ir calentando motores. Pero estar muy cerca permite ahí concentrados y si pudiera repetiría siempre esto de meterse en una burbuja y hacerlo todo ahí, incluso nos dimos el lujo, en la medida de lo posible, de filmarla en orden cronológico”, concluye.