Ciudad de México. Olivier Dautais, pintor, es cofundador de la compañía Teatro Entre Dos, que este 2022 cumple 10 años. Él y Alexandra Domarchi han participado en forma destacada en la vida cultural y artística de nuestro país. Alexandra, su esposa, es maestra del Liceo Franco Mexicano, y la adoran sus alumnos.
“Vine a México por amor –explica Olivier–. Los franceses nos movemos por amor. Conocí a mi mujer, Alexandra, en Marsella, en 1998. Alexandra es profesora de literatura francesa: ‘Yo me voy a ir’ –me avisó–. ‘¡Qué pena, ahí termina nuestra historia!’ ‘¿Por qué no vienes conmigo?’ ‘¿Adónde vas?’, ‘A El Salvador’, y le pregunté dónde quedaba, porque no tenía idea. Los franceses, además de no saber geografía, confundimos Argentina con México y no ubicamos los países de Centroamérica.
“Vivimos tres años en la posguerra de El Salvador. No había carreteras pavimentadas, recorríamos tramos de terracería, bosques, selvas espléndidas. Es un país que amamos profundamente, por su gente y por su naturaleza.”
–¿Conociste al gran poeta Roque Dalton?
–No, porque murió en los años 60. Lo leí, tengo sus libros, me encanta su poesía, su obra es desgarradora…
–“Pobrecito de mi país, que tiene nombre de hospital”, dice Roque Dalton en uno de sus poemas. Gabriel Zaid lo admiró y escribió sobre él…
–El país es chiquito, con gran densidad de población y muchas montañas. Pronto comprendí que los salvadoreños no habían vivido una guerrilla, sino varias.
–Se sabe que a Roque Dalton lo mató su propia gente…
–Dicen que lo mataron sus compañeros de su mismo frente por diferencias ideológicas. Su vida está vinculada con historias muy fuertes de la guerrilla Leí un libro del locutor Consalvi, quien animaba Radio Venceremos, la radio de la guerrilla del FMLN.
“Un día antes de que saliéramos de El Salvador invitamos a un amigo pintor a cenar, y llegó con un amigo suyo; platicamos, y de repente me di cuenta de que era Consalvi.
“Cuando El Salvador se estremeció por el terremoto de 2001, Alexandra y yo resultamos damnificados. Hubo un deslave que nos sepultó, así como a centenares de familias; murió muchísima gente. La dueña de la casa que rentábamos nos acogió. En su biblioteca vi unas fotos de su esposo militar, quien posaba con el nombre del Batallón Atlacátl, un grupo terrible del ejército regular salvadoreño.
–¿El ejército que atacaba a sus propios hermanos? ¡Qué horror!
–Él militar que Alexandra y yo conocimos se formó en Estados Unidos, en una escuela para oficiales y mercenarios de América Latina. Él, lo único que nos dijo fue: “No quiero hablar de la guerra; fue muy duro”. Cuando descubrí que estuvo en el batallón Atlácatl pensé: “Entiendo que haya sido duro, pero mi esposa y yo recibimos en nuestra casa a un hombre encantador, dulce, muy simpático, que perteneció a un batallón asesino”.
“Tengo otro amigo que se hizo ‘capitalista’, a pesar de tener un padre guerrillero. A los 10 años, su madre le hizo una mochilita para ir a la escuela. Cando regresó dijo: ‘Mamá, necesito cuatro mochilas para mañana, vendí la mía a un compañero’. Ya adulto, dueño de una maquiladora, tomó un curso de inglés, le pidieron definir su trabajo, lo pensó y respondió: ‘Soy capitalista’.”
–¿El hijo del guerrillero escogió ser un buen hombre de negocios?
–Cuando Alexandra y yo vivíamos en El Salvador él ya tenía tiendas en todo el país, restaurantes, un coche enorme y viajaba a Guatemala, a Honduras; nos invitaba a su ranchito, se tomaba una cerveza; iba a vender algo en Guatemala y regresaba.
“En la actualidad, en El Salvador a cada rato aparece una tienda que abre mientras otra cierra; toda la gente sale a vender. Conocimos a hombres y mujeres en un medio sociocultural que a los dos meses pertenecían a otro, porque los salvadoreños son muy dinámicos, muy creativos, bulle la vida. Me encantó vivir allá.”
–¿Por qué decidieron vivir en México?
–Como sabes, soy pintor, Alexandra es maestra. Decidimos venirnos con mis pinturas en un cochecito. Cada vez que pasábamos una frontera, me preguntaban: “¿Adónde va?” “Voy a Guatemala”. “Cuidado, en Guatemala te van a asaltar”. En la próxima frontera me preguntaban: “¿De dónde vienes?” “De El Salvador” “¿No te asaltaron? ¡Qué suerte! ¿Adónde vas?” “A México”. “¡Cuidado con México, allá te van a asaltar! México es terrible”.
“Nunca nos asaltaron.
“Cuando llegué a la Ciudad de México, en el primer puente donde termina la calzada de Zaragoza tomé el circuito Río de la Piedad, me detuvo un policía y me sacó una lana por traer placas salvadoreñas. Opté por regresar a El Salvador a vender el carro. Nos quedamos definitivamente en tu país, Elena. Alexandra dice que en México sus pies están en su lugar. Yo soy feliz si tengo un taller y puedo pintar.
“Es un delirio México, hay en él un dinamismo impresionante. Me identifiqué mucho con El Salvador, con Guatemala… América Latina es un continente inmenso, pero la Ciudad de México es absolutamente creativa. Y eso que no me gusta vivir en una ciudad; soy alpinista, camino, escalo, subo montañas…
“Alexandra también es amante de la naturaleza, y yo he pasado más de dos meses cada año en la montaña. Subimos juntos mi mujer y yo al Pico de Orizaba. Antes, en Europa, practicábamos alpinismo en Los Pirineos, que son muy difíciles de subir. Escalar plantea un problema de relación con la tierra.
“Caminar por las faldas de la montaña es escoger un camino peligroso. Conforme subes aumenta la dificultad, llega un momento en que un metro a la derecha puede provocar una caída mortal. El alpinista se juega la vida: ¿dónde pongo la mano? ¿En esta fisura o en esta otra? Tienes que adivinarlo, porque la montaña es muda. Lo que más me gusta es adquirir el nivel técnico indispensable para escalar y el contacto con la naturaleza. Los Pirineos son montañas de mil metros con una estructura geológica compleja, las rutas son muy solitarias. La relación con el paisaje es muy fuerte. La nieve, el hielo, la diversidad de las rocas, todo es vertiginoso y muy hermoso.”