Havita espera con ansias volver a abrazar a su madre Antonia, respirar su fresco aroma de campo que se permeaba entre la ropa de su madre. Lleva más de 16 años sin ver su tierra adorada de Ahuatepec Pueblo, una región nahua de la Montaña de Guerrero. La milpa fue su escuela, con mucho esfuerzo aprendió a leer y a escribir, un privilegio que sus padres no tuvieron. Se fue a Estados Unidos porque el trabajo en el campo no daba para saciar el hambre que imperaba en su familia y, además, el ambiente de violencia en la región cobró la vida de dos de sus hermanos.
Al estar más establecida del otro lado de la frontera, mandó por sus hermanos, pues al menos allá podrían trabajar y tener un mejor futuro. Desde entonces ha vivido con la esperanza de volver a estar con los suyos. Buscó por todo Nueva York opciones para mantener vivas sus tradiciones y costumbres, que le ayudaran a recuperar un poco del legado de su pueblo, que le hicieran recordar la región que dejó. Fue así como conoció la Red de Pueblos Trasnacionales, en uno de los lugares más recónditos de Nueva York. Descubrió la iniciativa que un grupo de personas tenían para dar a conocer la grandeza de los pueblos indígenas migrantes, para mantener vivas sus tradiciones, su lengua y lo más importante: poder transmitirla a sus hijas e hijos. Lo que más ilusionó a Havita fue que esto le permitiría volver a reunirse con su madre, doña Antonia.
Le emocionó escuchar el testimonio de personas de Puebla y Tlaxcala que han vuelto abrazar a sus madres o padres después de muchos años. Havita pensó que esto sería maravilloso para su familia. La ilusión de rencontrase con doña Antonia hizo que se motivara a participar en los actos de La Red, sabía que sus esfuerzos tendrían su recompensa. Estaba cerca el festival NewYorkTlan, espacio donde los pueblos indígenas migrantes de Nueva York dan a conocer sus tradiciones y logran reunificarse con sus familiares que están en México. Las comunidades que integran La Red preparan bailes, exposición de textiles, muestras gastronómicas, declaman poemas en sus lenguas y enseñan a tejer sombreros, entre otras cosas, que muestran la riqueza de sus pueblos.
Havita pensó que sería una gran oportunidad para que doña Antonia mostrará su habilidad para tejer servilletas. Ésa que por años le dio de comer a ella y a sus hermanos. Todo parecía un cuento de hadas. Congresistas en Estados Unidos dieron su aval para invitar a las personas que desde México vendrían a mostrar su arte al NewYorkTlan. Se enviaron peticiones a la embajada de Estados Unidos en México para agilizar su proceso de visado. Los pasos que restaban parecían lo de menos; sin embargo, fue ahí cuando empezó calvario.
Llegó la fecha en que las familias en México comenzarían con el proceso de obtención de pasaportes. Pareciera un simple trámite, pero para doña Antonia no fue así, pues ella fue registrada muchos años después de que nació y a eso se sumó que sus padres no sabían leer ni escribir, por lo que los errores en las actas de sus hijos eran comunes. Así, a pesar de cualquier discurso político diga lo contrario, quienes viven en comunidades marginadas y en situación de pobreza enfrentan mayores retos.
Después de corregir el acta de doña Antonia, necesitaba obtener el pasaporte. Con ayuda sacó una cita y se sabía que tenía que mostrar más documentos que el resto, pues la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), bajo el argumento de evitar suplantación de identidad, corroboraría todo. Fueron descartando uno por uno los documentos con que no contaba Antonia y que le decían podía presentar. Supo que no había forma de tener un certificado de estudios, pues apenas terminó el segundo año de primaria. Las actas de sus hermanos y hermanas estaban mal, por lo que tampoco eran pruebas válidas ante la SRE. Decidió acudir con los documentos que tenía a la oficina de pasaportes en Puebla, pensó que entenderían su caso y que comprenderían el entorno en el cual ella, como muchos indígenas de la Montaña de Guerrero, han crecido.
La decepción fue grande, no pasó ni de la primera revisión. Al no saber bien español no entendió qué le pedía el encargado de la ventanilla. Ella sólo sabía que no vería a su hija, con lágrimas agachó la cabeza y calló. Al final, el burócrata se escudó en que el sistema así se lo pedía, la regañó y le dijo no le podía dar el pasaporte. La pobreza de la Montaña impacta de muchas maneras, una de ellas es el acceso a documentos de identidad, pues aunque se considera un derecho, para ellos es más un privilegio.
Antonia regresó a la Montaña, todo el camino lloró, su corazón sentía mucha tristeza, pues la ilusión de ver a sus hijos estaba lejos. Habló con su hija Havita. Ella lloró mientras la oía. Doña Antonia le contó que dudaban hasta de la veracidad de las actas de defunción de sus hijos, que llevó para mostrar que era quien decía ser, “qué madre juega con eso. Eso es sagrado, cómo mentiría sobre eso”, le decía a su hija en nahua. Esa noche doña Antonia no pudo dormir, pues en su cabeza tenía la idea de que al día siguiente juntaría la infinidad de documentos que le pedían. Muy temprano se dirigió a Tlapa a solicitar los papeles, pero le dijeron que no podían darle las copias que necesitaba porque eso estaba fuera de su competencia. Llegando a casa se enfermó, un resfriado la tuvo en cama, ella sabía que era de tristeza por no poder abrazar a sus hijos en Nueva York.
El caso de Antonia no es el único: doña Rufina tiene más de 25 años sin abrazar a su hijo Arturo. Josefa no conoce a sus nietos y en 20 años no ha visto a su hija Eufemia. Anastasia no pierde la ilusión de volver a ver a su hija Zenaida. Guadalupe, a sus 90 años, sólo quiere estar un día con su hija Margarita, que se fue muy joven al norte. Todos estos casos tienen en común que son indígenas monolingües de la Montaña de Guerrero y que el acceso a documentos de identidad como el pasaporte se les ha negado, pues el estigma de la pobreza los persigue. Esa misma pobreza de la que huyeron sus hijos es la que ahora los hace tener que demostrar que ellas y ellos son mexicanos.