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Cultura

2022-08-13 06:00

La música de la divinidad

Wilkins en una imagen tomada del librillo del álbum The 7th Hand.
Wilkins en una imagen tomada del librillo del álbum The 7th Hand.
Periódico La Jornada
sábado 13 de agosto de 2022 , p. 12a

El nuevo descubrimiento del Disquero se llama Immanuel y se apellida Wilkins.

Alumno de los Marsalis, encabeza el relevo generacional, la renovación y el refrendo de la lucha por los derechos y la supervivencia de la comunidad negra, cuya revolución cultural siempre ha estado abanderada con música.

Saxofonista y compositor, Immanuel Wilkins posee un sonido que lo identifica de inmediato, lo cual no es fácil conseguir, especialmente en un instrumento, el sax contralto, en el que abundan los lugares comunes, la saturación y las repeticiones.

Logró conseguir ese sonido al acercarse al saxofonista Brandford Marsalis y buscar a su hermano, Wynton Marsalis, para lo que se trasladó desde su natal Filadelfia hacia Nueva York, donde estudió en el conservatorio de artes Julliard. Uno de sus maestros, Jason Moran, le produjo su primer álbum, Omega, considerado por los especialistas como el mejor del año 2020, pero antes Wynton Marsalis lo encaminó hacia un disco nodal: Town Hall, de 1962, de Ornette Coleman.

“Igualar el sonido Coleman se convirtió en gran parte de lo que hago”, define Immanuel Wilkins, refrendando el procedimiento clásico para lograr un estilo: comenzar por imitar a grandes maestros, hasta lograr voz propia.

La voz de Immanuel Wilkins, su sonido, es inconfundible: suave, pleno de ternura, tiende un arco desde el lamento hasta el grito (el shout, elemento fundamental del gospel), atraviesa estilos conocidos, territorio que confunde a muchos críticos de jazz, quienes al reseñar sus discos elaboran una lista de sus saxofonistas preferidos que creen que Immanuel imita, cuando él dejó de imitar hace muchos años, porque tiene voz propia y contundente.

Su álbum debut, Omega, lanzado hace dos años, cuando tenía 27 de edad, deslumbró de inmediato a todos. Su sonido sensual, su originalidad, su música tan llena de significados, su construcción sinfónica (Julliard es una de las mejores escuelas en el mundo para la enseñanza de la composición musical) y su contenido altamente espiritual, puso de cabeza al mundo del jazz y hoy los reflectores se encienden con más wattaje porque su segundo álbum, The 7th Hand, es una obra maestra.

En Julliard, Wilkins construyó su Nirvana. Allí conoció también a sus compañeros de viaje, los integrantes de su extraordinario cuarteto: el pianista Micah Thomas, el bajista acústico Daryl Johns y el percusionista fuera de serie Kweku Sumbry. Protagonistas todos ellos de los dos álbumes que le bastan hasta ahora a Wilkins para coronarse soberano del panorama de la música nueva.

Omega está construido como una unidad temática. Contiene 10 piezas pero en realidad se trata de una sinfonía para cuarteto de jazz, donde cada episodio tiene su propio peso específico y van acumulando energía hasta llegar a un clímax final o coda. Forman una suite donde cada elemento tiene vida propia.

Los títulos de esos movimientos sinfónicos hablan por sí solos: Warriors (en el sentido espiritual y de lucha social), Ferguson-An American Tradition (en alusión a sus preocupaciones de identidad cultural), The Dreamer (su vocación), Mary Turner-An american Tradition, Grace and Mercy, mientras los cortes 6 a 9 llevan el prefijo Part 1 (The key), 2 (Saudade), 3 (Eulogy) y 4 (Guarded Heart), para culminar en el corte final, que da título al disco: Omega, en una de las acostumbradas apoteosis a lo Immanuel Wilkins.

Ese mismo modelo sigue su nuevo disco: The 7th Hand, y lo lleva a sus últimas consecuencias: siete piezas con energía que se acumula hasta llegar a la séptima (The 7th Hand), titulada Lift (Elevación), una sinfonía en sí misma, de 27 minutos de duración (siempre el número siete) en una serie de siete clímax y que se erige como la obra más importante que se ha escrito en muchos años en el territorio de la cultura jazz. Sin que existan similitudes ni estilísticas ni temáticas ni de tono, la referencia al Bitches Brew de Miles Davis es inevitable, en cuanto libertad creativa, esplendor.

Immanuel Wilkins escribe e interpreta música espiritual en parte porque es miembro de la iglesia pentecostal y por eso aparece en la portada del disco recibiendo el bautismo en un río y por eso se titula así su disco, proveniente del Libro de Ezequiel, donde el profeta recibe la orden divina de construir un altar con las medidas de “seis codos y una palma”.

Las manos con el centro de la vida espiritual, son muy poderosas, ha explicado Immanuel Wilkins a distintos reporteros: en la iglesia, esas manos levantadas son señal de alabanza pero también se levantan esas manos ante la policía, ironiza.

Es clara la postura ideológica y política de Immanuel Wilkins: forma parte de la revolución cultural iniciada en los años sesenta (en el Disquero de la semana pasada nos ocupamos de ese nacimiento, cuando reseñamos el documental Summer of Soul, que se exhibe en la Cineteca Nacional).

Immanuel Wilkins denomina a su obra así: “música sagrada”, y así organiza sus obras, como un ritual donde el escucha se transporta hacia el éxtasis mientras los músicos se conducen poseídos por una fuerza divina.

Recomiendo mucho disfruten el video (en YouTube, o en la página web de Immanuel Wilkins, o en la de su disquera, Blue Note) titulado Don’t Break, donde escuchamos el segundo de los siete cortes del nuevo disco de Wilkins y vemos en pantalla una obra de arte: un breve filme donde varias niñas juegan a saltar la cuerda mientras en el fondo esplende un librero de pared a pared, de piso a techo, poblado de miles de libros en desordenado orden; suena la bella música y vemos a las niñas practicar danzas rituales: footwork, line-dance y double-dutch, y al final escuchamos los tambores del agrupamiento Farafina Kan, al que pertenece el pianista del cuarteto de Wilkins: Kweku Sumbry.

Ahora los invito a que disfruten el video que se encuentra en la página del Instituto Smithsoniano, donde aparece el grupo Farafina Kan, formado por niñas, niños, jóvenes armados de percusiones africanas y otros niños al frente practicando danzas africanas.

Doblemente impresionante, porque nos enteramos de que esos niños que danzan y tocan tambores son estadunidenses, cuando hubiéramos jurado que son todos africanos. Así de victoriosa es la revolución cultural de la comunidad negra.

La música de Immanuel Wilkins es sumamente poderosa. Su inspiración divina se concretiza en sonidos que parecen nacidos en otras dimensiones. Cumple su propósito: ser los transmisores de energías divinas, de mensajes de otras eras, ser poseídos por el espíritu de la música y hacer audible su propia divinidad.

Al igual que el precepto budista de que todos los humanos poseemos la semilla de la budeidad, Immanuel Wilkins pone en práctica el principio de que todos poseemos la chispa divina y la divinidad nos habita.

He aquí, en consecuencia, la música de nuestro divinidad interior.

El poeta Harmony Holiday define así el disco The 7th Hand en las notas al programa: “El sonido del acto de abandonar nuestros cuerpos físicos para retornar a nuestros cuerpos físicos, o del cómo el abandono puede convertirse en liberación mediante el correcto correr de nuestras aventuras y el impulso de desentrañarlas para entenderlas”.

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