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2022-08-10 06:00

La guerra y la cerrazón alteran el arte, la cultura y el ocio

Vladimir Mashkov, director del Teatro de Oleg Tabakov, entusiasta partidario de la invasión a Ucrania, ordenó, sin que nadie se lo pidiera, colgar una enorme manta con la letra Zeta, distintivo del ejército ruso en suelo ucranio, en la fachada del inmueble, ubicado en Moscú, como muestra de apoyo a la campaña militar.
Vladimir Mashkov, director del Teatro de Oleg Tabakov, entusiasta partidario de la invasión a Ucrania, ordenó, sin que nadie se lo pidiera, colgar una enorme manta con la letra Zeta, distintivo del ejército ruso en suelo ucranio, en la fachada del inmueble, ubicado en Moscú, como muestra de apoyo a la campaña militar. Foto Ria
Periódico La Jornada
miércoles 10 de agosto de 2022 , p. 30

Moscú. La capital de Rusia se distinguía por tener lo que muy pocas ciudades pueden presumir: una amplia y diversa oferta cultural –museos, exposiciones, teatros, conciertos, cines, librerías–, que ya no es igual desde hace cinco meses, cuando comenzó la “operación militar especial” del otro lado de la frontera.

El conocedor público moscovita –orgulloso de sus raíces a través del legado que dejaron sus ilustres antepasados en la música, la literatura, las artes plásticas o el arte dramático– ya no podrá asistir al estreno de las más recientes creaciones de algunos de sus más reconocidos contemporáneos como Kiril Serebrennikov, cuya puesta en escena del Monje negro con actores alemanes y rusos inauguró este año el Festival de Aviñón, exiliado él en Berlín y clausurado su Gogol–Tsentr (Centro Gogol), que tenía fama de ser uno de los mejores teatros de esta capital.

Desde luego, el Museo Pushkin o la Galería Tretyakov, por mencionar sólo dos imprescindibles templos del arte universal, siguen abiertos al público para que pueda admirar sus valiosos cuadros, pero a consecuencia de la guerra ya no podrán intercambiar, como antes, exposiciones temporales con muchos museos de otros países.

El Pushkin sigue habilitando una de sus salas para las ya tradicionales veladas musicales y la siguiente está dedicada a Antonio Vivaldi, con el cuarteto de cuerdas Capriccio, formado por jóvenes mujeres, auténticas virtuosas que han ganado numerosos concursos internacionales, que van a interpretar Las cuatro estaciones.

Durante esta primera semana de agosto el Teatro Bolshoi ejerció de anfitrión de la gira del Teatro Académico de Ballet Leonid Yakobson de San Petersburgo, que ofreció piezas magistrales que han dado la vuelta al mundo en los mejores escenarios como El lago de los cisnes, La bella durmiente o Don Quijote, en la lectura de uno de los coreógrafos más grandes de Rusia en el siglo XX que da nombre a la compañía, la cual este año cumplió 50 desde su fundación.

Pero quienes prefieren una música menos clásica pudieron deleitarse con la magia de Aleksei Arjipovsky, una suerte de Ludovico Einaudi sin piano y con balalaika… eléctrica. El suceso tuvo lugar hace unos días en el teatro al aire libre de la VDNJ (siglas de ese inmenso centro de ocio que en la época soviética se fundó como exposición nacional de logros económicos y ahora se vanagloria de que pronto, cuando empiece a funcionar, tendrá la rueda de la fortuna más grande del mundo, incluso unos metros más alta que el Ain Dubai, el llamado Ojo de la ciudad emiratí que se levanta entre el desierto de Rub Jali y el golfo Pérsico).

Agosto no es el mejor mes para ir al teatro, ya que las compañías financiadas por el Estado bajan la cortina y reanudan labores hasta septiembre. Pero quien quiera ver una obra esta semana, podrá seleccionar entre estas cuatro en dos sitios: el musical Jesucristo, superestrella, en el teatro Mossovieta; Hamlet: Crónica de una noche, en el teatro Sobitiye; Un hombre en una habitación cerrada, en el Mossovieta, y Oneguin, en el Sobitiye.

También queda la opción de acudir al Teatro.doc, especie de oveja negra teatral por no estar de acuerdo con la política del Kremlin. Por ello no recibe ni un quinto del presupuesto federal y sobrevive con los ingresos de taquilla. Ofrece un espectáculo diferente casi a diario y, esta semana, sobresale el estreno de ¿Qué hizo usted ayer por la noche?, del dramaturgo Dimitri Danilov, llamado por la crítica genio del absurdo, que debuta también como director de su propia obra.

Cancelación también aquí

La política de cancelación de todo lo ruso que se practica en Estados Unidos y Europa desde el 24 de febrero es, sin duda, una aberración. Inexplicable por donde quiera verse y contraproducente. Sirva de ejemplo la grotesca decisión de las autoridades españolas de cerrar el Museo Ruso de Málaga, filial del de San Petersburgo, y de suspender las pláticas para abrir una sucursal del Hermitage, también de San Petersburgo, en Barcelona.

No menos afortunado es que aquí en Rusia se aplique otra variedad de esa misma política de cancelación: contra todo lo que huela a Ucrania y contra sus propios creadores que se atreven a expresar una opinión distinta a la del Kremlin.

Así, en Moscú se clausuró la Biblioteca de Literatura Ucrania porque era un “foco de difusión de ideas nacionalistas y nazis” o se retiró de los murales que adornan los pasos subterráneos de la céntrica plaza Pushkin la inscripción de que era un regalo de un banco de… Ucrania.

Y en Rusia prestigiados directores de teatro y actores se quedan sin trabajo, afamados músicos ven cómo se cancelan sin razón sus conciertos, destacados escritores no pueden publicar sus libros, y algunos optan por el exilio o por dejar de opinar.

Esto afecta incluso a los rockeros, muchos de los cuales no tienen pelos en la lengua y sueltan lo que creen y están siendo apartados de sus seguidores. El portal de noticias Fontanka elaboró una lista de 35 grupos y cantantes que tienen prohibido dar conciertos en Rusia, su propio país, y algunos, como Yuri Shevchuk, líder del grupo DDT, pueden acabar en la cárcel por “desacreditar al ejército ruso”.

Las autoridades, que parecen empeñadas en cerrar la boca a quienes están en contra de la guerra, poco a poco están despejando el campo de la cultura, el arte y el ocio de quienes pretenden tener una opinión propia.

El teatro es un elocuente ejemplo de lo que está pasando: en estos meses destituyeron a los directores del ya mencionado Gogol-Tsentr, Teatro Vajtangov, Teatro Mayakosvky, Teatro Escuela de Obras Contemporáneas, Centro Meyerhold, Teatro Sovremennik, Teatro Viktiuk y otros.

Los nuevos directores se suman a los que forman parte de la monotonía gris de leales. También hay directores que respaldan por convicción la “operación militar especial”.

Entusiasta partidario de la invasión a Ucrania es el actor Vladimir Mashkov, ahora director del Teatro de Oleg Tabakov, antes llamado por el público con el cariñoso sobrenombre de Tabakerka en honor a su fundador ya fallecido. Sin que nadie se lo pidiera, Mashkov ordenó colgar una enorme manta con la letra Zeta, distintivo usado por el ejército ruso en suelo ucranio, en la fachada del teatro como muestra de apoyo a la campaña militar.

Algunos afamados directores como Konstantin Bogomolov, al frente del Teatro Malaya Bronnaya, de plano procuran no hablar de política y otros como Yevgueni Mironov, director del Teatro de las Naciones, se ven forzados a cambiar de opinión: primero criticó la invasión y, puesto ante la disyuntiva de emigrar o expresar su respaldo, aceptó ir a Mariupol como parte de una delegación de funcionarios moscovitas que inauguraron un monumento a los “liberadores del nazismo”.

El teatro que viene

Para la temporada teatral que se ini-cia en septiembre ya se publicita co-mo gran suceso el estreno de Einstein y Margarita en el Teatro Taganka –famoso más por nostalgia pues, salvo el recuerdo, nada queda dela larga y fructífera etapa en que lo dirigió Yuri Liubimov– de un espectáculo que tiene por eje la historia de amor del egregio físico y una mujer rusa, tan hermosa como casada.

En tiempos de Liubimov el Teatro Taganka se situó en la vanguardia de los mejores del mundo, entre otras obras, por El Maestro y Margarita, pero la similitud de los títulos puede atraer sólo a quienes no hayan leído la novela de Mijaíl Bulgakov. También Margarita se llamaba la esposa del escultor ruso emigrado Serguei Konenkov, que en 1935 recibió en Princenton el encargo de hacer un retrato en bronce del autor de la Teoría de la relatividad.

Cuando los personajes se conocieron surgió un amor a primera vista que terminó 10 años después cuando ella –acorde con el estereotipo de fidelidad de la mujer soviética que satisfizo al ministerio de Cultura que autorizó la puesta en escena–, le comunica a su amado que su marido decidió que la pareja ya nada tenía que hacer en Estados Unidos y volvería a la Unión Soviética.

El dramaturgo Aleksandr Gelman no aclara si la conocida foto de Einstein sacando la lengua se hizo el día que Margarita, su amante, le comunicó la triste noticia.

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