Fui fan (entonces no era moneda corriente esta palabra) de la peña Tecuicanime y, desde luego, de Margarita y Antar –más de Margarita, que me perdone Antar. (No, no fui, soy, lo soy; de aquella, no sé ahora cómo ande, Tecuicanime, la de los 70). Para muchos, imposible ignorarlo, eso será llanísimamente ridículo. ¿Y? ¿Alguien de aquellos tiempos podría olvidar los molletes, el café, la cercanía, aquella, todavía tan cercana, cercanía?
No lo van a creer (claro que lo van a creer, soy yo mismo quien no acabo de creérmelo): En distintos momentos tapatíos –y ambos tan desafortunados, caramba– escuché “en vivo” a Bob Dylan (daba flojera, y muchísima, que su público, según eso nosotros, le diéramos flojera) y a Joan Báez, la preciosa Joan Báez, quien en auditorio que años después se caería, cantó bonito, como siempre, pero sin demasiadas ganas (igual se le agradece). Nos habíamos quedado aquella tarde dominical Lilia y yo luego de sorprendernos matutinamente con no sé quiénes además de Antar y Margarita y, ahora uno de mis grandes amigos, Víctor Martínez.
No inventes. ¿Gente así existe? Existe, Yáñez, me dije, y por ella existes. No sin ella. ¡Cómo! Y así llegamos al punto. Después de la Tecuicas…
Hay un lugar de nombre que parece pretencioso (no lo es), el Centro Cultural Macario Matus, el CCMM, en corto El Macario, algo de lo más modesto, algo de lo más (dirían los brasileños) legal. Lo dirige el físico matemático Feliciano Carrasco, hablante zapoteca y músico también o quizá sobre todo. Es un lugar al que una vez que se llega no se quiere ya uno ir. Es un lugar que dice: ahora existes, y no ahora, desde siempre. Díganme si no eso es la poesía (se supone que aquí hablamos de poesía), desde siempre nos dice.
El pasado sábado, 6 de agosto, se cumplió un luctuoso año más sin la afectuosa presencia del oaxaqueño Macario Matus, poeta, gestor cultural, periodista y, con las dificultades que se quiera, mecenas en cuyo honor subsiste, persiste, existe un pequeño rincón en Tlatelolco que nos hace existir, persistir, subsistir (edificio Querétaro, frente al Jardín Santiago, abierto los fines de semana).
Gracias, Feliciano; gracias, Macario. Gracias a los no pocos amigos que hacen lo posible y lo imposible para que tal espacio, pequeño y a la par tan espacioso, nos siga dando espacio, oxígeno, lugar, habitación y cosmos, sitio, nacimiento.