A medida que se avanza rumbo a las elecciones de octubre en Brasil, más tensa se hace la vida en el país del ultraderechista y desequilibrado presidente Jair Bolsonaro.
Como figura de proa de un buque rumbo al naufragio, él renueva un ya formidable arsenal de advertencias que serían ridículas si no fuesen, a la vez, más y más amenazadoras y, por eso, peligrosas.
La actual legislación electoral brasileña es muy clara: los partidos deben definir sus candidatos a presidente, gobernador, senador, diputado nacional y diputado provincial hasta anteayer 5 de agosto, y tienen 10 días para registrar las postulaciones en el Tribunal Superior Electoral (TSE).
A partir del 16 de agosto queda autorizada la campaña en las calles, con movilizaciones, pancartas, distribución de propaganda impresa, mítines, mientras el día 26 se permite la publicidad en radio y televisión. Curiosamente no hay referencia a las redes sociales, que experimentaron un crecimiento muy fuerte no previsto por la legislación.
Desde siempre, ese claro y riguroso calendario no se respeta. Sin embargo, nunca antes se vio algo semejante a lo que se constata ahora. Desde hace un año, Bolsonaro insiste en mantenerse en una campaña electoral permanente.
Acorde con todos los sondeos y encuestas respetables, el ex presidente Lula da Silva aparece como franco favorito sobre el actual mandatario. Existe la posibilidad real, aunque un tanto lejana, de que Lula gane en la primera vuelta el domingo 2 de octubre.
Y precisamente frente a ese cuadro se mueve Bolsonaro. Mientras no logra otra cosa que disminuir en pocos puntos la ventaja de Lula, el ultraderechista se esmera en aumentar el tono de su discurso rabioso y esparcir más amenazas contra la democracia, con los integrantes que se dividen entre el Supremo Tribunal Federal y el Tribunal Superior Electoral como blanco favorito de su furia.
Rodeado por altos oficiales del Ejército retirados, Bolsonaro insiste cada vez más en amenazas contra el sistema de votación con urnas electrónicas. Utilizado desde 1996, el método jamás registró un caso de fraude. Pero en su desequilibrio creciente, Bolsonaro no hace otra cosa que denunciar su uso alegando que el resultado será fraudulento.
Si los generales retirados que lo rodean se muestran totalmente adeptos a sus exabruptos contra el sistema democrático, los militares en activo optaron hasta ahora por un silencio sepulcral. Nada impide, en todo caso, que las amenazas estridentes de Bolsonaro se repitan.
Su última propuesta es que se utilicen las urnas electrónicas desde que la votación sea filmada. O sea, el elector se acerca al mismo tiempo a la urna y a una cámara. Sería ridículo si la afirmación no fuese peligrosa.
El mandatario exalta la lealtad de la minoría furiosa que lo sigue. Hay claros indicios de que parte de esa militancia adoptará posiciones agresivas en manifestaciones callejeras de aquí hasta las elecciones.
Si no se hace lo que él quiere, Bolsonaro ya dejó claro que se opondrá al resultado de las urnas. Nadie sabe lo que vendrá después.
En los últimos días, el mandatario repite a sus interlocutores de confianza que teme “seguir el ejemplo de Jeanine Áñez”, la senadora boliviana que luego de un golpe contra Evo Morales asumió la presidencia de su país. Ella fue presa y cumple una sentencia de 10 años de cárcel.
Frente a esa posibilidad, Bolsonaro ya avisó: resistirá con arma en puño, “disparando para matar”.
Sería otra afirmación ridícula, si no fuese definitivamente peligrosa.