Tal vez por haber sido el primer presidente estadunidense afroamericano, nacido en Honolulu, Hawái, y descendiente de una amplia familia de Kenia, el Comité Noruego del Nobel pensó en ese novedoso hecho y decidieron que el Premio de la Paz debería otorgarse al recién electo presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Quizá con esta decisión el galardón recuperaría algo de su prestigio perdido, después de las fuertes críticas por entregar la medalla a Henry Kissinger, ex secretario de Estado de Estados Unidos de 1973 a 1974.
No obstante la fama que ha adquirido el premio, éste es sumamente limitado. Luchadores y luchadoras pacifistas existen en todos los continentes y en casi todas las culturas e ideologías. Este galardón se otorga “a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”.
Si el requisito se respetara, no pocos tendrían que devolver la medalla, el diploma, el dinero y retractarse de los beneficios políticos o económicos subsecuentes.
Este es el caso de Obama. No se esperaría algo diferente si el premiado cumpliera lo estipulado. Sin embargo, a lo largo de sus dos periodos, los conflictos armados y guerras de mediana y baja intensidad continuaron. El presidente no fue capaz de evitar los aproximadamente 15 enfrentamientos armados que se produjeron durante su gobierno.
El hecho más cercano que tuvo Obama al requisito de la promoción de la paz fue el inicio de gestiones para cancelar el bloqueo económico que Estados Unidos había mantenido durante seis décadas –injustificada e ininterrumpidamente– contra Cuba, una nación que sólo reclamaba su quebrantada soberanía. La administración de Obama terminó y la sanción continuó. El siguiente presidente, el republicano Donald Trump, al tomar el cargo suspendió todo tipo de gestiones para terminar con la criminal sanción, y, sin embargo, se habló de la posibilidad de promoverlo como candidato al Premio Nobel de la Paz.
No sólo éste, sino el alto a los abusos de autoridad, deben ser incluidos en los requisitos para obtener tal premio.
Dos ejemplos de lo anterior son la entrega ilegal de las reservas de oro que pertenecen al gobierno bolivariano de Nicolás Maduro Moros que, por abuso de autoridad, el gobierno inglés entregará al farsante y fracasado autonombrado presidente de Venezuela, Juan Guaidó; así como la reciente aparición de la funcionaria demócrata estadunidense Nancy Pelosi en territorio chino, que lo dice todo y de forma abierta.
La política exterior estadunidense se caracteriza por el abuso de autoridad y una falta total de responsabilidad diplomática. Al gobierno en funciones no le preocupa demostrar que Estados Unidos es el país más agresivo del mundo. Ningún acuerdo, tratado, pacto, o lo que sea que firme, lo respetará para mantener la paz. Lo que cuenta primero para ellos son sus negocios y la obsesión por su hegemonía. Pese al fracaso de la guerra de Rusia contra Ucrania –que evidentemente promovió el gobierno de Joe Biden–, ahora juega al “hermano mayor y protector” con la imprudente visita “no oficial” de una integrante de su gobierno a la isla china de Taiwán.
El cómodo argumento de “independencia de acciones”, que el cargo de presidente de la Cámara de Representantes le otorga a la congresista Pelosi, explica por qué su jefe Biden no objetó la visita. Una alerta preventiva debió transmitirse a la funcionaria, sólo por evitar mayores conflictos.
No lo recuerdan, o no lo han querido asumir abiertamente, pero la historia de Estados Unidos es una de continuos conflictos armados y diplomáticos a causa de su obsesión hegemonista. En innumerables ocasiones han perdido las batallas que originalmente provocaron sus propios gobiernos. Es evidente que ya no recuerdan la tragedia provocada en Vietnam y en miles de familias estadunidenses.
“Quienes critican las decisiones del comité arguyen que Alfred Nobel quiso que el premio reconociese a líderes que trabajaran para el desarme y no que éste fuera destinado a diplomáticos, ecologistas y defensores de derechos humanos” (https://p.dw.com/p/16OZp). El comité tiene una tarea vital. Volver los ojos a los conflictos armados que ningún ganador por la paz ha logrado enfrentar y dar la batalla decisiva por el desarme. De los 56 premios por la Paz, 20 fueron otorgados a estadunidenses, país que vive del armamentismo.
Ni Rusia ni China han promovido ninguna guerra en contra de Estados Unidos. Éstas son, además de inútiles, devastadoras para las economías, especialmente de los países con menos recursos. Tanto el presidente Vladimir Putin como Xi Jinping tienen derecho a defender sus territorios y soberanía por la vía armada, pero las consecuencias las paga directamente la población civil, mientras las secuelas las sufrimos en todo el mundo.
Podemos concluir que ningún premio de la Paz ha funcionado. Una de las razones, como en otros galardones, es que el Nobel también está corrompido. Se ha otorgado como apoyo político individual, como estrategia geopolítica, aunque también se ha reconocido, en algunos casos, la labor por el desarme, tal como lo instruyó el fundador del galardón Alfred Nobel.
Nuestro reconocimiento al diplomático y escritor Gilberto Bosques Saldívar, gran luchador social por el desarme y único mexicano ganador del Premio Nobel de la Paz.
Twitter: @AntonioGershenson