Alguien dijo que el beisbol es como la ópera: empieza aburrido y termina interesante. Pero con estos Diablos Rojos del México no hay tiempo para oberturas. Directo a la pasión, la crueldad y el suspenso desde que pisan el escenario, su diamante de fuego. Si el público se enciende con las volteretas, pues a subir y bajar en la pizarra, para que sientan el hormigueo del riesgo y el vértigo de la ventaja.
Los Pingos ganaron 18-17 a Guerreros de Oaxaca en un juego demente en el parque escarlata para asegurar el liderato de la zona sur rumbo a los playoffs.
Un partido polémico, de volteretas y muchos cuadrangulares, mal picheo, pasaportes y golpes con bola, lluvia y, como si hiciera falta, una trifulca entre peloteros en el diamante que se desbordó hasta los jardines. Lo de la tarde del sábado fue para la memoria.
Diablos luchaba en este partido por asegurar el liderato de zona. Los Guerreros ya no tenían nada a que aspirar, pero demostraron el suficiente orgullo para no ser utilizados como escalón por nadie.
El tiempo en el beisbol, también se dice, no existe. Y esta tarde se confirmó: cinco horas y media de juego, un parpadeo para los amantes de este deporte.
Los cañonazos de los Rojos los conectaron Julián León, de dos anotaciones; Jasson Atondo, de tres; Emmanuel Ávila recetó uno más de tres timbres para una de las tantas volteretas, pero quienes se vistieron de héroes fueron Moisés Gutiérrez con su grand slam y el solitario de Rio Ruiz, que fue la carrera de la victoria.
Lo que los Rojos ganaban a tablazos, lo arruinaban con el mal trabajo los serpentineros. Los encargados de tejer esa intriga fueron los relevos de Diablos, Alemao Hernández, y sobre todo Bernardo Flores y Sasagi Sánchez, quienes ni siquiera lanzaron una entrada completa y comprometieron de manera peligrosa el resultado.
El taponero Bruce Rondón sacó el antepenúltimo out, faltaban dos para la victoria, pero golpeó al bateador Roberto Méndez y fue expulsado de la lomita. El bombero fue Gonzalo Ochoa.
Último turno y todo era tensión y nervios después de tantas horas. El final fue sublime: una doble matanza para culminar un juego que será imborrable.