En el primer tramo del recorrido que hasta ahora lleva como figura política de primer nivel, Adán Augusto López Hernández mostró prendas que le hicieron ver como un complemento equilibrante, sosegado y negociador del ejercicio presidencial hiperactivo y frecuentemente confrontacional.
Paisano y amigo de Andrés Manuel López Obrador, el nuevo secretario de Gobernación recuperó con rapidez las facultades básicas de esa oficina, las cuales nunca se le permitieron ejercer realmente a Olga Sánchez Cordero. Recibió a políticos opositores, hizo tratos de distensión provisional con varios de ellos (el tamaulipeco García Cabeza de Vaca, por ejemplo) y pareció plausiblemente apaciguador.
Pero la fiebre de las precandidaturas adelantadas, el tráfago corcholatero, lo arrojaron a la necesidad de descomponerse en esfuerzos para seguirse congraciando con la superioridad, a la destemplanza en el discurso placero, a la militancia partidista y la acción facciosa en detrimento de la función conciliadora de Bucareli, al ácido de la inmediatez declarativa con tufo de altivez e insensibilidad.
La más reciente de sus pifias, al regatear o negar confianza a la madre de una persona desaparecida, tiene antecedentes igualmente significativos: un viaje en avión militar para promover en un contexto partidizado el ejercicio de revocación de mandato presidencial (de tal episodio, la Guardia Nacional y la propia Secretaría de Gobernación decidieron reservar la información por varios años); una referencia extintiva al Instituto Nacional Electoral (“si me corre el INE no importa, porque ya lo van a desaparecer los diputados”), no para negar una acusación de conductas futuristas impropias, sino para solazarse de que no pudiera haber castigo, y, por último, a reserva de lo que se acumule, una frase que el también tabasqueño ha repetido para fines lisonjeros, jugando a la deificación de su máximo mando político: “los tiempos del Señor son perfectos”.
A propósito de temas religiosos, ayer entró en vigor la nueva regulación papal para la Prelatura de la Santa Cruz y del Opus Dei. Fundada en 1928 por el sacerdote español Josemaría Escrivá de Balaguer, fue potenciada y privilegiada en 1982 por Juan Pablo II mediante la Carta Apostólica Ut Sit, que instituyó al Opus Dei como la única prelatura personal; es decir, regida por un obispo sin diócesis, sin territorio específico, de tal manera que los presbíteros pertenecientes a “la Obra” podían recurrir al consejo o instrucción de su obispo opusdeísta aunque físicamente estuviesen en otra diócesis.
El papa Francisco, mediante un documento personal (motu proprio) llamado “Ad charisma tuendum” (Para tutelar el carisma, en latín), ha modificado la normatividad del Opus Dei, retirando la condición de obispo a su superior, Fernando Ocáriz Breña (español, 77 años de edad, nacido en París, hijo de exiliados republicanos), sometiendo a “la Obra” al dicasterio del clero, no de los obispos (Ocáriz ya no lo es), estableciendo que debe rendir un informe anual “de la situación de la prelatura y del desarrollo de su trabajo apostólico” y privilegiando expresamente que la conducción del Opus Dei esté “basada más en el carisma que en la autoridad jerárquica”.
En México, el Opus Dei ha concentrado esfuerzos en el ámbito educativo y empresarial. La Universidad Panamericana trata de formar en su doctrina a jóvenes miembros de familias con gran poder económico. La académica Virginia Ávila, especializada en el tema, asegura que en el proceso de consolidación del Opus Dei en México ha sido “motor principal la fundación de la primera escuela de alta dirección de empresas en América Latina, Ipade, por numerarios y supernumerarios y dirigida espiritualmente por sacerdotes” (https://bit.ly/3zAbHEi).
El proceso de reformas emprendido por el papa Francisco podría ser amortiguado por las inercias y el pragmatismo. Habrá de verse lo que suceda con “la Obra”, que se suma a los Legionarios de Cristo en cuanto a desgaste social y degradación en términos jerárquicos. ¡Hasta el próximo lunes!
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