Para la literatura y la cultura es esencial la escucha, que las mujeres han sabido entender como “una manera de la creación, pues la escritura nunca es solitaria”, sostiene el narrador y cronista Juan Villoro a propósito de su novela para niños publicada recientemente, El profesor Zíper y las palabras perdidas.
El texto, editado por el Fondo de Cultura Económica y el cuarto sobre el profesor Zíper, aborda el tema de quién es el dueño del lenguaje en un relato donde una mafia de eruditos y académicos se quieren quedar con las palabras en beneficio propio.
“La gran metáfora es que el verdadero dueño del idioma es el pueblo, las personas que lo modifican con el uso”, dice a La Jornada el autor del libro dedicado a la lexicógrafa María Moliner.
Villoro (CDMX, 1956) cuenta que incluyó como personajes a “figuras reales que quiero mucho, como el escritor Pancho Hinojosa o el caricaturista Rafael Barajas El Fisgón –quien también ilustra el libro–. De pronto ellos, que son tan elocuentes en la vida real, se quedan sin palabras. Quizás en el aislamiento de la pandemia yo tenía miedo de perder contacto con los otros, de no poder oír lo que decían sin saber que muy poco tiempo después iba a tener un impedimento físico que me dejaría sordo a medias”.
Explica que “Moliner, por cuenta propia en tiempos de la dictadura franquista, hizo un excepcional diccionario de uso del español en España. No fue admitida en la Academia por machismo, porque era republicana y porque se consideraba que el español debía ser decidido por jerarquías, no por la forma en que la gente lo utilizaba”.
El cronista añade que “toda literatura está hecha de voces colectivas, del ambiente de la época y de influencias muy remotas; entonces saber escuchar es saber crear y en Las palabras perdidas esto se vuelve esencial porque uno de los temas de la historia es el lenguaje como comunidad. La aventura consiste en recuperar esas voces perdidas”.
Recuerda que escribió un texto cuando Elena Poniatowska recibió el Premio Cervantes donde consignó que “la mayor parte de su escritura depende de oír a los demás, porque ha hecho miles de entrevistas y ha recogido testimonios de numerosas personas. Han sido las mujeres quienes mejor han oído en la literatura”.
El escritor hace hincapié en que “la gramática y las autoridades son necesarias porque necesitamos tener un idioma común donde podamos hablar del mismo modo, pero al mismo tiempo la gramática puede tener un elemento represivo en la medida en que quien la domina ostenta un poder y puede imponer normas y formas de comportamiento.
“En un país como México, donde hay más de 60 lenguas originarias que no son oficiales ni tienen apoyo, el español se ha convertido en un gran vehículo de comunicación, pero también de dominio y extinción de otras culturas. Walter Benjamin decía que ‘todo documento de civilización es también un documento de barbarie’. Al construir una nueva idea de la cultura muchas veces prescindes de otras y las destruyes”.
Para Villoro “la literatura infantil puede operar en distintos niveles y ser significativa para edades diferentes. Obras como El principito o Alicia en el país de las maravillas funcionan, simultáneamente, para los niños y para los filósofos porque la literatura infantil te pone en contacto con las grandes preguntas.
“Los libros para niños enfrentan estas preguntas que ellos se están haciendo porque están en el amanecer del mundo, tratando de entender cómo funciona la realidad. Te preguntan cómo pasa el tiempo, por qué existe el mal y por qué si existe el bien a veces gana el mal; qué hay más allá de la muerte, por qué un amigo te puede traicionar, quién es capaz de actuar como si fueras tú. Todas estas preguntas aparecen una y otra vez en las conversaciones infantiles y son las que animan los grandes textos que se han escrito para ellos.
“La literatura infantil es una especie de filosofía de juguete en el sentido de que es muy atractiva, es muy divertida, pero toca preguntas muy profundas, como la de quién es el dueño del lenguaje.”