Ciudad de México. Mientras la música siga sonando en el salón Los Ángeles, ¡a bailar hasta que el zapato aguante!, dijo Joel Ramírez, vecino de la colonia Guerrero y uno de los asistentes a la celebración por los 85 años del emblemático lugar.
GALERÍA: Celebran los 85 años del emblemático Salón Los Ángeles.
Casa llena, alegría a tope. Más de mil personas se dieron cita la tarde del martes para desear larga vida al sitio donde, en cuanto el danzón suena, los cuerpos se lanzan a la pista para dejarse llevar por una suerte de ritual colectivo cuyo único fin es sentir el flujo vital de los ritmos de antaño y siempre, desde el tacón hasta la punta de los dedos de las manos que se entrelazan con los de la pareja en turno.
Es 2 de agosto, día de Nuestra Señora de Los Ángeles, la celebración mayor del barrio que en 1937 vio nacer un nuevo inquilino, con rostro de luces neón y pícaro andar, en la ciudad de la brevedad inmensa, como diría el escritor Carlos Fuentes, quien fuera asiduo parroquiano del salón que ahora lo recuerda al entregar a los invitados un certificado conmemorativo, donde se lee el autógrafo que el autor les obsequió en 1998: “Los Ángeles estaba aquí hace cuarenta años y seguirá aquí mientras el tiempo dure y el alma baile”.
¡A bailar y gozar, que el mundo se va a acabar!, dice ahora una joven bailarina ataviada como rumbera. Afuera quedan el chubasco que anegó las calles de los alrededores y las noticias de otra incipiente guerra al otro lado del mundo.
En la pista, bajo el conjuro musical de Felipe Urbán y su Danzonera, se vive el rencuentro en pleno, luego del confinamiento por la pandemia de covid-19. En primera fila están los pachucos con sus jainas (como llaman a sus compañeras de baile) y con sus trajes multicolores, hechos a la medida y especialmente para esta fiesta que era esperada desde hace tiempo.
Los pachucos son los más perseguidos por los fotorreporteros, pero también por los vecinos de otras mesas, que buscan conservar las imágenes del recuerdo de una noche en la que no caben los pesares.
Ahí está Gerardo Reyes, mejor conocido como El Huehuechuco, que para esta cita de aniversario viene “en línea”, es decir, estrenando tacuche, “de tela escocesa, como debe ser”, de cuadros blancos con rojo, flor en la solapa y vaporosa pluma en el ala del sombrero.
El bailador cuenta que su padre (más que pachuco, catrín) fue quien lo inició en las noches de baile en Los Ángeles, herencia que él ha sembrado tanto en su hijo como en su pequeño nieto, quien a veces luce su traje de pachuquito, pero que aún no puede acompañarlos debido a su corta edad.
Luego del danzón, llega el mambo con la orquesta Pérez Prado. Termina la primera tanda y una chica que visita por primera vez el lugar regresa a su mesa, agitada, sudorosa, con gran sonrisa y confiesa: “Me agarró un señor”. Sus amigas abren los ojos sorprendidas y ella aclara de inmediato: “Para bailar, por supuesto; le dije que no sabía, pero respondió: ‘Yo te explico’, y al terminar se despidió muy cortés, era un caballero muy elegante”. Esa es la comunidad “para el puro goce del baile” que detona la música.
Desde Azcapotzalco, tampoco faltó al festejo don Leoncio, pachuco de despampanante traje amarillo, andar pausado y ojos apagados que no necesitan mirar para dar cátedra de seducción y elegancia en la tarima, acompañado desde hace 12 años en este salón por su inseparable María Teresa.
“Bailar es algo muy bonito, siempre se lo digo a los jóvenes, que no vayan a las fiestas sólo a tomar y dejen que las mujeres bailen solas. Yo bailo cumbia, salsa, guaracha, de todo”, añade.
Entre grupo y grupo de música en vivo, por los altavoces suenan grabaciones de diferentes ritmos, por lo que la pista nunca luce despejada, “no hay que desperdiciarla”, recomienda otro asiduo cliente, que no termina la conversación porque le es irresistible el swing de Ramón Cedillo y su Big Bang.
Llega el conjunto África con el son de los luchadores, al tiempo que unos enmascarados los acompañan en el escenario y el bailongo está en pleno apogeo mientras el público gira caderas, menea hombros y corea: “métele la wilson, métele la nelson, la quebradora y el tirabuzón, quítate el candado, pícale los ojos, jálale los pelos, sácalo del ring”.
Entre lentejuelas y “chamorrines sabrosos”, como dice otra canción, los cientos de bailadores, algunos de cabecitas blancas, otros jóvenes encantados con su primera vez en Los Ángeles, se miran y se asumen como una sola criatura de la noche, donde no se distingue condición social, y aún esperan llegar al delirio cuando las sonoras Dinamita y Santanera rubriquen el festejo.
Son apenas los primeros 85 años de Los Ángeles. Habrá muchos más, porque el cuerpo así lo pide.