En Río Tercero, ciudad argentina en la región de Córdoba, sigue muy vivo en el recuerdo colectivo el día 3 de noviembre de 1995, cuando se produjo un explosión en una fábrica militar de armamentos, dejando un duro saldo de muertos y heridos. Apenas tres semanas después, sin que la población se repusiera del todo de aquel trauma, una ráfaga de proyectiles todavía activos causó nuevos estragos que incrementaron el pánico en la población. La cineasta cordobeña Natalia Garayalde vivió en directo esa tragedia a los 12 años, y con la cámara Sony Hi8 de su padre, videasta amateur, pudo capturar y conservar registros dramáticos del suceso. Treinta años después, y mediante una edición formidable, la directora reúne ese material, incorporando otras imágenes de archivo para analizar las causas de la catástrofe y el papel que jugaron, más allá de sus declaraciones autoexculpatorias, responsables del ejército y autoridades oficiales, en particular el gobernador de la región, Ramón Mestre, y el presidente de la nación, Carlos Saúl Menem.
La escueta versión oficial (“un lamentable accidente causado por un operario”), no resistiría la evidencia de situaciones graves como el tráfico ilegal de armamentos con países extranjeros o la construcción de la fábrica al lado de conjuntos habitacionales, exponiendo a la comunidad no sólo a posibles explosiones, sino a productos químicos cancerígenos. Imposible no pensar, al respecto, en una tragedia similar reciente: la explosión de un gran almacén que contenía productos tóxicos (nitrato de sodio, ácido nítrico) en el puerto de Beirut el 4 de agosto del 2020. En su documental, Natalia Garayalde ha logrado elaborar con gran perspicacia, y de modo paralelo, la crónica social de los hechos, desde el origen criminal del desastre hasta sus tristes saldos de corrupción e impunidad oficial, y el relato intimista de la relación de la cineasta con su padre, así como la manera muy directa y terrible en que la familia compartió las horas de angustia y la estampida desesperada de miles de personas intentando huir de aquella atmósfera enrarecida y letal que para muchos anunciaba casi el fin del mundo. Recobrar tres décadas después la inmediatez de aquel dramatismo indescriptible, y hacerlo con un pleno dominio del documental como un arte narrativo, sirve también como advertencia y moraleja para prevenir calamidades parecidas en un futuro nada lejano.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional las 14 y 18:30 horas.