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Cultura

2022-07-26 06:00

Diana Kennedy dedicó su vida a preservar la cocina de su país adoptivo, México

La escritora británica, fallecida el domingo, se mostraba escéptica con los platillos de chefs famosos.
La escritora británica, fallecida el domingo, se mostraba escéptica con los platillos de chefs famosos. Foto cortesía de la Secretaría de Cultura
Periódico La Jornada
martes 26 de julio de 2022 , p. 8a

Diana Kennedy, autora británica que se dedicó a escribir sobre la comida mexicana, falleció el domingo a los 99 años.

Dedicó gran parte de su vida a aprender y preservar la cocina tradicional de su país adoptivo. Pasados los 80 años viajaba cientos de kilómetros en un camión destartalado en busca de aldeas remotas y sus recetas desconocidas.

En casi una docena de libros plasmó sus esfuerzos por rescatar tradiciones culinarias casi desaparecidas, mucho antes de que el resto del mundo le diera a la cocina mexicana el respeto que ella consideró que merecía.

Su amiga Concepción Guadalupe Garza Rodríguez informó que Kennedy falleció en paz poco antes del amanecer en su vivienda en Zitácuaro, Michoacán.

“México está muy agradecido con ella”, dijo. Kennedy fue a un almuerzo en un hotel el 3 de marzo, en ocasión de su cumpleaños, pero las últimas cinco semanas pasó la mayor parte del tiempo en su habitación. Agregó que la visitó la semana pasada y que ambas lloraron al despedirse.

La Secretaría de Cultura de México elogió a Kennedy en un tuit, en el que afirmó que su “vida fue dedicada a descubrir, recopilar y preservar la riqueza de la cocina mexicana.

“Diana entendió, como pocos, que en la conservación de la naturaleza está la clave para seguir obteniendo los ingredientes que hacen posible continuar creando los platillos deliciosos que caracterizan nuestra cocina”, destacó.

Su primera obra, Las cocinas de México, fue escrito luego de pasar largas horas con cocineros caseros en todo el país. Tras la publicación, Kennedy se volvió la principal autoridad en la cocina tradicional mexicana, y sigue siendo referencia fundamental sobre el tema incluso cuatro décadas después. Era era una gastronomía que le dio una lección de humildad, y dio crédito a quienes le compartieron sus recetas, generalmente mujeres, dijo.

“Cocinar te enseña que no siempre tienes el control”, llegó a afirmar. “Es lo que te da el desenlace que más te mereces. Los ingredientes pueden engañarte.”

Recibió la Orden del Águila Azteca por documentar y preservar. Gran Bretaña también la honró al condecorarla Miembro del Imperio Británico por promover las relaciones culturales con México.

Amor a primera degustación

Kennedy creció comiendo lo que ella llamaba “buena comida, comida completa”. Durante la Segunda Guerra Mundial fue asignada al Women Timber Corps, donde los alimentos eran simples y a veces escasos. Millones en toda Europa Occidental compartieron ese sustento simple, pero para Kennedy estas comidas despertaron una apreciación del sabor y la textura que le duraría toda la vida.

Al referirse al primer mango que probó, lo describió en la forma en que algunos hablan de su primer enamoramiento: “Lo comí en el puerto de Kingston, Jamaica, de pie en el mar azul claro y cálido, todo ese jugo dulce, dulce”.

De hecho, esa primera degustación y su marido, Paul Kennedy, corresponsal del New York Times, llegaron a su vida más o menos al mismo tiempo, en 1957.

Una serie de empleadas domésticas mexicanas, igual que tías, madres y abuelas de sus nuevos amigos, le dieron a Diana Kennedy sus primeras lecciones de cocina: moler maíz para tamales, cocinar conejo en adobo. Fue otro despertar culinario. Mientras su esposo escribía sobre insurrecciones y revoluciones, ella deambulaba por una tierra que le parecía “nueva, emocionante y exótica”, probando frutas, verduras y hierbas únicas de varias regiones.

La pareja se mudó a Nueva York en 1966, donde él murió. Dos años más tarde, a instancias del editor de comida del New York Times, Craig Claiborne, dio su primera clase de cocina. Pronto comenzó a pasar más tiempo otra vez en México, donde estableció una casa que aún le servía de hogar.

En clases, libros de cocina y conferencias, su principio fundamental es simple: “Nunca, nunca, hay ninguna excusa para comer mal”.

Era conocida por sus comentarios afilados, incluso mientras su trabajo pionero ayudaba a convertir a México en una meca culinaria. 

Una vez le dijo a José Andrés, chef ganador del premio James Beard y propietario de un aclamado restaurante mexicano, que sus tamales eran “horrendos”.

Le preocupaba que chefs famosos, que acudieron en gran cantidad a México en los últimos años para estudiar y experimentar con la pureza de la flora, la fauna y los sabores, estuvieran mezclando los ingredientes equivocados.

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