Ciudad de México. Graciela Bensusán conversó alguna vez con un gerente de la automotriz Volkswagen, quien antes de llegar a México había tenido trato con sindicatos españoles. El ejecutivo alemán fue claridoso: “Me dijo que en este país nadie habla por los trabajadores, que los mexicanos tienen ‘lo que nosotros queremos que tengan’, porque su sindicato no tiene poder de negociación”.
Con esta anécdota, la investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco aborda una de las aristas de la reforma laboral en curso, “un proceso muy complejo” del que se esperan resultados de manera inmediata, aunque se trata, dice, de desmontar una maquinaria construida durante largas décadas de control corporativo.
Autora de varios libros y de decenas de artículos sobre el mundo del trabajo, Bensusán es además integrante del panel del Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida previsto en el tratado comercial de América del Norte (T-MEC). Según la Secretaría de Economía, dicho panel está integrado por “expertos en derecho y práctica laboral, y en la aplicación de normas internacionales del trabajo, que cuentan con una trayectoria profesional caracterizada por su objetividad, confiabilidad e independencia”.
En entrevista, Bensusán se remonta a la historia del sindicalismo mexicano, a partir de la consolidación del corporativismo durante el régimen de Miguel Alemán, cuando los sindicatos cumplían su papel de control, pero conseguían algunas ventajas para sus agremiados.
La adopción por México del modelo exportador dio un vuelco. Los sindicatos dejaron de conseguir ventajas y se concentraron en ser útiles a los intereses del Estado (paz laboral) y de las empresas (mano de obra barata).
El cambio desde arriba
Las condiciones para el cambio en el mundo del trabajo vinieron con la renovación del acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá.
“Vencimos finalmente las resistencias”, dice la investigadora. Y en seguida se pregunta: “Pero ¿dónde las vencimos? Arriba. No fue que tuviésemos un millón de personas en la calle cuestionando el arreglo corporativo. Esto (el nuevo modelo laboral) fue un diseño de arriba, un cambio de arriba hacia abajo. Y hubo un cambio a nivel del Congreso, con la reforma, etcétera, pero los actores involucrados, los dirigentes del sindicalismo tradicional, se resistieron, hicieron de todo –incluyendo muchos amparos– para que esto no funcionara”.
La reforma laboral se ha traducido en la creación de instituciones como el Centro Federal de Registro y Conciliación Laboral y los tribunales del ramo. “Pero no es sólo eso, cambian las estructuras, los procesos, los incentivos, es un proceso complejísimo de cambio social”.
En 2019 una reforma a la ley incorporó los cambios constitucionales aprobados dos años antes.
Para enfrentar un mundo de corrupción y simulación se crearon “cinco procesos de democracia sindical”: elección de representantes, constancia de representación para el sindicato negociador (cuando hay dos o más), aprobación del resultado de la negociación, aprobación de las revisiones contractuales y legitimación de contratos colectivos.
Estos procesos, en conjunto, se proponen, sostiene la investigadora, “revertir gradualmente la más injusta distribución funcional del ingreso entre trabajo y capital” (que actualmente es de 30 por ciento para las personas trabajadoras y de 70 por ciento para el capital).
La democratización de los sindicatos debe acompañarse de una restructuración de las organizaciones y de un camino que apunte a negociaciones sectoriales, centralizadas, que den mayor fuerza a las personas trabajadoras y sus organizaciones. “La democracia es el mecanismo sine qua non para dejar atrás el viejo modelo totalmente autoritario, oscuro, de cero transparencia, sin rendición de cuentas, con una distancia enorme en la identidad entre líderes y bases”.
Bensusán sostiene que las luchas sindicales de las décadas pasadas “costaron mucho” y dejaron una lección amarga: “No se puede, no podemos con las amenazas, con las listas negras”. Esas derrotas se tradujeron en “cultura de la pasividad” entre los trabajadores.
“Ese modelo terrible, precarizador, de salarios de hambre, tuvo un éxito tremendo, no sólo porque nos volvimos exportadores, sino porque quitó a los trabajadores, a los jóvenes, la idea de que los sindicatos sirven para algo. Hoy que tenemos un nuevo andamiaje institucional, positivo, dime cómo hacer para que los trabajadores realmente se apropien…”.
–¿Hubo una suerte de victoria cultural del neoliberalismo?
–No sólo. El modelo neoliberal supone la ausencia de poder colectivo, y en ese sentido coincidiría, pero aquí va más allá. Es el triunfo de un modelo exclusivamente basado en los bajos salarios de los trabajadores. Hay países con filosofía muy neoliberal, pero que pagan salarios dignos. Teníamos éxito como modelo exportador, un sector automotriz muy poderoso que logra sobresalir a nivel mundial, pero trabajadores empobrecidos. (Lograron) quitar del imaginario social el papel del sindicato como un instrumento igualador.
Fetichismo institucional y fe en el poder presidencial
El arribo a un nuevo modelo laboral requirió de muchas reformas y muchos años. “No es que soplo y ya. Pero hay mucho pensamiento mágico en este mundo del trabajo, que hace que se vea lo que ocurre como muy lento. Es una especie de fetichismo institucional, porque le ponen a la ley un valor que no tiene, ‘ya cambió la ley y ya se cambió la realidad’, y no. Es mucho más fácil cambiar la ley que la realidad”.
Frente a las críticas que apuntan a un cambio demasiado lento con la reforma laboral, Bensusán plantea una pregunta: “¿Se puede desarmar en tres años algo que se anudó en las últimas ocho décadas?”.
–¿El fetichismo institucional se combina con la fe en las decisiones del poder?
–Los líderes se molestan porque el presidente no va a tal o cual reunión. Pero es lo peor que puede suceder. Los representantes del gobierno no tienen nada que hacer con el movimiento sindical, en la vida de los sindicatos.
Bensusán sostiene que es preciso ver el conjunto, a riesgo de “no entender nada”. “Vemos el caso de Pemex y algunos dicen: ‘ya fracasó la reforma’. Hay líderes que se quejan: ‘es que el presidente no nos recibe’. Hay muchos que tienen esa expectativa (frente al poder presidencial), líderes que se vuelven aparentemente héroes y que quieren ser el sustituto de Fidel Velázquez”.
Los riesgos
No es en la legitimación de contratos o en el remplazo de las juntas de conciliación donde Bensusán ve los mayores riesgos para el nuevo modelo laboral, sino en la intención empresarial de instaurar aquí un modelo importado.
“Hay un riesgo fuerte de que lo que predomine sea un modelo como el de Estados Unidos, donde las empresas se van a dedicar a impedir que se formen sindicatos”.
El riesgo es que “con relaciones individuales no podremos corregir el desbalance entre empleadores y trabajadores, y no podremos vincular salarios con productividad, que es lo importante. Para no depender debemos desarrollar un mercado interno, y para eso tienes que pagar mejores salarios”.
Desde hace más de diez años, recuerda la investigadora, ella alertó sobre la posibilidad de que la reforma laboral llegara demasiado tarde, que la “cultura de la pasividad” se impusiera. Hoy que tiene contacto con trabajadores por aplicación se ha topado con una dura realidad: “Para los jóvenes, el tema de los sindicatos es de otro planeta”.
La “cultura de la pasividad”, sostiene, debe combatirse con una difusión mucho más amplia del nuevo modelo laboral. “Es algo totalmente nuevo. Los trabajadores ni sabían para qué servía el contrato colectivo, menos van a saber para qué sirve un proceso de legitimación”.
En esa línea, “el riesgo es que los empleadores vuelvan a ganar. Ya ganaron corrompiendo completamente al sindicalismo, que se dejó corromper, y ahora quieren ganar convenciendo a los trabajadores de que no se organicen. En eso estamos”.