Palpite, Cuba, está solo a unas pocas millas de Playa Girón, a lo largo de la Bahía de Cochinos, en donde Estados Unidos intentaron derrocar a la Revolución Cubana en 1961. En una calle modesta, dentro de un pequeño edificio con una bandera cubana y un gran cuadro de Fidel Castro cerca de la puerta principal, la doctora Dayamis Gómez La Rosa atiende pacientes de 8 de la mañana a 5 de la tarde. De hecho, decirlo así no sería exacto. La doctora Dayamis, como la mayoría de las y los médicos de atención primaria en Cuba, vive encima de la clínica que dirige. “Me convertí en doctora”, nos dijo mientras nos sentábamos en la sala de espera de la clínica, “porque quería hacer del mundo un lugar mejor”. Su padre era cantinero y su madre trabajadora de casa particular, pero “gracias a la Revolución”, dice, ella es médica de atención primaria y su hermano es dentista. Los pacientes vienen siempre que necesitan atención, incluso en mitad de la noche.
Además de la sala de espera, la clínica sólo cuenta con otras tres salas, todas pequeñas y limpias. Las mil 970 personas de Palpite acuden a ver a la doctora Dayamis, quien resalta que tiene a su cargo a varias gestantes y lactantes. Desea hablar de las embarazadas y de los niños y niñas para resaltar que en los últimos tres años no ha muerto ni un infante en su pueblo ni en el municipio. “La última vez que murió un bebé”, dijo, “fue en 2008 cuando un niño nació prematuramente y tenía grandes dificultades para respirar”. Cuando le preguntamos cómo recordaba esa muerte con tanta claridad, nos dijo que como médica cualquier muerte es terrible, pero la muerte de un niño hay que evitarla a toda costa. “Desearía no haber tenido que pasar por eso”, dijo.
Erradicar las enfermedades de los pobres. Antes de la Revolución, la región de la Ciénaga de Zapata, en donde se ubica Bahía de Cochinos, tenía una tasa de mortalidad infantil de 59 por cada mil nacidos vivos. La población de la zona, en su mayoría dedicada a la pesca de subsistencia y al comercio del carbón vegetal, vivía en una gran pobreza. Fidel pasó la primera Nochebuena después de la Revolución de 1959 con la recién formada cooperativa de productores de carbón, escuchándolos hablar sobre sus problemas y trabajando con ellos para encontrar una salida a la condición de hambre, analfabetismo y mala salud. Un proyecto de transformación a gran escala se había puesto en marcha unos meses antes, lo que atrajo a cientos de personas muy pobres a un proceso para salir de las condiciones miserables que los aquejaban. Esta es la razón por la que este pueblo se levantó masivamente para defender la Revolución contra el ataque de Estados Unidos y sus mercenarios en 1961.
Pasar de 59 muertes infantiles por cada mil nacidos vivos a ninguna muerte infantil en cuestión de unas pocas décadas es una hazaña extraordinaria. Esto se logró, dice la doctora Dayamis, porque la Revolución Cubana presta una enorme atención a la salud de la población.
Caminando por el museo de Playa Girón ese mismo día, su directora, Dulce María Limonta del Pozo, nos dice que muchos de los mercenarios capturados fueron devueltos a Estados Unidos a cambio de alimentos y medicinas para niños y niñas. Que esto fuese lo que exigía a cambio la Revolución Cubana, dice muchísimo del proceso. Desde principios de la Revolución se desarrollaron campañas de alfabetización y campañas de vacunación para abordar la pobreza. Ahora, relata la doctora Dayamis, cada niño y niña recibe entre 12 y 16 vacunas para enfermedades como la viruela y la hepatitis.
En el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de La Habana, el doctor Merardo Pujol Ferrer nos cuenta que el país casi ha erradicado la hepatitis B con una vacuna desarrollada por su Centro. Esa vacuna, Heberbiovac HB, se ha administrado a 70 millones de personas en todo el mundo. “Creemos que esta vacuna es segura y efectiva”, dijo. “Podría ayudar a erradicar la hepatitis en todo el mundo, particularmente en los países más pobres”. Todos los niños y niñas de su pueblo están vacunados contra la hepatitis, dice la doctora Dayamis. “El sistema de salud asegura que ninguna persona muera por diarrea o desnutrición y ninguna persona muera por enfermedades de la pobreza”.
Salud pública. Lo que ahora aflige a la gente de Palpite, dice la doctora Dayamis, son las enfermedades que se ven en los países más ricos. Es una de las paradojas de Cuba, que sigue siendo un país de medios limitados –en gran parte debido al bloqueo del gobierno de Estados Unidos a esta isla de 11 millones de habitantes– y, sin embargo, ha superado las enfermedades de la pobreza. Las “nuevas enfermedades” a las que se refiere son la hipertensión y las cardiovasculares, así como el cáncer de próstata y de mama.
Si invertimos en deporte, dice Raúl Fornés Valenciano, vicepresidente del Instituto de Educación Física y Recreación (Inder), entonces tendremos menos problemas de salud. En todo el país, el Inder se enfoca en lograr que toda la población se active con una variedad de deportes y ejercicios físicos. Más de 70 mil sanitarios deportivos colaboran con las escuelas y los centros de mayores para facilitar el tiempo de ocio dedicado a la actividad física.
Si uno toma un bote de Bahía de Cochinos y desembarca en otros países del Caribe, se encontrará en una situación en la que la atención médica es casi inexistente. En República Dominicana, por ejemplo, la mortalidad infantil es de 34 por cada mil nacidos vivos. Estos países, a diferencia de Cuba, no han podido aprovechar el compromiso y el ingenio de personas como la doctora Dayamis y el doctor Merardo. En estos otros países, los niños y niñas mueren en condiciones en que ningún médico estará presente para seguir llorando su pérdida décadas después.
* Globetrotter