La Habana., La escritora y pedagoga chilena Gabriela Mistral, de tránsito hacia México, estuvo en julio de 1922 en La Habana, donde pidió la conjunción “de esta América Latina en retazos”.
Tenía 33 años. Había difundido artículos y poemas en medios de prensa de España, Francia y América, así como en antologías. Especialmente en Cuba colaboró a partir de mayo de 1921 en Social, mensuario de calidad y alto valor artístico, y desde los inicios de 1922 en El Fígaro, revista ilustrada que publicó importantes creaciones literarias.
Avalada por un sólido magisterio iniciado a los 16 años como ayudante en una escuela rural, después fue profesora, inspectora, formó parte de un comité de ayuda a niños desamparados, creó una escuela nocturna gratuita y en 1921 se convirtió en la primera directora del Liceo de Niñas número 6 de Santiago de Chile.
Debido a la trayectoria docente e intelectual de Mistral (1889-1957), José Vasconcelos (1882-1959), entonces secretario de Educación, la invitó en 1922 a participar en la reforma pedagógica y la fundación de bibliotecas escolares en México.
Por los cambios en la transportación de la época, arribó el 12 de julio en el vapor británico Orcoma a La Habana, donde fue recibida por escritores, profesores y artistas cubanos, y partió cuatro días después hacia México en el transatlántico holandés Leerdam, que llegó el 21 de julio al puerto de Veracruz.
En La Habana, la visitante estuvo en la redacción de Cuba contemporánea, la primera gran revista cultural del país del siglo XX y la de mayor alcance en el panorama editorial del momento, y aceptó un té-homenaje que se le ofrecería en el hotel Inglaterra, durante el cual se leyeron sus poemas.
Tras el agradecimiento por las atenciones recibidas, Mistral dedicó sus palabras a la desunión latinoamericana y caribeña, a su juicio por causa de la falta de conocimiento mutuo, y a José Martí, entre otros temas.
Toda la desvinculación, la quebradura de esta América Latina en retazos de patrias recelosas o indiferentes unas de las otras no tienen más razón que la falta de conocimiento, argumentó.
Asimismo, puntualizó: “Los países que besa con su lamedura de sal y de ardor el mar Caribe se aman, porque como los amantes que se hallan próximos, están mirándose a los ojos; México, Cuba, Santo Domingo son hermanos de verdad, no de retórica”.
Lamentó que “las patrias australes apenas conocen a estos países por el cristal del canto de sus poetas y por cosas menos felices: las noticias cablegráficas reducidas y grotescas”, para reclamar “la América una debe hacerse: escuelas, sociedades obreras, la prensa” (Social, agosto de 1922).
En Martí “me había sido anticipada Cuba, como en el viento marino se anticipan los aromas de la tierra todavía lejana”, refirió en el discurso la autora sudamericana, que bien leyó e interpretó la obra del héroe.
En noviembre de 1920, en una carta al abogado, político y escritor Federico Henríquez y Carvajal, evocó que durante una clase de castellano en el Liceo de Niñas de Temuco, sexto año de Humanidades, habló sobre grandes prosistas americanos.
Entre ellos citó al uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), creador del arielismo, una corriente ideológica que expresó el malestar finisecular hispanoamericano con un estilo refinado y poético, en contraposición a la cultura de Estados Unidos, materialista.
Aludió al novelista y ensayista ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889), liberal y anticlerical, admirado posteriormente por escritores relevantes como Miguel de Unamuno y Jorge Luis Borges.
“Pero a José Martí (1853-1895) lo venero, le tengo una admiración penetrada de ternura, y cuando lo nombro es algo más que cuatro sílabas lo que digo”, escribió Mistral a Henríquez y Carvajal, a quien el Apóstol cubano envió una carta, el 25 de marzo de 1895, considerada testamento político.
En 1920 Mistral especificó: “He hallado (…) en Martí como en ninguno la ‘palabra viva’, aquella que se siente tibia de sangre recién vertida, a la par que una frescura como de hierbas de rocío: la frescura de un corazón que fue puro” (Mistral, 1920, Anuario Martiano, 1981, p. 310).
De Martí –de quien circulaban entonces pocas antologías en el continente–, aprendió Mistral que en nuestra América “los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos”.