El nuevo hallazgo del Disquero se llama Gabríel y se apellida Ólafs.
Es islandés. Luego de escucharlo días enteros, lo bauticé con el nombre de “Olafurcito” porque su música remite a la de su paisano Ólafur Arnalds, a quien el Disquero dio a conocer hace años y hoy es furor.
También porque es el más joven, apenas 22 años, de entre la constelación de estrellas islandesas que esta página ha dado a conocer: en primer lugar el legendario Jóhann Jóhannsson (muerto en 2018, muy joven, a los 49 años), la gran Hildur Guonadottir, de 40 años, por quien el Disquero apostó y ella ganó el Óscar por su música para el filme El Guasón; el maestro de 39 años Vikingur Olafsson, convertido en una de las primeras figuras del pianismo mundial, y nuestra estrella favorita: Ólafur Arnalds, de 35 años y quien nos regaló hace unas semanas un nuevo concierto inolvidable en México.
El joven Gabríel Ólafs escribió su primera composición cuando tenía 14 años, luego de estudiar piano desde los cinco e insurreccionarse como todo buen músico y elegir formas libres, lejanas a los corsés de conservatorios.
Su rostro de niño, junto a los rostros de niñas de sus cuerdistas y de sus otros compañeros de grupo de cámara, añade magia a los videos que se pueden apreciar en su página web y en YouTube.
La portada de su nuevo disco, Solon Islandus, tiene un diseño que lo hace parecer de mayor edad y el efecto que se genera –algo que seguramente no buscaron– es asociarlo visualmente con algún músico de esos bien darks o bien heavys. Un extremo: una suerte de Marilyn Manson pero islandés, pero para nada. El casi niño Gabríel Ólafs es todo dulzura, inocencia y candor, características de los músicos islandeses que el Disquero ya ha congregado.
Hay piezas en Solon Islandus que son verdaderas obras maestras. Mi favorita es el cuarto corte, que da título al disco, Solon Islandus, una pieza coral a capela cuya belleza remite irremediablemente a, asómbrense, Arvo Part, sobre todo a sus piezas espirituales que ha grabado el Hilliard Ensemble, quizá el máximo conjunto canoro del mundo.
A su vez, Solon Islandus, el disco, toma su nombre del título de una novela poderosísima, Solon Islandus, que escribió en 1940 un gigante de la literatura islandesa: David Stefánsson (1895-1964), cuya trama se relaciona con los trotes de un vagabundo soñador cuyos talentos son asfixiados por la sociedad que lo atosiga: “the tragic tale of a real-life icelandic drifter, Sölvi Helgason”.
También recurrió Gabríel a la popular colección islandesa de poemas Black Feathers.
Es así como la pieza inicial, Streymir, ayunta a las notas sencillas del piano de Gabríel Ólafs y sus amigos, entre ellos un violonchelista igual de joven que él, para dar paso más adelante a una voz femenina que nos dice al oído un poema en islandés y nos produce, el todo, un efecto similar al que nos causó uno de los discos que dimos a conocer aquí, de Ólafur Arnalds, de título Island Songs, donde también al inicio del disco escuchamos la voz del poeta islandés Einar Georg Einarsson y aunque no entendamos una palabra de islandés, nos emociona al borde de las lágrimas ante tanta belleza. Sencillamente estremecedor.
Es la misma escuela donde abreva el gran Jóhann Jóhannsson, quien también recurre a la poesía en su música y cuya escucha recomiendo con denuedo.
La palabra es sonido, decía Jóhann Jóhannsson; “la palabra es poder y en música, la palabra es un géiser de sonido y así se vuelve más poderosa aún”.
En el disco de Gabríel Ólafs, la voz femenina nos conmueve también y nos envuelve en una atmósfera de ensueño.
Prosodia, violonchelo, voces agudas de violines, un manto de música electrónica, la voz de la mujer diciendo un poema y la música como un vapor que nos envuelve, nos arropa, nos arrulla.
Aparece enseguida una voz femenina también que emite sonidos sin palabras, como un hada que llega y nos besa.
Es apenas el inicio del disco y ya estamos en pleno éxtasis frente a la belleza.
Es la magia de la música islandesa. El propio muchacho con nombre de arcángel, Gabríel Ólafs define su música y la de sus maestros y la de sus colegas simplemente así: “el sonido de Islandia”.
Esas atmósferas cuasi oníricas, esos sonidos aurales, esas auroras boreales sonando y que proporcionan paz, quietud, serenidad, es lo que caracteriza a la música de Jóhann Jóhannsson, Ólafur Arnalds y la del joven maravilla que hoy presentamos en sociedad desde el Disquero: Gabríel Ólafs.
Antes de continuar con la reseña de su nuevo disco, debemos decir que es apenas su segunda grabación y la primera la comenzó a trabajar en su cabeza cuando tenía 14 años y cinco años después grabó su primer disco: Absent Mind, título cuya versión en español que prefiero (que no traducción) sería: Abstraído, porque se trata de un estado de conciencia, semejante al Confortably Numb, de Pink Floyd y al “Ich bin der Welt abhanden gekommen”, de Friedrich Rückert, puesto en música por Gustav Mahler.
Hay que insistir también que la sencillez es la base de toda la actividad intelectual de Ólafs. Nada en él es ampuloso sino opulento, nunca pretencioso, siempre simple, al punto que hay cierta dosis naive en ese primer disco que orillaría a alguien a acusarlo de cursi o, peor, de músico new age. Para nada. Es simplemente sencillez.
Y ese es un valor supremo. Sin comparar, Bach nos libre, la música del más grande compositor de la historia, Johann Sebastian Bach, se caracteriza por su sencillez, aún en los legajos más complejos; me refiero a El Clave Bien Temperado, tan pleno de arquitectura en entresijo, altas velocidades, abundancia de notas y al mismo tiempo sencillez, siempre sencillez y nunca paradoja.
Regresemos al segundo y nuevo disco de nuestro muchacho con nombre de arcángel: la segunda pieza, Júlíana, es un diálogo entre piano y violonchelo. Y es momento de acotar otro elemento importante: la repetición forma parte de la estructura de las piezas de los músicos islandeses aquí mencionados, pero eso no los hace, en ningún momento, “minimalistas”, como es la tendencia facilista.
Por el contrario, esas cualidades de eco, tintinábuli, trino, repetición, aproximan a Gabríel Ólafs a territorios supremos de la música. En el caso de esta segunda pieza, y otra vez sin comparar, el eco nos lleva al mismísimo Debussy, esencia del tercer track, titulado Memory, pieza inspirada en uno de los poemas del ya mencionado héroe literario David Steffánsson.
Otra de las cualidades de nuestro nuevo héroe musical es la sofisticada sencillez de sus instrumentaciones: violonchelo, dos violines, una flauta apenas perceptible, un arpa y sonidos electrónicos a lo Ólafur Arnalds.
El siguiente track es el que mencionamos aquí al principio: Solon Islandus, la pieza coral de belleza atemporal que nos lleva al canto monódico, a las salmodias, a la antigua tradición de Guillaume de Machaut, Heinrich Schutz y Claudio Monteverdi. Es sencillamente bellísima esta pieza.
Más elementos identitarios de la música de Gabríel Ólafs: colores aurales, quietud, delicadeza, sensación de flotación perenne.
Una música que nos conduce al reino de lo sutil, lo sereno, el reino de nuestro interior.
Nuevo héroe musical habemus.