Los fuegos de la indignación ¿se apagaron?, ¿hay una transa más en camino? No puede pasar al olvido que Alito puede ser la cicatriz más lastimosa del sexenio. No lo olvidemos, se convirtió en el emblema nacional de lo corrupto. Por la salud de todo, con la ley en la mano hay que proceder ante el señor diputado.
La ejemplaridad dicta: ¡ahora o nunca, señor Presidente! Es un posible infractor, consecuentemente es indigno de su partido y una vergüenza general.
Por razones de salud de la nación, Alito debe ser juzgado formalmente con evidencias ya probadas. De no hacerse sería una muestra más de que sigue vigente la naturaleza de que nuestra justicia no es confiable, que es sumisa al poder, ineficiente y corrupta.
Miles la hemos padecido, millones la observan con temor de verse envueltos en ella. Las nuevas generaciones la están entendiendo como una parte de su futuro, estamos legando una de las herencias más miserables imaginadas. Es una alarma sobre un mal que avanza amenazante.
Con la impunidad derivada muchos altos intereses están en juego: peligra la confianza en nuestro sistema de vida, el prestigio ante la comunidad internacional, la respetabilidad del gobierno, la estabilidad social y con todo ello el futuro del país como digno, respetable y admirable, como lo hemos deseado.
No perseguir los presuntos delitos de Alito tendría un efecto demoledor. La insolvencia de la justicia ante la corrupción ya no da para más. Por el bien de la nación debe reconocerse en el caso Alito a una de las grandes manchas que como jettatura marca a cada sexenio. El 68, los halcones, el fatídico 1994, Fobaproa, guerra contra el narco, la casa blanca, Ayotzinapa y ahora qué, ¿Alito?
No se trata del acto caprichoso de afectar los intereses personales del campechano. Estamos refiriéndonos a la defensa del patrimonio moral de nuestra comunidad nacional. Su conducta es ya un símbolo nacional de la sordidez. Si surgieran fiscales y jueces en su favor, equivaldría a una fractura en el ánimo nacional que sería dificilísimo restaurar.
Algún día Roberto Blanco Moheno, periodista e historiador, aseguró amargamente que “México está enladronado”. El dicho refleja un estado de verdad en la imaginación popular. Si México está enladronado, su pueblo está enojado y frustrado, estado de ánimo que no apunta a nada bueno.
El Presidente señala que la corrupción e impunidad son los grandes lastres del país. ¡Cierto, ciertísimo, es una gangrena! La coincidencia de opinión es total con una diferencia: para AMLO sólo es un dato fastidioso para su gobierno. Para el pueblo es una lastimosa plaga que lo hiere en sus carnes.
La corrupción está a la vuelta de la esquina, presente en cada espacio. El pueblo está ofendido, impotente, se siente desamparado. Ese oscuro sentimiento puede ser la aportación de Alito a la historia del sexenio.
Por largo tiempo desde el poder se dispensó cínicamente a la corrupción como si fuera un don natural del poderoso, un derecho del patriarca. Era frase usual decir que la corrupción era el lubricante del sistema. Se argüía que si era tan nuestra, entonces cómo querer aplacarla. Se justificaba como un mal íntimo, discreto y ventajoso. Así ha sido siempre, se argumentaba.
Y así surgieron enormes fortunas de las que se percibe claramente su origen, tema que no se puede comentar abiertamente. Entre los ganones, mencionarlo se juzga inapropiado, es un tema vedado, falto de delicadeza. Les ofende hablar de ello. Mencionar a los privilegios corrompidos del poder y sus beneficiarios no les resulta simpático. Hablar sobre ello sería como pisar mil callos.
También hay quienes escandalosamente presumen de la abundancia que les dio su ladronía. Presumen con el cinismo que da el saber que no serán sancionados. Festinan su riqueza con satisfacción y desafío. Algo va a pasar ante una pobreza que avanza y una riqueza espuria que se ostenta con actitudes que lastiman y no se sancionan.
El fertilizante más eficaz de lo corrupto es la impunidad. Su mejor nutriente es el caso de quien roba y ríe sabiéndose inalcanzable. Se sabe inaccesible a una justicia que no quiere, no sabe o no puede sancionar. ¡Todo un drama nacional!
Con el símbolo que es el coprolálico Alito llegamos al final. Es ahora o nunca. Se nos hizo tarde, pero cada día que pasa es peor. Hay ladrones ostentosos a cada paso. Las víctimas también surgen por doquier. La indignación de un pueblo es peligrosa y si la autoridad pierde su respeto algo grave puede pasar.
Hay ladrones por todas partes, sufrimos una gangrena. Los negocios entre funcionarios del gobierno y sus compinches empresarios es simbiosis que engendra delitos, perseguirlos es un acto de salud familiar. Es en este sentido que perseguir a Alito es un acto imposible de ignorar. ¡Es ahora o nunca! Dicho al borde del barranco.