Viñetas de una España profunda. Destello bravío, primer largometraje de la realizadora española Ainhoa Rodríguez, captura la vida diaria de un pueblo pequeño en Extremadura, habitado por gente mayor, al que muchos jóvenes ha prácticamente abandonado. Una de las protagonistas se lamenta: “El pueblo está muerto, ya sólo queda aquí gente vieja”. En vez de una narrativa convencional, con sucesos encadenándose en un relato sólido, la directora propone una serie de viñetas de un lugar que, como tantos otros en la España rural, se ha venido despoblando, vaciándose literalmente de cualquier posibilidad de renovación y cambio. Un pueblo de beatas o de viudas, de mujeres abandonadas o malcasadas, todo un ramillete de maduras muy lorquianas que de frente a la cámara evocan las dudosas glorias de un tiempo pasado, resignándose a languidecer en un sitio donde el tiempo ha permanecido inmóvil, una comarca casi feudal con tradiciones rancias e incuestionables.
Pueblos como éste los hemos visto antes, en especial en una película memorable por su sobriedad poética, El cielo gira (2004), de Mercedes Álvarez. ¿Qué tanto podía pasar allá, en aquel villorrio soriano de Aldealseñor, de tan sólo 47 habitantes? Prácticamente nada, excepto el flujo de una memoria colectiva que se va apagando. En Destello bravío, en cambio, pasa de todo bajo la apariencia de no suceder nunca nada. Un día, mirando la noche estrellada, una mujer exclama: “Un destello bravío aparecerá en el cielo y eso cambiará todo”.
Y el cambio se produce inopinadamente. De modo casi mágico, las mujeres manifiestan deseos nuevos o reviven aquellos olvidados. Una de ellas se abandona a un placer solitario bajo la mirada perpleja de otra mujer que detrás una ventana la observa, agazapada. En una escena de sensualidad gozosa, un grupo femenino se libra, luego de ingerir una bebida estimulante, a una coreografía que celebra el movimiento ágil y el esplendor de la carne madura, como un eco lejano de aquel gazpacho andaluz almodovariano en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). Contrastando una fotografía que es pátina monocromática de imágenes domésticas con una pista sonora a ratos vibrante y exultante, Destello bravío pasa, sin tropiezos, de un costumbrismo casi etnográfico a una atmósfera de irrealidad en la que se afirma, sin trabas generacionales, una jubilosa emancipación femenina.
Se exhibe en la Cineteca Nacional a las 14 y 18:15 horas.