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Política

2022-07-19 06:00

Caro Quintero

Periódico La Jornada
martes 19 de julio de 2022 , p. 15

El programa de gobierno de AMLO incluyó desde el principio la tesis de que la inseguridad pública debía ser superada operando sobre las causas que la configuran. El enfoque es correcto, pero es necesario tener presente el universo y la dimensión real de los factores causales. Se verá que es algo inabarcable para cualquier gobierno, incluido el de EU.

Están, en primer lugar, los dos inmensos mercados estrechamente interrelacionados de las armas y las drogas. Territorialmente, los dos están en ambas naciones, aunque una parte decididamente menor de los mismos está en México. Desde este país se venden drogas y se compran armas. En EU se venden y compran armas y drogas. En economía una frontera es apenas una aduana, no más; las interrelaciones de esos mercados serían las mismas con aduana o sin ella: la frontera no cuenta.

En EU ocurre: 396 millones de armas están en posesión de sus ciudadanos, las que se renuevan constantemente debido a la obsolescencia programada. Agréguense las ventas anuales de armas al mundo por 285 mil millones de dólares sólo en 2020 (Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo). Desde el año 2000, la producción de armas en esa nación se ha triplicado y ahora mismo recibe un impulso incalculable por la guerra en Ucrania. Es sabido: la de EU es la mayor y la más desregulada industria de armas del mundo. Se estima en 500 mil las armas que entran ilegalmente en México anualmente. Un trozo apenas, que es aquí una conmoción.

En EU ocurre: 59.3 millones de personas consumieron drogas ilícitas en 2020; según la ONU, más de 100 mil personas fallecieron por sobredosis en ese país entre abril de 2020 y abril de 2021, con un incremento de 28.5 por ciento respecto al año previo; cada 25 segundos es detenida una persona por posesión de drogas, más que por cualquier otro delito, en medio de su criminalización legal. La modernidad capitalista gringa provoca la enferma soledad que condiciona el escape, o viaje, individual o entre congéneres, mediante drogas.

El 17 de junio de 1971 el presidente Richard Nixon las declaró “enemigo público número uno” y decidió una “ofensiva total” que se libraría tanto dentro como fuera de las fronteras de EU, con la finalidad de “enfrentar y acabar con el enemigo”. En los siguientes 50 años la “guerra a la drogas” se intensificó constantemente; el mercado de armas y el consumo de drogas, también. Quién puede con eso.

El crecimiento de la demanda gringa de drogas impulsó, especialmente en México –y en Colombia–, su producción y venta a los consumidores gringos a través de capos gringos de la droga. El carácter ilegal de las drogas determinó que esa producción y venta mexicana fuera realizada por grupos ilegales: los narcos. El precio inusitado de las drogas impulsó ganancias estratosféricas, y ello mismo provocó rivalidades entre grupos de narcos mexicanos; y el carácter ilegal de esos grupos indujo su persecución por policías y militares mexicanos. Rivalidades y persecución dieron origen al tráfico ilegal de armas desde EU. Todo ello se tradujo en parte de la corrupción del gobierno mexicano (funcionarios, policías, militares).

Las altas ganancias por producción y tráfico aparecieron en México, por necesidad, entre capas sociales empobrecidas por el subdesarrollo. Dinero a raudales llegó a familias y pueblos enteros que aportaban seres humanos ansiosos de convertirse en narcos: una figura que se volvería mítica, intensamente envidiable, de enorme prestigio entre los de abajo, con épicas cantadas en narcocorridos, con altos consumos aunque vivan en jaula de oro. Los cárteles evolucionaron hasta convertirse en empresas trasnacionales que operan en numerosos países del mundo. Los narcos entraron después en nuevas líneas de tráfico ilegal, como los migrantes, las mujeres o los adolescentes. Quién puede con eso.

En el océano descrito, al que no se le ven las orillas, la acción del gobierno mexicano no resulta mayor que un ojo de hormiga. El gobierno de Felipe Calderón provocó una catástrofe social a lo tontejo, y su efectividad sobre la operación narco fue cero, aunque agrandó la corrupción desenfrenada de su secretario de Seguridad García Luna. Cada muerte de un narco es sólo una oportunidad de “trabajo” para un nuevo aspirante, en una cadena sin fin.

Es un sinsentido la política de balazos. Pero la política de atajar a los jóvenes para que no los alevante el remolino del narco, mediante un “apoyo”, es insignificante. Es un problema de AMLO, también para los gobiernos venideros y para la sociedad mexicana entera. No se puede derrotar al narco con las armas. Se puede mediante la educación y el trabajo para todos, durante mucho tiempo. Y eso tardará en llegar años sin cuento, y otros tantos en madurar.Acaso antes caiga en desgracia el capitalismo.

Ahora y en lo venidero el tema es aminorar los daños: 14 personas muertas fue probablemente el costo de capturar a Caro Quintero; caro, muy, muy caro. Los militares llaman a esas personas, asépticamente, “elementos”.

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