Con motivo del cumpleaños 96 de la monarca británica Isabel II el pasado 21 de abril, a últimas fechas se ha comentado que es la jefa de Estado de mayor edad actualmente en todo el mundo. Su reinado es el cuarto más largo de toda la historia. En sus 69 años en el trono ha visto guerras, descolonizaciones de países y a 14 primeros ministros de su nación.
Se encuentra a sólo tres años de superar el reinado de Luis XIV, El Rey Sol, quien ocupó el trono 72 años. Tenía cinco de edad cuando ascendió y murió en 1715, a pocos días de cumplir 77 años. Construyó un régimen absolutista que se resume en su célebre frase: “el Estado soy yo”.
El segundo reinado más longevo de la historia es el de Bhumibol Adulyadej, conocido como Rama IX, monarca de Tailandia hasta 2016. Fue rey desde 1946 y se mantuvo durante 70 años. Nació en Estados Unidos y se educó en Suiza y era considerado uno de los hombres más ricos del mundo. Se le conocía como El Grandioso.
El tercer monarca con el gobierno más largo fue Juan II de Liechtenstein, quien estuvo en el trono desde 1858 hasta 1929 –un total de 70 años y 91 días–.
El que poco se menciona entre los reinados más longevos es el del maya K’inich Janaab’ Pakal, quien gobernó 69 años –de 615 a 685– la región de Palenque. Fue un gobernante excepcional que entre otras acciones estableció el registro por escrito de todo suceso importante: ceremonias, acciones militares, rituales y pactos. Eso ha permitido a los historiadores y a los arqueólogos conocer a fondo la historia de la fascinante ciudad maya. Se sabe que fue muy querido por su pueblo porque impulsó la actividad productiva de la región, el comercio y la vida comunitaria, lo que trajo avance y prosperidad. De acuerdo con los registros labrados en piedra por los mismos mayas, Pakal se convirtió en gobernante de Palenque a los 12 años y falleció cerca de los 80.
Una noticia extraordinaria es que su tumba fue descubierta el 15 de junio de 1952 dentro del Templo de las Inscripciones por el arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier. En un principio se pensó que la lápida bellamente labrada era solamente un altar, pero al retirarla encontraron el sarcófago del gobernante. El impresionante monumento funerario es sin duda el más importante de Mesoamérica. A partir de este descubrimientos se conoció que las pirámides mesoamericanas –en algunos casos– también servían de mausoleo, al igual que en Egipto.
Pakal se casó a los 23 años con la doncella de la nobleza Tz’akbu Ajaw, procrearon cinco hijos, dos de los cuales encabezaron el gobierno a la muerte de su padre.
La lápida de Pakal mide 3.80 metros de largo por 2.20 de ancho y pesa siete toneladas. La estilizada figura del gobernante ligeramente inclinado hacia adelante aparece como el centro del universo, con un árbol en forma de cruz que simboliza los cuatro rumbos cósmicos. Debajo tiene el inframundo, en medio el árbol de la vida y encima al dios Itzamná, que se representa con la imagen de un quetzal.
En el interior deslumbró el hallazgo del cuerpo de Pakal, cuyo rostro estaba cubierto por una máscara formada por cientos de teselas de jade de diversas tonalidades; los ojos –de impresionante realismo– se realizaron con fragmentos de concha en color perla y para las pupilas dos discos de obsidiana. En la boca entreabierta, una pieza rectangular de jade simboliza el viento húmedo y el aliento del espíritu, o sea el alma.
Completan la impactante pieza unas orejeras de las que emergen unos finos tubos que imitan el pistilo de la flor, y como remate porta 11 vistosos collares de jade. Una auténtica joya que nadie debe perderse.
Para nuestra fortuna una réplica idéntica –el original se conserva en el sitio de su hallazgo en Palenque– la podemos admirar en el portentoso Museo Nacional de Antropología, en el Bosque de Chapultepec.
Al salir, dese una vuelta al cercano Polanco para conocer el nuevo restaurante Azul y Oro que acaba de abrir el chef Ricardo Muñoz Zurita, con su excelente cocina mexicana que ofrece una variedad de manjares de distintas partes del país.
Buenos inicios fueron los panuchos de cochinita pibil, los tacos de lechón y el salpicón de venado. De ahí al plato fuerte: el pato en mole manchamanteles, los pulpos en su tinta y el mole oaxaqueño. Ya no quedó lugar para el postre, sólo un buen café.