El 6 de julio se anunciaba por parte de la primera ministra de Francia la intención del gobierno de nacionalizar EDF, la otrora eléctrica estatal. Una decisión que manda un fuerte mensaje, aunque el gobierno francés controlaba ya 86 por ciento de las acciones. Sin duda, como dicen los alemanes, es una representación fiel del zeitgeist.
Ésta no fue la única ni será la última nacionalización y/o rescate que veremos. Alemania expropió y nacionalizó la filial deGazprom a principios de año, actualmente está en pláticas para rescatar a Uniper, uno de los jugadores más importantes en su industria. La gran potencia industrial europea, Alemania, tendrá que intervenir cada vez más para rescatar empresas de diferentes sectores que, a raíz del alza e indisponibilidad de energía, quebrarán. Reino Unido rescató a Bulb Energy, Rusia nacionalizó el gasoducto Sakhalin, por el cual Japón recibía gas natural. Y recientemente, el director de la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés) reconoció que lo peor de la crisis aún está por verse. Sin duda alguna, Europa sufrirá todavía más las consecuencias de depender de una potencia extranjera que está dispuesta a utilizar la energía como un arma geopolítica.
El pragmatismo energético está de vuelta, y se han dado cuenta las grandes potencias que asegurar el suministro es un asunto de seguridad nacional. Ya hemos visto protestas en Ghana, Argentina, Chile, Ecuador, Francia y Holanda por los altos precios de los energéticos en los pasados tres años. Ahora, presenciamos la caída de un gobierno en Sri Lanka.
Una de las más inmediatas consecuencias de todo esto es que, en un esfuerzo por controlar los precios de la electricidad y evitar o controlar el descontento social, los países están regresando a utilizar carbón. Sí, ese que dijeron que México era “adicto” por producir 2 por ciento de su electricidad con él. Alemania ahora produce más de 30 por ciento de su electricidad con carbón, y va a destruir todo un pueblo para poder agrandar una mina a cielo abierto. Con esto las metas de transición energética y de reducción de emisiones para combatir el cambio climático se han quedado olvidadas. El daño hecho a la confianza del ciudadano sobre las promesas de un futuro libre de emisiones será enorme.
Al haber hipotecado la seguridad energética, las grandes potencias occidentales se olvidaron de garantizar el bajo precio y el acceso a los energéticos. La población difícilmente volverá a confiar en ese modelo energético que demostró ser no sólo erróneo, sino extremadamente frágil.
La única solución a corto plazo es que los gobiernos asuman el control. En Australia se suspendió el mercado eléctrico, en la Unión Europea se habla de una reforma total al modelo de mercado derivado de los exorbitantes precios (hasta mil 500 euros/Mwh en Francia). En Estados Unidos se alerta de las fallas del mercado para garantizar el suministro (NERC,2022) en sus diversas regiones. El Estado deberá intervenir para garantizar el suministro. Socializando las pérdidas después de que se privatizaron las ganancias.
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