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Cultura

2022-07-14 06:00

Proponen usar el teatro como un espacio para reflexionar acerca de la violencia en el país

Tártaro. Réquiem de cuerpo presente por el niño que aprendió a matar “no pretende acercarnos al funeral del México contemporáneo”, sino tratar de entender cómo alguien puede convertirse en un asesino a sueldo.
Tártaro. Réquiem de cuerpo presente por el niño que aprendió a matar “no pretende acercarnos al funeral del México contemporáneo”, sino tratar de entender cómo alguien puede convertirse en un asesino a sueldo. Foto cortesía Coordinación Nacional de Teatro
Periódico La Jornada
jueves 14 de julio de 2022 , p. 5a

Pese a que la obra Tártaro. Réquiem de cuerpo presente por el niño que aprendió a matar aborda la aguda problemática de violencia que atraviesa el país, su pretensión “no es acercarnos al funeral del México contemporáneo”, sostiene su director, David Psalmon.

Más bien se propone generar “un lugar donde podamos recogernos como comunidad, usar el teatro como un espacio para estar juntos, pensar y reflexionar sobre lo que pasa en el país, en lo que realmente es importante”.

Escrita por Sergio López Vigueras, la obra comenzó temporada el 7 de julio pasado en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque (atrás del Auditorio Nacional), donde se mantendrá hasta el 24 de julio, con funciones los jueves y viernes a las 20 horas, sábados a las 19 horas y domingos a las 18 horas.

Estas serán sus últimas presentaciones en la Ciudad de México, después de montarse también en el Centro Cultural Helénico y en el Foro de las Artes del Centro Nacional de las Artes.

Se trata de un monólogo interpretado por Bernardo Gamboa que relata la historia de “un sicario que habita en una nación en ruinas en medio de una guerra fratricida”, según la sinopsis del montaje.

Entre las ráfagas, el protagonista siente el golpe del disparo que segará su vida e, intentando hallarle sentido, recorre sus momentos clave: desde su anémica gestación y la agonía de su madre provocada por sus condiciones de trabajo hasta que se convirtió en una máquina de muerte.

De acuerdo con David Psalmon, esos últimos instantes del joven narcotraficante son tratados desde una mirada imparcial, sin carga moral.

“Vemos su trayectoria por la vida, todo lo que lo ha propulsado hasta los bajos fondos, a los infiernos más insondables. Tártaro… es una referencia a la mitología griega, lo más oscuro de lo oscuro, los infiernos dentro de los infiernos”, refiere el director escénico y actor.

“Nos relata la historia de esa persona, que quizá sea un reflejo de tantas historias que hemos escuchado de ranchos y pueblos del país, esos lugares que a veces no volteamos a ver, para darnos cuenta de que detrás de esa gente, de decenas de víctimas, hay seres humanos, personas con trayectorias que nos permitirían entender de manera distinta cómo alguien puede terminar dedicándose al crimen.”

Psalmon propone una mirada diferente, con el fin de ver a ese personaje “no con los ojos del verdugo ni de la víctima. No nos preguntamos si es un monstruo o un mártir; es una misa y un réquiem que permite acercarnos hacia lo más profundo de su vida”.

A pesar de lo fuerte de la historia, el montaje está planteado desde una perspectiva luminosa, apunta el director de escena, “no sólo para recordar lo violento que es México, sino que hay una gran herida que se llama Tártaro y que, tal vez, juntos podemos comenzar a sanar”.

Se trata, concluye, de “imaginar que el teatro puede ser ese espacio donde podemos reflexionar y disfrutar, porque en esta obra hay mucha violencia en su tratamiento escénico y en su propia escritura”.

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