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Política

2022-07-12 06:00

Indigenismo para neoliberales

Periódico La Jornada
martes 12 de julio de 2022 , p. 14

Cuando en los estados eu­ropeos (y los que trataban de imitarlos) se decidió que la historia debía ser una materia formativa, se construyeron relatos progresivos, lineales o espirales, fundados en la filosofía de la historia al uso del siglo XIX y su idea de progreso. Así, todas las sociedades debían salir de las etapas “primitivas” a través de tres sucesivas “edades” (de piedra nueva, de bronce y de hierro) para entrar a la civilización clásica, con su política clásica y su filosofía clásica (exclusiva de Grecia y Roma) para que en fusión con la fe cristiana (la única y verdadera religión) diera lugar al feudalismo, simiente indispensable, cuna de la “libertad” y del “progreso” inherentes al capitalismo (en otra versión se cambiaban los términos por comunismo primitivo, despotismo oriental, esclavismo clásico, feudalismo, capitalismo y añadía el socialismo).

Lo que no entraba en el esquema se metía a martillazos: el nivel de “civilización” o “libertad” de las sociedades no europeas se medía de acuerdo con los parámetros de la “ruta histórica” de Europa occidental hacia el capitalismo industrial. Una nación o cultura era más o menos civilizada o libre conforme se asemejara más o menos a los parámetros europeos. Las artes eran más o menos civilizadas conforme más se acercaran a los cánones europeos; la filosofía de los pueblos “antiguos” era filosofía sólo si se asemejaba a la griega. Por eso el México antiguo apenas se acercaba. Pondría aquí a José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Octavio Paz o Ángel María Garibay para mostrarlo.

En esa tradición se inserta de lleno Miguel León-Portilla, quien cree en esas esencias (“ser histórico”) y esa historia progresiva. Así aparece en una de sus obras más relevantes, La filosofía náhuatl. Muchos críticos han señalado el ejercicio intelectual de León-Portilla, que buscó acercar el pensamiento náhuatl al griego y cristiano. Ese esfuerzo de adaptación de la filosofía se basa en los textos de los padres franciscanos del siglo XVI y sus informantes nahuas, porque los códices y pinturas prehispánicos fueron destruidos; los estudiosos, asesinados o dispersados; el Calmecac y el Telpochcalli, desaparecidos…

Muchos lectores comentaron. Enrique Covarrubias, ingeniero de Mexicali, recordó que en la preparatoria leyó y releyó fascinado la Visión de los vencidos, “y en verdad, apenas me doy cuenta de que cumple otra función: va a las emociones y deja la sensación de que pasó como tenía que pasar y nos hace aceptar que somos vencidos, que somos lo que somos. Y dejamos de cuestionar.” Héctor Flores Cardona, abogado regiomontano, escribió: “La lectura de León-Portilla me dio un sentido fatalista como descendiente de aquellos supuestos vencidos”.

Como El laberinto de la soledad, la Visión de los vencidos se vendió por millones y era (sigue siendo) lectura obligada en educación media. Entrambos fueron piedras fundamentales de la idea del mexicano “hijo de la chingada”, vencido, de una sola manera de ser (https://bit.ly/3yWm4mQ). La idea que hace museos del pasado indígena (dejando claro su “primitivismo” respecto a Europa) mientras discrimina, oprime o busca “integrar” al indígena vivo.

El esencialismo eurocentrista y el fatalismo de León-Portilla no sólo fue funcional al poder en México: lo asumieron Reagan, Thatcher, Wojtyla y Juan Carlos de Borbón. Luego, en la España de la monarquía heredera del franquismo se apuntaló, dándole un tufo académico, una historia según la cual la gran e incomparable hazaña del descubrimiento y la conquista de América liberó a los indígenas del salvajismo y el terror (particularmente en México y Perú), y les permitió dar un salto de 5 mil años, de la edad de piedra a la modernidad, incorporando con humanismo a los indígenas mediante leyes sabias y justas, fomentando la fusión y el mestizaje (y para saber qué piensa el rey Felipe, basta ver el respaldo mediático de la corona y el establishment a “historiadores” como Marcelo Gullo o María Elvira Roca Barea). Claro que León-Portilla no habría suscrito esas ideas (al menos, no de esa manera), pero su esencialismo y su fatalismo las apuntalaban y les eran funcionales.

En estos meses se dio un debate entre los defensores de la “reconciliación histórica” que intentó promover AMLO (reiteramos la explicación del historiador Bernardo Ibarrola: https://bit.ly/3aypsem) y quienes proclaman “liberadora” la “conquista”, de la que nace el “ser de México”. Y justo en medio de ese debate en el que la corona y el establishment españoles han tomado abiertamente partido, se entregaron sendos premios de nombres sonoramente feudales y/o aristocráticos a los doctores Enrique Krauze y Eduardo Matos Moctezuma, ambos miembros de El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Historia (uno de ellos ya era gran cruz de dos órdenes monárquicas españolas), ambos cercanísimos al poder (desde López Portillo uno, desde Salinas el otro y hasta Peña Nieto) y operadores de grandes proyectos con ingentes recursos. La función político-ideológica de Krauze nos queda muy clara. La de León-Portilla y sus discípulos todavía no.

¿Era inevitable la “conquista”? ¿La dictaban las “leyes de la historia”? Salgamos de Europa de la mano de Serge Gruzinski, vayamos con él a China y al mundo musulmán en el siglo XVI y volvamos con Josep Fontana y Eric Hobsbawn a Europa para discutirlo.

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