La soledad funeraria de Luis Echeverría Álvarez (LEA) fue una confirmación del incriminatorio aislamiento político y social que vivió luego de que dejó la presidencia de México en 1976 y un adelanto categórico del juicio histórico correspondiente a la demagogia, el falso izquierdismo, la represión, la crisis económica y la corrupción que caracterizaron a su administración iniciada en 1970.
Nadie de renombre pidió ni mucho menos reclamó honores para Echeverría, ni los institucionales que se han suministrado a ex presidentes fallecidos (el presidente López Obrador cumplió mediante un mínimo mensaje sobrio, de protocolo) ni los partidistas y sociales que, si acaso, le fueron prodigados con gotero por contados personajes, meros habitantes ya intrascendentes de la nostalgia de élite. El historial de Echeverría es indefendible, ajeno a cualquier tentativa sensata y honesta de homenaje o panegírico.
Por cierto, en su atribulada búsqueda de retazos que les permitan armar algo parecido a una narrativa eficaz, una argumentación sostenible, algunos de los opositores a López Obrador se aferraron a equiparar el echeverrismo con el obradorismo, sin mayor contexto histórico ni honestidad intelectual.
Una flaqueza evidente de tal “análisis” radica en que esos anti-4T están actualmente aliados con el Partido Revolucionario Institucional. Es decir, son los herederos de esas prácticas del tricolor y corresponsables de las maniobras que buscan devolverle poder a esa formación antaño hegemónica. Junto a ellos se mueven actualmente Alejandro Moreno, Enrique de la Madrid, Porfirio Muñoz Ledo, Rubén Moreira y Augusto Gómez Villanueva, por citar algunos ejemplos.
Algunos puntos a considerar: Echeverría fue un burócrata designado a dedo desde el poder sangriento de Gustavo Díaz Ordaz, mientras AMLO proviene de un movimiento social que dos veces sufrió fraude electoral (2006, con Calderón; 2012, con Peña Nieto). LEA fue un represor por sistema, acusado de genocidio, mientras AMLO hace disparejos esfuerzos por castigar esas y otras represiones, sin crear nuevas desde el Estado. LEA fue sostenido por los medios chayoteros, la intelectualidad bajo menú, el corporativismo político (CTM, CNC y “sector popular”) y las fuerzas militares abiertamente represivas…
Ese PRI, representado en su aislamiento por el cuerpo de Echeverría, está en un proceso de deterioro extremo con Alejandro Moreno, autodenominado Alito, quien cumplió en el extranjero una agenda de simulación tragicómica. Discursos ante sillerías vacías, retórica grandilocuente frente a la nada, libreto de victimismo que se deshace ante su realidad delictiva, la audiograbada y la documentada en papel.
Regresó Alito a México con la guillotina judicial encima pero, también, con un insólito regalo de la llamada 4T, al anunciarse desde una cuenta del gobierno federal la formalización de investigaciones de la Fiscalía General de la República, órgano este técnicamente autónomo, cuyas decisiones y resoluciones no deberían ser adelantadas por el Poder Ejecutivo Federal. Con tal regalo, Alito podrá invocar violaciones al debido proceso.
Enrique Peña Nieto, otro de los personajes de este episodio de posible recomposición de las relaciones PRI-Morena, estudia mientras tanto las implicaciones del anuncio hecho por Pablo Gómez respecto a indagaciones familiares del poder tricolor recién pasado. Distintas piezas del rompecabezas estado de México-Coahuila en 2023 y sucesión presidencial 2024 están a la vista, en un rejuego que implicaría reconciliación o ruptura.
La verdadera oposición al obradorismo habría estado, en todo caso, en misa. A convocatoria de la jerarquía católica se produjeron a lo largo y ancho del país actos religiosos para recordar a los sacerdotes jesuitas asesinados en la Sierra Tarahumara y para promover “la paz” que el actual gobierno, señalan, no provee.
Y, mientras Ricardo Monreal se ha organizado un acto torero en el que colocó banderillas a futuro, al convocar a seguir luchando en Morena “hasta el límite de nuestra dignidad”. ¡Hasta mañana!
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