Acaba de cumplirse un aniversario de la muerte de Porfirio Díaz. Nadie lo recordó. Los porfiristas han desaparecido y ni siquiera –que yo sepa– alguien mencionó que los huesos del dictador se encuentran en Francia y que nadie intenta traerlos para depositarlos en Oaxaca, como él quería. La historia ha sido implacable, no queda nada de nada del presidente imperial. Bueno, queda su presencia fantasmal en las instituciones mexicanas.
En la misma Constitución de 1917, que fue bandera de los revolucionarios, se tuvo cuidado de incorporar la estructura de un ejecutivo fuerte y se utilizaron como inspiración los textos de Emilio Rabasa, un apologista del régimen Porfiriano.
El presidencialismo democrático de Madero, encuadrado en el texto de la Constitución de 1857, había terminado con el derrocamiento de su gobierno y su asesinato: un desastre. Esto mucho influyó en los constituyentes, a tal punto que desecharon las normas que daban un poder excesivo al legislativo haciendo difícil la tarea de gobierno. Los revolucionarios tenían introyectada la figura fuerte de Díaz y, aunque repudiaran sus abusos y la injusticia social que generó, aceptaban su lección de ejecutivo fuerte. Creían que el democratismo de Madero lo había llevado a la derrota y a la muerte. Recomiendo la lectura del texto elaborado por Ignacio Marván Laborde (Cómo hicieron la Constitución de 1917) y sus reflexiones sobre el interés de los constituyentes por el tipo de estructura democrática que había que construir.
Don Porfirio tuvo una enorme presencia y prestigio durante varias décadas, en las cuales se formaron políticamente los revolucionarios, seguro lo admiraban y no conocían otra forma de liderazgo efectivo que la de él. Se atribuye a Álvaro Obregón, el caudillo más importante y el primer presidente fuerte de la era revolucionaria, la expresión “el único gran defecto de don Porfirio fue envejecer”.
Así, tanto en la tarea de formar otra Constitución como en la práctica de gobierno pesaba de modo singular la idea de un ejecutivo fuerte capaz de mantener en orden a nuestro enorme país, además de representarnos y defendernos frente al extranjero.
En una próxima entrega intentaré seguir la influencia porfírica en la historia contemporánea de México hasta nuestros días.