La inflación es lo peor que podía esperar un gobierno volcado a asegurar la estabilidad financiera de la economía. No gastar de más; no endeudarse, apegarse a la plantilla de ingresos tal y como se diseñó de entrada, etcétera. Si adviertes o identificas carencias flagrantes en el presupuesto que te tocó, más vale un poco de calma y un mucho de paciencia resignada.
La suma mayor de este credo, validado ahora nada menos que por Standard and Poors que aplaude la administración de la austeridad del gobierno, resulta en un gobierno achicado; una infraestructura encogida o de plano disminuida, ya lo veremos; una educación en estado de sitio y una salud que hace milagros con el auxilio de sus fieles y seguros servidores.
Así no se puede aspirar a cerrar con éxito una gestión iniciada con todas las esperanzas y expectativas, así como con una carga de votos en favor que nadie había siquiera soñado. La Gran Transformación tendrá que esperar a mejores tiempos, porque salvo el estilo personal de gobernar, que vaya que ha cambiado, no hay en el panorama nacional signos claros de que una mutación del calibre histórico como la que promete el Presidente aparezca por lado alguno.
Lo que impera y sobrecoge es la panoplia de humores que resumen el alma nacional. Por más escaparates que se inventen, ni el gobierno y su partido ni los de esta extraña oposición que vive en el extravío pueden presumir de que algo están cambiando.
Como fuegos artificiales se anuncian cada mañana notas que se “visten” de colores que se suponen llamativos para una sociedad abrumada a la que se pretende mantener “distraída” de su precaria situación. Entre promociones permanentes de “promesas y obras” pasando por sketchs políticos, como el juego denigrante de las corcholatas, hasta degradar el cumplimiento de las leyes en promocionales del “nosotros somos diferentes”, pasan los días entre distracciones y escisiones. Disonancias entre discursos y realidades que no pueden sino ensancharse hasta devenir enormes golfos de nulo entendimiento y de una deliberación bajo tierra.
Considérese, como botón de muestra, el discurso sobre la estrategia de seguridad de “abrazos no balazos”. Si nos atenemos a la prédica del titular del Ejecutivo las cosas de la inseguridad van mejorando. Así, México, conforme a la animosa versión presidencial va dejando atrás, con paso decisivo, la crisis originada por los gobiernos neoliberales. Predomina, pues, la visión optimista acerca de un curso de acción que una y otra vez el gobierno se niega a someterlo a examen crítico ni qué decir de una eventual rectificación.
En ésta, como en otras tantas materias, el jefe del Ejecutivo ha sido muy poco receptivo a las voces críticas. Un día y otro defiende su verdad, aunque los soportes que la sostienen se vean erosionados por la rejega realidad. Que nada o poco tiene que ver con las intenciones aviesas de unos “conservadores” que en la versión presidencial se trata de pastiches acartonados que no podrían poner en estado de alerta a liberal alguno.
No deja de ser lamentable constatar cómo el discurso oficial es impermeable ante la evidencia de la multiplicación de la violencia y las inseguridades. Pero, también, la incapacidad de los actores políticos de articular un discurso coherente y consecuente que apunte a reordenar nuestros intercambios y vaya más allá de las trivialidades.
Así como la búsqueda de los miles dedesaparecidos y muertos, por donde quiera ser mirada la desgracia, es un fracaso absoluto de la estrategia adoptada por el gobierno, también lo son las pistas montadas por los actores políticos defendiendo con “pasión y emoción” sus intereses.
Cierto, la espiral de violencia no empezó con este gobierno, pero sí se ha agravado, contribuyendo así a imponer no sólo el imperio de la impunidad, que es palabra mayor, sino agravando la herida en la cohesión social abierta por la perenne desigualdad de la nación mexicana y el empobrecimiento abrupto de miles de hogares por la pandemia y las omisiones del Estado. Sin embargo, reiteremos hasta perder voz y templanza: toca al Estado combatir a la delincuencia, imponer la ley, seguridad a la ciudadanía para que pueda pasar sus días sin caer en la vorágine que impone la lógica del miedo y la delincuencia.
Insistir las veces que sea necesario: seguir mezclando abusivamente dichos con hechos, lo urgente con lo importante es el principio de una confusión mayor. Es fundamental recobrar la palabra para entendernos; empeñarnos en reconstruir los lazos de comunidad que nos den soporte en la magna tarea reconstructora que nos espera.