El libro Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena: medio siglo de historia es la memoria visual y el testimonio de varias décadas de creación colectiva, protagonizadas por dicho laboratorio, experiencia generadora de prácticas escénicas donde germinaron teatralidades nacidas de las entrañas de la tierra. El Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena (LTCI) impulsó un teatro para la vida, para la reapropiación de las raíces y de la dignidad, a partir de un diálogo con el entorno y las muchas historias de los pueblos.
Las raíces teatrales de las comunidades indígenas de México vienen de lejos, pero a lo largo de la historia, el teatro popular adquirió en México muchas vertientes de las cuales da cuenta Rodolfo Stavenhagen en este magnífico libro. Tuve la suerte de participar del movimiento de teatro comunidad de los años 80, que recogió las experiencias escénicas de muchos pueblos rurales e indígenas desde la Dirección General de Culturas Populares, bajo el impulso de Leonel Durán y de Guillermo Bonfil. El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), en ese entonces, aportaba la mirada de investigadores que escudriñaban en esas otras teatralidades, ajenas a la convención de Occidente.
Gracias a Angelina Camargo, que formó parte de la epopeya del LTCI de Tabasco, de Yucatán y luego en otras geografías de México, conocí la experiencia a fines de los años 80 y principios de los 90. María Alicia Martínez Medrano, su creadora, deja una huella de energía y entrega a un trabajo de dirección riguroso, disciplinado, que no concede, pedagógicamente estructurado, que reconoce las prácticas escénicas ancestrales, pero las coloca en diálogo con la dramaturgia universal, en adaptaciones que ella escribe como articuladora de lenguajes y mundos. Ella misma se había nutrido del cine, de la formación teatral, de la literatura.
El LTCI deja establecida la posibilidad y pertinencia de la experiencia artística que nace de las periferias, desde esos pequeños espacios comunitarios donde el teatro es capaz de transformar la vida y despertar pasiones encontradas, como lo testimonia la pluma de Luz Emilia Aguilar Zinser a partir de un prolífico trabajo de investigación.
La mirada de Lourdes Grobet hace homenaje a medio siglo del LTCI, al quehacer de María Luisa Martínez Medrano. Nadie más podría haber seguido con pasión y calidad estética ese movimiento teatral comunitario, dejando constancia de la poética visual de la imagen escénica. Lourdes Grobet es heredera de una tradición que viene de la plástica. Se forma con Mathias Goeritz, Gilberto Aceves Navarro, Katy Horna, pero también se nutre de El Santo, el Enmascarado de Plata. Estamos ante la obra de una fotógrafa que, desde la vanguardia experimental, ha ensanchado el espectro de la fotografía en México.
Entre el Ártico y Oxolotán, la tierra del jaguar; entre la ceiba y el lugar donde cantan los pájaros o amanece la bruma, en los cuadriláteros de la Ciudad de México, o en la lucha de las mujeres, Lourdes Grobet deja el testimonio de momentos vitales de comunidades que no renuncian a la vida.
Este libro es, sin embargo, fruto de una renuncia de Lourdes Grobet a los reconocimientos basados en la individualidad. Recuerdo que la llamé para informarle que había ganado la Medalla Bellas Artes 2019. Me dijo que estaba en Siberia a punto de salir a fotografiar los glaciares, que me cambiaba la medalla por la edición de este libro que llevaba tiempo intentado ver la luz. Para el Inbal, instancia de la Secretaría de Cultura, cumplir ese compromiso es también una forma de rendir homenaje a quien ha ganado respeto y admiración por su trabajo artístico y su postura ética.