De toda una avalancha de −breves y no tan breves− comentarios tras la publicación el lunes del comunicado del Departamento de Estado estadunidense (DOS) sobre la muerte de Shireen Abu Akleh, una periodista palestina abatida por un francotirador del ejército israelí (IDF) en mayo pasado (véase bit.ly/3ajlbeJ), que se rehuyó de señalar a los verdaderos perpetradores, el de Rania Zabaneh, su colega de Al Jazeera –“se siente como si Shireen hubiese quedado baleada nuevamente hoy” (bit.ly/3NPKtyJ)− ha sido quizás más conciso en transmitir el sentido de desesperación por la falta de justicia e incesante blanqueamiento de los crímenes coloniales de Israel.
Varios otros no se quedaban cortos. Khaled Elgindy, académico palestino-estadunidense, autor de Blind Spot: America and the Palestinians, from Balfour to Trump (2019), tuiteó: “Escribí un libro completo sobre por qué Estados Unidos ha sido tan ineficaz como mediador de la paz, pero la respuesta se resume bien en esta declaración: una total incapacidad/falta de voluntad para responsabilizar a Israel por cualquier cosa” (bit.ly/3yInocV).
Según el DOS −Abu Akleh tenía también nacionalidad estadunidense− “tras un análisis detallado de la bala resultó imposible determinar su origen dada la deformación”. Si bien los forenses dijeron que es probable “que el fuego vino de las posiciones israelíes” (sic), “no hay ninguna razón para pensar que su muerte fue deliberada” (sic).
Un misterio, una contradicción y un típico lenguaje esópico digno de la propia hasbara (bit.ly/3IlyV54), que al parecer ya fue internalizada por los diplomáticos estadunidenses: “Es imposible saber quién la mató, pero sus intenciones eran buenas”. O sea.
Israel, naturalmente “se indignó” por la sugerencia de que el fuego haya podido venir de sus posiciones. La Autoridad Palestina −en consonancia con la tibieza de Abbas− se mostró “decepcionada”. La única reacción a las alturas de lo ocurrido –“un descarado blanqueamiento de un asesinato”, comentó B’Tselem, una de las principales ONG israelíes de derechos humanos− provino de su familia.
Según ellos, las conclusiones del DOS ignoran múltiples testimonios de los testigos e investigaciones de diferentes organizaciones y medios que apuntan unánimemente a las IDF, siendo el propio énfasis en la bala “una suerte del truco adrede a fin de pasar por alto de ellos” y hacer creer “que sólo ‘una investigación forense al estilo de CSI’ sería capaz de revelar la verdad”.
Lo que quedaba ignorado “en esta ejecución extrajudicial de un ciudadano estadunidense por Israel, un país que recibe billones de dólares de ayuda militar de Estados Unidos y que perpetúa la ocupación de Palestina, la más larga ocupación militar en la historia moderna” era, según ellos, “todo el contexto de violencia israelí en Palestina” (bit.ly/3yMV9Kj).
Lo mismo se puede decir del contexto del blanqueamiento sistémico y del “negacionismo” del ejército israelí en casos parecidos, que encima siempre... se investiga a sí mismo (bit.ly/3RjigDh) −por lo que B’Tselem ya dejó de colaborar con las IDF (bit.ly/3ynMRao)−, junto con toda una serie de trucos jurídicos que habitualmente sirven para calificar estos asesinatos de... ¡ ladies and gentlemen!: “errores, sin mala voluntad/intencionalidad” (a qué nos suena esto...). Desde el principio de 2022, las IDF ya han asesinado, bajo diferentes pretextos, a unos 60 palestinos, incluidos 15 niños, sin que ningún soldado haya sido juzgado, vaya, ni siquiera propiamente investigado.
La persistencia del régimen del apartheid en territorios ocupados (bit.ly/3uuQkm3) es otro contexto faltante que hizo que el ejército pronto anunciara que no iba a abrir ninguna investigación criminal: las leyes militares de Judea y Samaria −denominación colonial de Cisjordania− a las que está sujetada la población ocupada desprovista de derechos básicos, dicen “que esto no es necesario” (bit.ly/3bVU7T2). Vaya, incluso la FBI, internalizando al parecer también las coordinadas del racismo israelí, dijo que no iba a abrir ninguna investigación suya −el anuncio del DOS cierra el caso−, a pesar de que siempre abre una cuando un ciudadano estadunidense muere en el extranjero.
Yo digo que toda esta situación es bastante kafkiana (dejemos de lado por el momento la vieja controversia de a quién pertenece Kafka: ¿a Chequia?, ¿a Alemania?, ¿a Israel?, que en su momento también pasó por investigaciones, cortes y presiones diplomáticas: bit.ly/3bYVNvn).
Resulta que el lunes, el día del comunicado, no sólo era the Fourth of July −vaya manera de celebrar...−, sino que el 3, el domingo, fue el cumpleaños de Franz Kafka. De allí un poco la idea, pero todo encajó cuando vi el otro comentario, esta vez de Hanan Ashrawi, una de las más lúcidas figuras políticas palestinas, marginalizada desde hace décadas por el dúo Arafat/Abbas, que tuiteó: “Hay un dicho de que cualquier palestino, herido o muerto, es culpable de obstruir el paso libre de una bala israelí. Los asesinos israelíes y francotiradores tienen que estar protegidos en esta bizarra lógica por maniobras verbales de la administración de Estados Unidos, que ya dejó de buscar su columna vertebral” (bit.ly/3IjzT1E).
Opino que, lo más pronto posible, una investigación del crimen de Shireen Abu Akleh de detener una bala israelí debería estar abierta (si ya ninguna otra, aparte de trucos al estilo de CSI, lo fue...) y su culpabilidad determinada fuera de cualquier duda (si ya no se encontró a ningún otro culpable...).