Morena no es el PRI. Aunque la analogía es equívoca en general, es cierto que en Morena participan un gran número de ex priístas sea en la dirección o en las instancias de operación política. Pero esto no debería sorprender dado el carácter hegemónico del sistema autoritario y el papel del PRI en la formación de cuadros políticos. Los pocos que no pasaron por ahí fueron miembros de grupos marginales desde el partido comunista y otras corrientes de la extrema izquierda, o de las corrientes de derecha vinculadas con las iglesias.
Lo institucional del PRI. Desde luego el PRI tenía estatutos, mecanismos formales para la toma de decisiones y un conjunto de representaciones litúrgicas que se seguían con precisión en determinados periodos, pero el centro de la operación de las instituciones durante el autoritarismo fueron las reglas informales.
Reglas informales. Douglass C. North (2005) propone que toda actividad humana supone una estructura conformada por instituciones: reglas formales, normas informales y las características de los mecanismos establecidos para hacerlas cumplir ( enforcement characteristics). Es complicada la traducción a español del término enforcement, se menciona como acatamiento o peor aún implantación de las leyes. Quizás más preciso sería acatamiento de las leyes por medio de la coerción del Estado.
Sistema de creencias. La interrelación entre instituciones y creencias que es evidente en las reglas formales, lo es más en las reglas informales –normas, convenciones y códigos de conducta–, por cuanto expresan los códigos morales de los sistemas de creencias. Lo crucial de las normas informales es que mientras las instituciones formales pueden ser cambiadas por mandato, aún no se comprende bien cómo se modifican las informales puesto que “no se prestan a la manipulación deliberada” (North, 2005:50).
El legado priísta. Hay al menos tres instituciones que heredamos del priísmo: el madruguete, el dedazo y el ninguneo. En contextos diferentes, estas reglas informales operan de otra manera y generan consecuencias no deseadas.
El madruguete. Nada mejor para ilustrar esta institución, que el célebre diálogo en la novela de Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo.
“Al líder de los radicales Oliver que quería empujar al general Elizondo a la asonada le dice éste:
–Madrugar, sí licenciado, pero sin que corra uno el riesgo de que pronto lo acuesten. Hay que madrugar tomando en cuenta el reloj.
Pero el líder radical ya entrado en la discusión le responde:
–Un punto me parece merecedor de los más amplios desarrollos, el de las reglas posibles en nuestras contiendas públicas. La regla es una sola: en México si no le madruga usted a su contrario, su contrario le madruga a usted.”
El dedazo. Dicen Levitsky y Murillo (2012) citando en parte a Joy Langston (2006) que las élites del PRI enfrentaron el problema de sucesión presidencial en un contexto de elecciones regulares, pero de facto no competitivas. Con el dedazo, los presidentes elegían unilateralmente a su sucesor de un conjunto de selectos candidatos, quienes seguían un claro conjunto de reglas no escritas.
El ninguneo. En El laberinto de la soledad (1950) Octavio Paz define esta institución a partir de la caracterización del mexicano: un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. La máscara ligada al disimulo. No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. A eso lo llama ningunear.
En mis siguientes entregas revisaré cómo funcionaron en estas instituciones durante el régimen de las alternancias (1997-2018); y cómo empiezan a despuntar en el actual régimen. En ambos casos operan en contextos radicalmente diferentes al del régimen autoritario. Pero, sobre todo, producen resultados inesperados.
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