Maru es una joven de Puebla. Desde muy pequeña supo lo difícil que es la separación. Ante la falta de oportunidades, su padre decidió dejar su hogar, para dirigirse a Estados Unidos, en busca de una mejor vida. Atrás quedó Maru, de tres años, sus dos hermanas y su momma, como le dice a su madre. Como lo hacen otros niños, hijos de padres migrantes, tuvo que lidiar con una infancia de pérdidas.
Tres años más tarde su padre regresó. La alegría duró muy poco, pues les informarían a ella y a su hermana, que su momma y él volverían a partir, ahora llevándose a la menor de sus hijas. De nuevo, Maru se enfrenta a la separación. Resignada, acepta quedarse con su abuela y comportarse como la mayor, para proteger a su hermana. Lo que sigue en la historia es confuso para Maru, pues se está plagado de dolor: “No recuerdo mucho; sólo siento mucha nostalgia al recordar esa etapa. A pesar de ya ser adulta, intento construir mi infancia, pues sólo sé que quiero llorar cada vez que pienso en lo que viví a los siete años”. Nueves meses después su momma regresa a Puebla por ella y su hermana. Maru piensa que su suerte comienza a cambiar, pues volvería a estar reunida con su familia.
A los pocos días Maru se encuentra en la frontera de Nogales, norte de México. Pensó que no había tiempo de ser una niña, tenía que comportarse a la altura de la circunstancias, no permitir que el miedo la invadiera. Si quería tener a su familia junta de nuevo, tenía que ser muy valiente y caminar por esos senderos agrestes. Lo que por muchos años imaginó, de cómo era la forma de que vivían su padres en un país extraño, por fin lo sabría, pues lo experimentaría en carne propia.
Llegó a Nueva York, tras varios días de caminar por el desierto. El invierno neoyorquino recibió a Maru y a su familia. Sintió una profunda felicidad de volver a estar juntos. Pero enfrentaría la nueva realidad: crecer en un país distinto al suyo, aprender un idioma diferente y ser la pionera de su familia en ese proceso. De nuevo, Maru entendió que no habría tiempo de ser niña. Sus días trascurrían en traducir a sus padres, enfrentándose al complejo mundo de la salud, lo educativo y las otras aristas de la vida. La realidad de la niñez migrante es que muchas veces, se vuelven los pequeños responsables del hogar. “Al principio no sabía cómo traducir las malas noticias. ¿Cómo decir a mis padres que mi hermana iba mal en la escuela o que no podríamos pagar las cuentas del mes? Pensaba que decir una parte de la verdad era lo mejor. Tal vez no les dolería tanto.” Maru se exigía obtener la perfección; no había tiempo para fallar.
Pasaron los años. Otras vez la separación se asoma en su familia, luego de que su hermana menor es expulsada de la escuela. La familia decide regresarla a México. Sólo se quedan en Estados Unidos sus padres y ella. Logra matricularse en la universidad. “Conseguí una beca en una escuela del Bronx. Mis padres se sentían orgullosos de mí. Logré un poco de libertad al salir de casa y dejar de lado las múltiples responsabilidades que desde muy pequeña tenía.” A unos meses de terminar la universidad, el abogado les avisa que su caso de regularización migratoria no procedería. Las esperanzas de una vida profesional para Maru se desvanecieron.
Se encontraba sin salida, no podría conseguir trabajo de lo que estudió por su condición migratoria. “Desde que llegué a este país todo ha sido cuesta arriba. Creo que en el fondo, siempre imaginé que en México las cosas serían distintas, pues al final era mi país, mi gente, mi cultura. Era el lugar en el mundo donde me reconocerían como persona.” Pese a estar muy activa en las acciones en Estados Unidos para un arreglo para los llamados Dreamers, Maru no veía cercana esta posibilidad. Así, en el verano de 2006 regresa a México.
Maru se muda a la Ciudad de México para iniciar su nueva vida. Entra a trabajar en un call center. Ironías de la vida: se encuentra con un mundo que incluía a miles de personas que habían sido deportadas o estaban en la situación de ella, que no podían ejercer su carrera en Estados Unidos y debieron migrar. Fue como reconectar con esa parte dolorosa de su vida. Observa lo sistemática que es la segregación en Estados Unidos. Supo que, a pesar de llamarse el país de las oportunidades, en realidad se rechaza a la gente que no es igual a ellos. Afectada por historias de jóvenes con muchos sueños rotos y divididos por las fronteras, toma acción.
Se adentra en el activismo; conoce espacios seguros donde puede compartir su situación, la de sus padres y sus hermanas. Decide que una forma de reivindicar la lucha de cientos de jóvenes es hacerlas públicas. Historias de que pareciera que la vida nunca les dio el tiempo para vivir su niñez. Cargar sobre sus hombros la responsabilidad de sus familias y que, al final, el país que los vio crecer les niegue sus derechos.
Los pequeños migrantes forman una lista de guerreros que luchan para integrarse. Esa otra migración de la que se habla poco, que es la realidad de niños divididos entre diferentes realidades y culturas. Su corazón está con sus familias en México y Estados Unidos, pero en ambos lugares son ajenos. “Quise regresar pensando que todo sería mejor, pero me encuentro con otras historias, de jóvenes que no son de aquí ni de allá. Donde mi país me expulsa por la falta de oportunidades, pero también me expulsa adonde llegué.”
Sabe que hay que exigir justicia. Tras mucha insistencia de su empleador, y de años de estar en México, decide comenzar con el proceso del visado para acceder a Estados Unidos; esta vez de forma documentada. “No lo podía creer, sólo quería salir del consulado para que no se arrepintieran de haberme dado la visa, quería gritar y llorar a la vez, porque volvería a ver a mi madre”. Tras siete años, Maru vuelve a ver a su momma y se prometen siempre estar juntas.
En medio del activismo, conoció a su esposo, un estadunidense que, sin pensarlo, sumaría a su sueño de volver a tener a su familia reunida. Tener la ciudadanía y solicitar la reunificación con su familia es el más grande regalo que su pareja le dio. “Es mi sueño de niña de estar todos juntos de nuevo como una familia.”
Maru es una mujer recién graduada de maestría por la New York University. Ha logrado superar el dolor de una niñez divida por las absurdas políticas migratorias que los países imponen. Todos los días lucha para que personas como sus padres no tengan que navegar solos en esta realidad, que consume a cientos de migrantes en esta urbe de hierro. Esos niños son los héroes que levantan la voz en dos idiomas, que dignifican la vida de cientos de familias que viven bajo la sombra de la separación.