Desde el 9 de septiembre de 1572, cuando desembarcaron en San Juan de Ulúa los primeros ocho sacerdotes de la Compañía de Jesús, orden religiosa autorizada apenas por el papa Paulo III, las historias de México y de los jesuitas, guardadas las proporciones, corren paralelas. Los jesuitas aparecen una y otra vez en acontecimientos importantes de nuestra accidentada vida; a veces como protagonistas de primera fila, otras en el discreto trabajo de evangelizar y enseñar.
Un nuevo capítulo de este entre cruce de historias es el condenable homicidio de los sacerdotes Javier Campos Morales SJ y Joaquín César Mora SJ, Gallo y Morita como los conocían con afecto sus feligreses en Cerocahui, en plena sierra Tarahumara; y sus secuelas, el sermón de otro jesuita, padre Javier Ávila SJ al que le aplaudieron una frase de ocasión, dicha en la homilía de la misa de difuntos de sus compañeros y que fue “no alcanzan los abrazos para tantos balazos”.
Como sucede, nuestro Presidente que respeta la libertad de los demás para expresarse sin reprimir, usó también la suya para responder y, sin pensarlo mucho, reclamó a los clérigos que le piden enmiende su política de seguridad, que no hayan sido tan claridosos antes, cuando se declaró la guerra al narco y principalmente frente al gobierno de Chihuahua que nunca cumplió las órdenes de aprehensión en contra del asesino de los jesuitas.
Vamos a nuestra historia; los jesuitas muy pronto y recién llegados a la Nueva España, destacaron en dos actividades que influyeron vivamente en la historia del virreinato y los colocaron al frente, en esa agitada época de procesos sociales con desenlaces imprevisibles; la exploración para evangelizar y la educación. Durante estos casi dos siglos, hasta el año en que fueron expulsados de España y de sus reinos de ultramar, trabajaron intensamente y obtuvieron logros que fueron y son dignos de admiración.
Fundaron colegios para jóvenes de clase media y alta, en 23 ciudades de lo que ahora es México; en la capital, en Puebla, Guanajuato, Celaya, Oaxaca, San Luis Potosí, Parral, Chihuahua, Valladolid hoy Morelia, Querétaro, Durango y Ciudad Real en Chiapas, ahora San Cristóbal Las Casas. Ahí recibían también a hijos de la nobleza nativa y a cualquier muchacho destacado y estudioso. Debemos recordar, que ya en 1578, muy poco después de su desembarco, fundaron el Colegio San Gregorio para niños indígenas.
Testigos actuales de esta brillante historia son los grandes edificios de sus seminarios, colegios y templos que encontramos por todas partes; quizá el más bello está en Tepotzotlán; otros colegios jesuitas reconocidos, son el de San Ildefonso en México, el de la Compañía en Puebla y decenas más por todo el país.
Los historiadores coinciden en señalarlos como precursores de la Independencia, por la influencia de los jesuitas, que acercaron a los jóvenes, criollos y mestizos a inquietudes intelectuales, conceptos de libertad, de superación por el estudio y también, por medio de los ejercicios espirituales, las virtudes de la fe y el amor al prójimo. Su expulsión provocó gran descontento, algunos motines y la percepción de que vivíamos bajo una tiranía. Se atribuye al Conde de Gálvez, cuando le preguntaron las causas de la expulsión, la frase “la razón se guarda en el real pecho de su majestad Carlos III”.
Debemos recordar que varios jesuitas murieron por sus trabajos de evangelización, algunos precisamente en la sierra Tarahumara, entre ellos Gonzalo de Tapia SJ, quien fundó San Luis de la Paz y continuó su camino con sus compañeros hasta alcanzar la muerte. Era la disposición de todos; dar la vida por su convicción. Fueron discípulos destacados de los jesuitas los más brillantes personajes del virreinato: Francisco J. Clavijero, Diego José Abad, Francisco Javier Alegre, Rafael Landívar y quizá en forma indirecta Sor Juana Inés de la Cruz.
Regresaron cuando la orden fue nuevamente autorizada y poco a poco recuperaron su actividad; durante la llamada Guerra cristera, un jesuita, Miguel Agustín Pro Juárez, murió fusilado, otros como Joaquín Cardoso SJ, tuvieron que esconderse y escapar al extranjero y otros más como Salvador Garcidueñas SJ, de quien ha escrito una estupenda biografía Felipe Garrido, se mantuvieron al lado de sus feligreses.
Actualmente los jesuitas tienen una red de escuelas universitarias, entre las que destacan el ITESO de Guadalajara y la Universidad Iberoamericana, en la que se hizo el valiente reclamo al candidato Peña Nieto con el grito “la Ibero no te quiere” y surgió el conglomerado identificado como “Yo Soy 132”.
Así que reconozcamos el valor testimonial de los jesuitas asesinados en la Tarahumara, la larga historia de sacrificio de la Orden y que tanto los jesuitas como el Presidente tienen derecho a decir clara y sinceramente lo que sienten. En el fondo y en mi opinión, caminan en la misma línea, primero los pobres y justicia social. Como decíamos en mi tiempo “no hay fijón”.