Dios, al ver lo desesperadamente aburridos que estaban todos en el séptimo día de la creación, forzó su agotada imaginación para encontrar algo más que agregar a la totalidad que había concebido. De repente su inspiración estalló aun más lejos de sus ilimitadas fronteras y divisó un aspecto más de la realidad: era posible imitarse a sí mismo. Así que inventó el teatro.
Reunió a sus ángeles y anunció esto en los siguientes términos, que aún se encuentran en un antiguo documento sánscrito: “El teatro será el campo en el que la gente podrá aprender a entender los misterios sagrados del universo. Y al mismo tiempo –agregó con engañosa naturalidad– será un alivio para los borrachines y los solitarios”.
Los ángeles estaban emocionados y apenas podían esperar a que hubiera suficiente gente en la Tierra para poner esto en práctica. La gente respondió con el mismo entusiasmo y rápidamente aparecieron muchos grupos tratando de imitar la realidad en sus distintas formas. Y aun así, los resultados fueron decepcionantes. Lo que había sonado tan maravilloso, generoso y amplio parecía volverse polvo en sus manos. En particular, los actores, escritores, directores, diseñadores y músicos no podían ponerse de acuerdo acerca de quién era el más importante, por lo que pasaban mucho tiempo discutiendo mientras su trabajo los satisfacía cada vez menos.
Un día se dieron cuenta de no estar llegando a nada y comisionaron a un ángel para regresar con Dios y pedirle ayuda.
Dios recapacitó largo tiempo. Entonces, tomó un pedazo de papel, garabateó algo en él, lo puso en una urna y se lo dio al ángel diciendo: “Todo está aquí. Esta es mi primera y última palabra”.
El regreso del ángel a los círculos teatrales fue un gran evento alrededor del que se reunieron todos los profesionales, mientras la urna era abierta. El ángel tomó el papel y lo desdobló. Contenía una palabra. Algunos trataron, incluso, de leer por encima del hombro del enviado mientras él anunciaba: “la palabra es interés.”
– ¿Interés?
– ¿Interés?
– ¿Eso es todo?
– ¡Eso es todo!
Se escuchó un leve murmullo de desaprobación.
– ¿Por quién nos toma?
– Es infantil.
– ¡Cómo si no supiéramos!
La reunión se disolvió agriamente, el ángel la abandonó bajo una nube y la palabra, aunque nunca más fue mencionada, se convirtió en una de las muchas razones por las que Dios perdió su rostro ante sus criaturas.
De cualquier manera, unos cuantos miles de años después, un joven estudiante de sánscrito encontró una referencia del incidente en un texto antiguo. Como él también trabajaba medio tiempo como intendente en un teatro, comunicó a la compañía su descubrimiento. Esta vez no hubo risas ni escarnio. En cambio, hubo un largo sepulcral silencio. Entonces, alguien habló.
– Interés. Para interesar. Yo debo interesarme. Yo debo interesar a otro. Yo no puedo interesar a otro si yo no me encuentro interesado. Necesitamos un interés común.
Otra voz se alzó.
– Para compartir un interés común debemos intercambiar elementos de interés de una manera interesante…
– …para nosotros dos…
– … para todos nosotros…
– Con el ritmo adecuado…
– ¿Ritmo?
– Sí, como hacer el amor. Si uno es muy rápido y el otro muy lento, no es interesante…
Entonces comenzaron a discutir seria y respetuosamente ¿qué es interesante? O como uno de ellos pregunto: “¿Qué es realmente interesante?”
Aquí comenzaron a disentir. Para algunos el mensaje divino estaba claro: interés se refería solamente a aquellos aspectos del vivir que estaban directamente relacionados con las preguntas esenciales del ser y llegar a ser, de Dios y las leyes divinas. Para otros, interés es el interés común de todos los hombres para entender lo que es justo o injusto para la humanidad. Para otros más, lo verdaderamente ordinario de la palabra interés era una clara señal de la divinidad para no gastar un solo momento en profundidad y solemnidades, sino simplemente dejar pasar las cosas y entretener.
Llegado a este punto, el estudiante de sánscrito citó el texto completo acerca de las razones por las que Dios creó el teatro. “Tiene que ser todas las cosas al mismo tiempo”, dijo, “y de manera interesante”, agregó otro. Después de esto, se hizo un silencio profundo.
Entonces comenzaron a discutir acerca del reverso de la moneda, lo atractivo de lo no interesante, y las extrañas motivaciones sociales y psicológicas que hacen aplaudir normal y vigorosamente a los asistentes al teatro cuando lo que se les presenta no es de ningún interés para ellos.
– Si tan sólo pudiéramos entender realmente esta palabra… –dijo alguien.
– Con esta palabra –agregó otro en tono sosegado–, podríamos llegar muy lejos…