Por lagos y canales a bordo de canoas hubo trayectos que, alguna vez, se acompañaron de majestuosos paisajes enmarcados por volcanes cubiertos de nieve y cerros sagrados cuyos significados divinos se conjuntaban con la naturaleza ribereña y el sonido del remo al entrar y salir de las aguas, a veces cristalinas y otras turbias, que en su cauce fueron aprovechadas como vialidades para llegar y salir de Tenochtitlan y que hoy continúan, bajo el mismo trazo, transportando a millones de pasajeros de un lado a otro de la Ciudad de México.
En la cuenca que durante la temporada de lluvias se convertía en espejo de agua, los lagos y canales se desecaron y las canoas dieron paso a carretas jaladas por briosos caballos que, con su andar, cambiaron el arrullador sonido del agua por el de los cascos que golpeaban el suelo de lo que algún día se convertiría en la ciudad llamada por algunos de los palacios y hoy en una urbe con un sistema de movilidad que pasó del agua a los caminos, de ahí a las vías, y después de la intemperie a lo subterráneo para –además– llegar a los cielos con el teleférico urbano más largo del mundo.
Antes de la llegada del tranvía, las “ruleteras” jaladas por mulas transportaban de lunes a viernes a mercaderes y trabajadores que ofrecían sus productos y servicios, y durante los fines de semana a personajes pudientes cuyas familias vivían en los pueblos de Mixcoac o San Ángel en casonas con grandes techos y extensos jardines llenos de árboles frutales. Las estaciones se convirtieron en, además de puntos de ascenso y descenso, lugar de venta de productos locales, por lo que ahí se podían comprar desde golosinas de cajeta o amaranto elaboradas en conventos, hasta charales, tacos, e incluso aguardiente o pulque para hacer del trayecto algo más dulce y embriagante.
En 1883, cuando la querencia natural de las mulas llevaba a familias, clérigos, malandrines, turistas y a uno que otro despistado desde los olivos de Tacubaya a los naranjos de San Ángel, se creó la Compañía de Ferrocarriles y Tranvías, un sistema de movilidad que cambió la vida de los capitalinos pues, 13 años después, el gobierno de Porfirio Díaz autorizó la electrificación de estos vehículos para inaugurar su primera línea, una que llevaba del Zócalo hasta Tacubaya, trayecto precursor de lo que 83 años después sería la primera línea del Metro en la Ciudad de México.
Antes, en 1916, los pasajeros de tranvías vieron interrumpidos sus trayectos debido a una huelga de tranviarios para reclamar mejores condiciones laborales y aumento de salarios. Como alternativa se introdujeron automóviles Ford de la serie “T”, los primeros “taxis” que, más de 30 años después, proliferaron en las calles chilangas con el nombre de “cocodrilos”, coches de color verde con una tira de triángulos que los hacían parecer reptiles en una jungla urbana que se movía en la intemperie al son de las canciones de Pedro Infante y bailaba al ritmo pachuco de Tin Tan.
De la intemperie la movilidad se amplió a lo subterráneo cuando el 4 de septiembre de 1969 Juan Cano tuvo el privilegio de ser el primer conductor de Metro en México, además de director de Línea 1, que recorría 12.6 kilómetros de Zaragoza a Chapultepec; poco después se amplió a Juanaca-tlán, luego a Tacubaya y, finalmente, en esa dirección, hasta Observatorio; en la otra se extendió, en la década de los 80, hasta Pantitlán llevando consigo a millones de pasajeros que durante su recorrido encuentran todo tipo de historias, las propias, las ajenas, las de todos y entre ellas a Ehécatl en la estación Pino Suárez o a Rockdrigo en Balderas.
Cincuenta y tres años de cruzar la Ciudad de México, y con ello millones de viajes e historias que con el avance de los convoyes dejan pátina inamovible en cada persona que ingresa a los vagones, así como en cada centímetro del cauce del gusano naranja que hoy dará paso a una línea renovada, son los que tiene la primera línea del Metro de la capital, una que ha visto ampliaciones y construcciones de otras líneas que mientras abren trecho también dejan huella de los gobernantes que las impulsaron, tal vez sea por ello que, a pesar de que se requiere desde hace rato, la Línea 1 no fue renovada, recibió manitas de gato y uno que otro arreglo, pero es hasta hoy que a lo largo de su trazo, el mismo sobre el que desde que los antiguos mexicanos se trasladaban al poniente, se volverá a construir en su totalidad para dejar sobre caminos viejos trayectos nuevos que sigan sumando historias.