Una de las vivencias más gratificantes que se puede tener cultural y sensorialmente, es un recorrido por un mercado mexicano. Su existencia data de la época prehispánica y maravillosamente aún persisten.
Entre las muchas cosas que causaron asombro y admiración a los españoles cuando llegaron a la Gran Tenochtitlan fueron los mercados, de los cuales afirmó Hernán Cortés que no los había iguales en ninguna parte del mundo. Basta recordar el comentario que expresa en la Segunda Carta de Relación que mandó al rey Carlos V con la que finaliza su extensa reseña del mercado de Tlatelolco:
“Finalmente que en dicho mercado, se venden todas cuantas cosas se hallan en la tierra, que demás de las que he dicho, son tantas y de tantas calidades, que por la prolijidad y por no me ocurrir tantas a la memoria y aun por no saber poner los nombres, no las expreso.”
Han sido parte esencial de la vida de la capital, aunque para el tamaño de la urbe son muy pocos los que hay en la actualidad. En las últimas décadas se dieron mil facilidades a las grandes cadenas de autoservicio y se dejaron de construir mercados. Ya hemos comentado que la diferencia en la calidad y oferta entre unos y otros es abismal; en el súper, compra de una sola calidad la calabaza, cebolla, manzanas, chiles, jitomates y demás productos de la tierra. Si están feos se amoló, pues es lo único que hay, pero se lo compensan con la oferta de 20 diferentes tipos de champú y si tienen suerte hasta algunas marcas gringas, que son iguales a las de aquí, pero cuestan el doble, ¡eso sí! están en inglés.
Nunca llegan a tener la rica variedad de productos que sólo se encuentran en los mercados: además de frutas, verduras y todo género de comestibles, hay hierbas medicinales, piñatas, artesanías, flores, ropa y cuanto se le ocurra. Comer en alguna de las fonditas le garantiza probar platillos sabrosos con ingredientes fresquísimos y muy económicos.
Con su desaparición se han perdido múltiples posibilidades de empleo y ese trato cercano y cálido que se da con el marchante. Son sitios de socialización comunitaria en donde se tejen redes de parentesco y compadrazgos que son fuente de solidaridad.
Muchos de los antiguos mercados de gran tradición han carecido de mantenimiento y menos de una modernización que les permita competir con los supermercados.
En 2016 surgió la esperanza de que su decadencia se revirtiera, ya que se firmó la declaratoria como Patrimonio Cultural Intangible a las manifestaciones tradicionales que se realizan en mercados públicos en la Ciudad de México.
Un aspecto importante fue que se les reconoce no sólo como centros de abasto, sino como custodios de tradiciones. Basta recordar la Navidad. ¿Dónde compraríamos todo lo que implica ese festejo?: figuritas para el Nacimiento, heno, musgo, flores de Nochebuena, hojas de maíz para los tamales, piloncillo y frutas para el ponche de las posadas y por supuesto las piñatas, por mencionar sólo algunos de los muchos productos que difícilmente se encuentran en los centros comerciales.
Se anunció que en 2017 se iba a triplicar el presupuesto para rescatar los 329 mercados públicos, tradicionales y especializados que hay en las 16 alcaldías de la Ciudad de México. En ellos trabajan 280 mil personas, quienes al año realizan más de mil 300 romerías; esto significa que al menos cada día hay tres fiestas patronales o de aniversario en los mercados de la capital.
La declaratoria considera a estos espacios públicos como entes vivos y dinámicos, con una tradición ancestral que genera el desarrollo de la cultura mexicana, al ser los canales de abasto para 46 por ciento de los hogares capitalinos. ¿Se ha hecho algo?
Sobre este importante tema, el próximo martes 5 de julio a las 18 horas, en la hermosa sede de El Colegio Nacional, empieza el curso que organiza Vicente Quirarte Siempre Noble y Leal: la Ciudad de México a través de la historia, la arquitectura, el cine y la fotografía. Una de las mesas es para Los mercados, estómagos urbanos, que coordina Felipe Leal con la participación del arquitecto Axel Araño y los cronistas Jorge Pedro Uribe y quien esto escribe.
Al concluir iremos a la esquina del edificio –Argentina y Luis González Obregón– a la entrañable cantina Salón España a brindar por el encuentro y cenar una suculenta torta de pierna.