Un partido político que llegó a ser omnipotente, entre otras cosas porque resultó ser producto de una revolución triunfante, cuando la cúpula del poder consideró conveniente dar el gran derechazo decidió que el PRI se convirtiera también en uno de sus secuaces.
No importó que sus enormes bases estuvieran amoldadas al viejo cuño “revolucionario”: la dirigencia dio el gran viraje, consumando una vergonzosa alianza y poniéndose a las órdenes de los enemigos de antaño, pero el resultado fue que el grueso de la militancia dio muestras de mayor dignidad que sus jefes y no los siguió.
¿Cómo pretendieron tales líderes carentes de vergüenza que su cauda de simpatizantes y afiliados vieran con buenos ojos, en 2018, por caso, una alianza de sus cabecillas con un personaje de por sí tan detestable como Ricardo Anaya, cuando éste se había pasado al menos los dos años anteriores despotricando, ofendiendo y agrediendo indiscriminadamente a todos los militantes del PRI, incluso de manera soez, por todos los medios posibles?
La verdad es que tales fariseos se sobrestimaron, máxime que incluso tres de los capos, verdaderos jinetes del apocalipsis, se manifestaron claramente a favor de que el PRI cambiara de colores, de siglas y de plataforma ideológica… es decir, que dejara de ser lo que era. Recuérdese que quienes con voz más fuerte lo manifestaron en primer lugar fueron sus propios presidentes casi sucesivos: Enrique Ochoa Reza, la señora Claudia Ruiz Massieu y Salinas de Gortari. Dejemos al margen al muy digno militante guerrerense de nombre René Juárez Cisneros (qepd), quien lo presidió entre ambos durante apenas un par de meses. Pero luego lo remachó el propio presidente de la República, Enrique Peña Nieto, poco antes de las elecciones en las que ganó por abrumadora mayoría don Andrés Manuel López Obrador, sumando más votos que todos sus rivales juntos…
¿De dónde sacó Morena tal cauda de sufragios, además de los suyos propios? Pues de lo que había sido hasta entonces la gran base priísta. Resulta imposible hallarlos en otro lado. No es difícil de imaginar la razón: la plataforma del joven y triunfante organismo político es la que más se asemeja al antiguo partidazo, ofreciendo además desafanarse de muchos de los vicios que éste padecía y sigue padeciendo.
Después de la debacle uno pensaría que el PRI podría haber reaccionado y procurar la recuperación de sus fuerzas de antaño, pero resultó que se coló a su cúpula un personaje incluso de peor ralea, que ahora no hallan cómo sacárselo de encima. El tal Alito, que es como “el máiz de aguas”, malo y picado, ha dado muestras sobradas de que tiene todos los méritos para ser considerado como el cuarto jinete del apocalipsis priísta.
Como decían antiguamente en mi barrio: “se juntó la ronda con los piteros”. Si los tres personajes mencionados anteriormente dejaron al Revolucionario Institucional al borde del abismo, el actual presidente del mismo ya está preparándose, con el mayor garbo y altanería, para dar el gran paso al frente.