Su trabajo puede definirse con varios adjetivos, aquí tres: erudito, virtuoso, anecdótico. Raúl Zambrano (Tampico, 1969) es un reconocido investigador mexicano especializado en el repertorio de Manuel M. Ponce para guitarra y considerado un experto productor de diversos proyectos de divulgación radiofónica. Aria de divertimento, Elevación y folía –la versión radiofónica de Historia mínima de la música en Occidente, su primer libro publicado por la editorial Turner en 2011– y La otra versión; son algunos de ellos. Con este antecedente el guitarrista decidió ir más allá y, tejer un nuevo punto de encuentro –uno que involucrara al melómano, al lector y al escritor– cuyo eje que lo articulara fuera la palabra escrita que hablara de la música. El resultado es El eco de lo que ya no existe (Turner, 2021), un libro construido a partir de siete ensayos donde la música está al centro de todo, pero en el que el tampiqueño supo integrar diferentes perspectivas: la interrelación de la armonía con el silencio, el eco, la memoria, la desaparición; y al mismo tiempo, iluminar a algunos de sus protagonistas: György Ligeti, John Cage, Philipp Heinrich Erlebach, Sor Juana o Glenn Gould, entre otros.
Desde la primera página, el lector capta que no se trata de un libro de ensayos centrado sólo en músicos. ¿Qué es el silencio? Se pregunta Zambrano, porque el silencio, si bien es una palabra que ronda nuestros espacios cotidianos, puede ser definido en cientos de maneras. El artista francés Yves Klein se preguntó ¿qué es el silencio absoluto y es esto acaso posible?, por lo que, en 1947, compuso su primera sinfonía monótona, que consistía en una sola nota interpretada durante 20 minutos, seguida por otros 20 minutos de silencio. Años más tarde, el compositor y músico John Cage aseguraba que no existe el silencio en este mundo y en 1952 publicó la pieza silenciosa 4’33”, una obra musical en tres movimientos que puede ser interpretada por cualquier instrumento, en cuya partitura el compositor indicó a David Tudor –pianista para quien fue escrita la obra– que guardara silencio y no tocara su instrumento durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Sin embargo, para el investigador mexicano, la respuesta es menos experimental y sugiere que el silencio es el eco que sucede a la última nota de una obra y se convierte en la huella de la música que dejó de ser y vive en la memoria del escucha.
En busca de los tratados perdidos
Para el sexto capítulo del libro, Las maravillas del ocaso, Zambrano se convierte en una especie de Guillermo de Baskerville contemporáneo, y se lanza a la búsqueda de la obra perdida de varios creadores. Uno de ellos es el compositor novohispano Juan García Céspedes, cantante que desde niño formó parte del coro de la Catedral de Puebla, bajo la dirección de Juan Gutiérrez de Padilla, y desempeñó distintas funciones en el recinto, pero de quien sólo se conservan seis obras –tres en latín y tres en lengua vernácula– y de cuya producción musical existe un vacío de catorce años que van de 1664 a 1678, tiempo en que cumplió con las obligaciones de maestro de capilla. Otro de los misterios a los que el autor –poseedor de una memoria prodigiosa y un fenomenal talento para intentar resolver enigmas de toda índole sigue la pista de El caracol, el tratado de música que Sor Juana Inés de la Cruz confesó haber comenzado y del que no se tiene rastro alguno. A partir de una referencia en la Catedral de Guatemala, en el caso de Céspedes, o un romance a la virreina de la Nueva España, en el de Sor Juana; Zambrano cuenta y rastrea la historia de “algo que está ahí incluso al haber desaparecido”.
El arte precisa de la mentira
El músico especializado en el repertorio para guitarra de Manuel M. Ponce aterriza su ensayo en un tema que domina y le apasiona, el eco del barroco en el México del siglo XX. En 1929, el virtuoso guitarrista clásico español, Andrés Segovia, pidió a su amigo, el músico y compositor mexicano, Manuel María Ponce componer una suite estilo barroco que pudiera ser atribuida a un músico de aquel periodo. La obra no fue publicada por ninguno de los dos, el manuscrito desapareció durante la Guerra Civil Española y de ella sólo se conserva una grabación que hiciera Segovia en 1930; lo que se pregunta el también guitarrista mexicano es: ¿por qué Ponce acepta la propuesta de Segovia de componer para la guitarra en estilo barroco y darle una atribución apócrifa? ¿Será que Ponce descubrió la posibilidad de creación que sólo es posible en la libertad, adquiriendo el derecho de relaborar, como si fuera la primera vez, la belleza musical de otro tiempo?
Un libro con una estructura musical
Al igual que una variación musical, la obra publicada por Raúl Zambrano es una composición caracterizada por contener un tema que se imita en otros subtemas, los cuales guardan el mismo patrón armónico del tema original. Con todo, estas ideas tan generales quedan cortas para explicar el éxito de El eco de lo que ya no existe. Es un libro que sorprende y maravilla, uno de los productos de más calidad que nacieron en la industria editorial asociados a la música en los pasados meses; su fecha de lanzamiento fue junio de 2021. Fue prodigiosamente escrito, con anécdotas rebosantes de inteligencia y chispa, una construcción narrativa casi novelística y un sentido del equilibrio exquisito. Los temas que trata en cada capítulo, por ejemplo, suelen presentarse intercalados con una anécdota para no aburrir al lector con tecnicismos. Entender todos los códigos musicales si uno no está entrenado ofrece una dificultad, pero Zambrano intenta eliminarla. Las anécdotas, incluso las más superficiales, están contadas con solidez, además de sutileza, y el enorme acierto del trabajo del experto es establecer un punto de encuentro entre escritor, lector y escucha para emprender juntos un recorrido, en cuyo itinerario la belleza emerge de lo que descubren todos.