El ruido del cerrojo de la reja naranja de varilla pone en alerta a la jauría de perros. Unos 200 de los casi mil 500 que habitan en el Refugio Franciscano AC, fundado en 1977, se arremolinan en la entrada principal del primer patio. Los ladridos son tan potentes que no dan tregua al silencio.
Un letrero da la bienvenida a los invitados: “Nos encanta estar aquí, amontonados o hacinados para estar con ustedes que nos visitan”.
Desde la entrada, la subdirectora, Patricia Henríquez, se abre camino entre la multitud canina que no deja ladrar ni levantar las patas porque saben que es la hora de un paseo.
Los perros saldrán de las cuatro paredes, de unos 10 por 8 metros cuadrados, donde hay tarimas de madera y bases de cemento en las que se trepan, mientras otros están agrupados por temperamento, raza y edad en jaulas, pero ahora tienen 20 minutos para correr por el bosque.
En un predio de 10 mil metros cuadrados en el kilómetro 17.5 de la carretera federal México-Toluca, en Cuajimalpa, en medio de pinos, oyameles, eucaliptos, arbustos y pasto, todos los perros son iguales.
A diferencia de dueños que consienten a sus mascotas, en el Refugio Franciscano no se compran pasteles para festejar un cumpleaños ni se visten con ropa o disfraces, tampoco tienen colchonetas para dormir ni utensilios especiales para comer o beber agua y menos juguetes.
El único gran lujo para todos, la mayoría de razas mezcladas, recogidos de la calle o rescatados de inundaciones o del sismo de 2017, es pasear por el bosque en el que corren y algunos se revuelcan en los charcos con agua y lodo que dejó la lluvia de la noche anterior.
A simple vista no se observa que haya maltrato físico hacia los animales, que no son tímidos ni retraídos, pero tampoco agresivos. Henríquez prefiere limitarse a comentar que se alimentan con una mezcla de pan y croquetas, y no tiene información de los donativos que ingresan al refugio.
Indicó que todos los perros son esterilizados y los que mueren por edad o enfermedad son enterrados en el predio, aunque precisó que son incinerados y se aplican medidas de seguridad que no detalló.
Dijo que han pasado por el lugar más de 23 mil canes y es pionero en el país, fue entregado en comodato, pero en sus 45 años de existencia ha enfrentado infinidad de intentos de desalojo, el más reciente en abril pasado, del que no puede informar por cuestiones legales.
Rechazó cualquier acción de maltrato, al insistir en que “los voluntarios realizan una labor titánica”, además de que se cuenta con una cédula de registro con fotografía de cada animal, así como de 32 gatos que hay en el refugio.
La Fiscalía General de Justicia local inició una investigación por la presunta comisión de maltrato o crueldad contra los animales.
Una de las seis voluntarias de turno nombró a algunos residentes, como Tom y Jerry, que fueron amarrados con un lazo y arrojados desde la carretera, y aunque no tiene algún consentido, llama con especial cariño Sol a uno “porque siempre está radiante y contento”.