El asunto claramente no es de tipo “me encanta”.
Pero, mientras me torcía de rabia, me encantó observar cómo tras el asesinato de Shireen Abu Akleh, una periodista palestina de Al Jazeera (bit.ly/3zSG8aK) y una de las más prominentes comunicadoras del mundo árabe, alcanzada a principios de mayo por una bala de un francotirador israelí durante una “redada antiterrorista” en Jenin (bit.ly/3zUJ1rp) en los territorios ocupados de Cisjordania, la “hasbara”, la propaganda del Estado de Israel (bit.ly/3OffOMk), diseñada para desviar las responsabilidad de sus fuerzas armadas (IDF) y del gobierno, se desnudó por completo, exponiendo su núcleo principal: mentira, mentira, mentira (y todo para dar un vuelco completo de 180 grados).
Primero ha sido: “¿De qué toda esta bulla, los periodistas en Cisjordania son blancos legítimos (sic), al final andan ‘armados de cámaras’ (sic)...”, no, no lo estoy inventando ( nyti.ms/3n4Gfbw nyti.ms/3n4Gfbw).
Luego: “No hemos sido nosotros, definitivamente han sido los propios combatientes palestinos” (bit.ly/3nbRJdg).
Luego: “No se sabe quién fue y será imposible determinarlo” (bit.ly/3n7kLLl).
Después: “Es probable que hayamos sido nosotros, alguna bala perdida, ya saben...”, o sea: “No han sido los combatientes palestinos, la matamos nosotros, pero nosotros matamos a los civiles sólo por error, ellos los matan a propósito” (bit.ly/39IumoE).
Y finalmente de modo tácito de la boca de uno que otro oficial: “Hemos sido nosotros y ¿qué nos van a hacer...?”, todo acompañado a largo de este salto mortale propagandístico por los habituales “puntos de discusión’ hasbaristas: “Ya mejor hablemos de algo otro, no es más terrible la situación en otros países, ¡¿acaso son antisemitas al insistir tanto en hablar de Israel?!”
He aquí en acción la “diplomacia pública israelí”, el eufemismo burocrático para la “hasbara” −no, tampoco lo estoy inventando (bit.ly/3tWnUkW)−, que él mismo parece salido de esta picadora de carne orwelliana, el más grande esfuerzo de la propaganda estatal en el mundo de hoy, con su propia secretaria en el gobierno (aunque “hasbara” quiere decir “explicación” [de las políticas de Israel] y para la “propaganda” hay otra palabra en hebreo, esta es su esencia).
Al final alguien tiene que ir tapando “diplomáticamente” la cloaca de crímenes coloniales del sionismo: literalmente miles y miles de civiles palestinos asesinados en las últimas dos décadas, incluidos más de 140 periodistas (sic).
Si bien los medios occidentales (BBC, The Guardian, The New York Times, etc.) que a menudo tragan y reproducen la propaganda israelí, algo que los hace corresponsables por las masacres y la impunidad persistente (bit.ly/39NfyoN), al principio a pesar de claros testimonios palestinos reprodujeron la desinformación y los “puntos” del ejército −que “Abu Akleh murió por fuego palestino” (bit.ly/39IngQU)−, o reportaron el suceso en habituales términos pasivos −“Abu Akleh muere a los 51 años” [solita, vaya...] (bit.ly/39NjEgE)−, al final dieron su propio vuelco y un golpe a las mentiras de la “diplomacia” israelí.
Primero: la investigación de CNN estableció que no había ningunos militantes palestinos en la vecindad y que la periodista fue víctima de un ataque premeditado de un francotirador israelí ( cnn.it/3HEpXiY).
Para Israel seguían siendo “ fake facts” (bit.ly/39IQRtP).
Luego: la investigación de Washington Post igualmente confirmó lo que los palestinos decían desde el principio −Abu Akleh fue un blanco premeditado de las IDF (otro de sus colegas quedó herido)−, exponiendo de paso las cambiantes versiones de la “hasbara” ( wapo.st/3yatSkB, wapo.st/3xMTimL).
A estas alturas ya era “tal vez hemos sido nosotros”.
Y finalmente, hace unos días, un material de New York Times rastreó literalmente la fatal bala directamente a un convoy de las IDF ( nyti.ms/39K8ucA).
No hay nada más que añadir.
Claro. Los grandes medios tardaron semanas en señalar a los asesinos, algo que no ocurre, por ejemplo, con la cobertura de la guerra en Ucrania, donde los periodistas y los civiles, incluso los involucrados en una resistencia armada, gozan de una simpatía unánime y donde la ocupación rusa siempre es “abominable”, mientras la ocupación sin fin de Palestina es apenas mencionada (bit.ly/3QF2Qc7).
Pero yo digo que algo es algo.
Además, este asesinato dejó mal paradas a la administración y la diplomacia de Joe Biden en vísperas de su gira por Medio Oriente (primero a Arabia Saudita, luego a Israel): ocurre que Abu Akleh tenía también la ciudadanía estadunidense, pero bueno, no es que por ello le haya dado a alguien mucho insomnio en Washington (bit.ly/3HLyIbh).
Aun así −esto también me encantó− la proximidad de la visita a Riad y a Tel Aviv resaltó, como bien notó uno de los comentaristas, el orden de la permisividad hacia los aliados en la región.
Los sauditas pueden matar sólo a los periodistas-residentes permanentes estadunidenses (Jamal Khashoggi asesinado, descuartizado y disuelto en ácido por los verdugos del príncipe bin Salmán); los israelíes, los aliados incondicionales, pueden asesinar impunemente a los periodistas-ciudadanos.
La diplomacia de Biden se limitó −desde luego nada de exigir justicia, ni siquiera esclarecimiento− a pedir a sus compadres israelíes “bajar las tensiones”, un eufemismo digno de la propia “hasbara” para: “No sean malitos, no maten a ningún otro periodista hasta que el Air Force One no salga de su espacio aéreo”.