Agradezco la presencia en esta eucaristía de mis hermanos sacerdotes, del señor arzobispo Constancio, de mis hermanos jesuitas. Gracias a todos ustedes aquí presentes. Agradezco también a las personas que nos siguen a través de las redes sociales.
Hoy, especialmente, saludo y les doy mi pésame a las familias del padre Joaquín Mora, Javier Campos y de nuestro hermano Pedro Palma…
Sepan que no hemos dejado de pedir por ustedes, que cuentan con nuestro apoyo y afecto sincero.
El pasado miércoles 22, en la madrugada, me tocó, junto con el director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro-Juárez, ir a reconocer los cuerpos de mis hermanos jesuitas. Entre el dolor, el desconcierto y la rabia ante tal evento, también noté que aparecía un sentimiento de profundo agradecimiento por la vida de mis hermanos, pude constatar el regalo que Dios les tenía reservado a Javier y a Joaquín, a quienes meses atrás había ido a visitar a Cerocahui.
En aquella ocasión, Javier, El Gallo, me dijo: “Gerardo, ésta es mi vida, de aquí yo quiero salir en un ataúd”; por su parte, Joaquín me dijo “provincial, aquí quiero morir”.
El jueves, tuve la oportunidad de estar en Cerocahui, encontrarme con mis hermanos jesuitas que vieron lo sucedido; hablé con las religiosas, quienes meses atrás sí habían sido amenazadas. Pude constatar el amor de un pueblo por sus sacerdotes, el dolor de lo que significa perder a sus pastores y la súplica de quien te dice: “No podemos dejar al pueblo”.
Javier, Joaquín, Pedro, ustedes han hecho lo que nadie había podido. Lograron que el mundo se enterara de Cerocahui, hicieron que los ojos de millones de personas miraran hacia la Tarahumara, hermoso lugar lleno de contrastes, es como un paraíso pero que se ha corrompido por la pobreza, la injusticia, la violencia, el hambre, la falta de recursos médicos, de apoyo educacional.
Hoy, con la muerte de nuestros tres hermanos, con la recuperación de sus cuerpos, y en la espera de la próxima detención del sospechoso…, nos damos cuenta de que no es suficiente.
La violencia no se va a detener sólo capturando a los cabecillas de los grupos delictivos. Necesitamos cambiar nuestra cultura de violencia por una de reconciliación y amor, como nos lo enseñó el hijo de Dios, nuestro señor Jesucristo.
No podemos ni queremos quedarnos satisfechos ahora. Si en 72 horas se lograron recuperar los cuerpos de dos personas y avanzar en las averiguaciones, ¿por qué no hacer esto con tantos y tantos casos impunes? Ya no nos basta, ya no nos es suficiente…
Imploro a Dios que no olvidemos, que nos dé la gracia de la memoria histórica.
Ya no podemos olvidar que en México llegamos entre 1964-2022 a 100 mil personas desaparecidas.
Que hasta ahora llevamos 122 mil asesinatos.
Que existe un mayor control territorial por parte del crimen organizado. Y eso todos lo sabemos: que crece el consumo y venta de droga en todos los lugares del país y que la violencia se ha convertido en un modo de resolver los conflictos, una manifestación de poder y una práctica cotidiana.
Pero, sobre todo, no podemos olvidar que hay una mercantilización de lo político que atrae cada vez más a las economías ilegales.
Nuestra respuesta: San Ignacio nos dijo que el “amor se debía poner más en las obras que en las palabras”.
Por eso, hoy la Compañía de Jesús refrenda y se compromete a seguir apoyando en los lugares más recónditos del país.
Que sepan que no nos vamos a salir de la sierra Tarahumara, que queremos estar con nuestros pueblos indígenas.
Pero también que todas las personas, toda la sociedad, los gobiernos, empresarios, Iglesia, todos tenemos una responsabilidad moral ante tantos asesinatos y personas desaparecidas. Y que necesitamos ya hacer algo.
La sangre de Pedro, Javier y Joaquín se une al río de sangre que corre por nuestro país. Exigimos que las autoridades cumplan con su vocación y deber.
Hemos recibido muchos signos de solidaridad y muchas muestras de indignación que nos hacen sentir el llamado de Dios a responder sabiamente a esta situación.
Los obispos han llamado a un diálogo nacional y queremos secundar esta iniciativa.
Hacemos un llamado a la sociedad y autoridades a ya no agudizar la polarización del país. Necesitamos construir puentes para encontrar caminos de paz; queremos trabajar con todos para crear esas condiciones de paz que tanto necesitamos.
Javier y Joaquín eran hombres sabios, incluyentes y enamorados de los pueblos indígenas. México necesita la justicia y la reconciliación.
Hoy le pedimos a Dios, desde este lugar sagrado, y con los cuerpos de nuestros tres hermanos aquí expuestos, que la verdadera justicia nos lleve a una transformación institucional que haga posible la paz en los territorios.
Y ésta puede que comience a construirse cuando de verdad escuchemos la sabiduría de los pueblos indígenas, la fuerza de las familias víctimas de la violencia, de hombres y mujeres honestos y de las organizaciones sociales y educativas que buscan el bien común.
La provincia mexicana de la Compañía de Jesús se encuentra discerniendo las acciones públicas a seguir en la exigencia de justicia por el asesinato de nuestros hermanos y en el impulso de las políticas de paz que México demanda.
Urge buscar la reconciliación, construir espacios de diálogo desde lo local y lo nacional; la situación de violencia que hoy vive nuestro país necesita de todas y todos, no existe un único responsable, todos tenemos una responsabilidad en esta tragedia nacional.
En memoria de Pedro, Javier y Joaquín, y de tantas víctimas de la violencia, hoy decimos al pueblo de México: queremos trabajar por la paz y necesitamos de ustedes.
* Homilía pronunciada por el prepósito provincial en la misa de cuerpos presentes de los sacerdotes jesuitas Joaquín César Mora Salazar y Javier Campos Morales.